Las mejores Olimpíadas

15. enero 2010 | Por | Categoria: Reflexiones

Me voy a ir con el recuerdo a unos años atrás. Acababan de celebrarse en Barcelona aquellas Olimpíadas que nos dejaron encandilados a todos por la grandiosidad de sus instalaciones, por la belleza espectacular de su inauguración y clausura, por la elevada cultura que demostraron los organizadores y por el desarrollo perfecto de las competencias deportivas, apasionadas, pero sin ningún incidente desagradable. Por este conjunto de circunstancias, fueron calificadas como unas de las mejores Olimpíadas modernas.

Pero un cura muy avispado, aprovechando este juicio y lo que todos habíamos visto y admirado por la televisión, nos dijo resuelto en una charla que nos dirigió:
– ¿Las mejores Olimpíadas? No; están equivocados. Las mejores son otras muy distintas. Y yo les invito a participar en ellas, con la seguridad garantizada de que no me van a desmentir al final, cuando hagan el recuento de las medallas conquistadas por los atletas mejores, por ustedes.
Y, dicho y hecho, colocó en la puerta del templo parroquial un cartel muy llamativo, con un rótulo lleno de elegancia: Juegos Olímpicos del Cristiano. Debajo, siempre inscritas con arte exquisita, cinco reglas, arrancadas de las cartas de San Pablo, y cifradas en cinco palabras escuetas:
– Esfuérzate – Escucha – Entrénate – Únete – Confía.

Y así era. Cuando el ingenioso Párroco nos las explicó después, en una conferencia casi apasionante, nos hizo ver cómo San Pablo, buen conocedor de las Olimpíadas griegas, sembró sus cartas con alusiones a los juegos, aplicándolo todo a la vida del cristiano. Vida que es esto: un auténtico deporte, apasionante de verdad.
¿Atinaré yo ahora a resumir el pensamiento de aquella conferencia? Nada cuesta intentarlo. Conservo aún los apuntes tomados entonces.

Esfuérzate. Antes que Pablo, ya lo había dicho Jesús:
– El reino de los cielos requiere violencia, y solamente los valientes lo arrebatan
Pablo añadirá:
– Los atletas se privan de todo, a fin de estar siempre en forma (Mateo 11,12 y 1Corintios 9,24-26)
Para nosotros, ser cristianos y ser a la vez unos comodones, es algo que no se compagina ni se entiende. La abnegación y el espíritu de sacrificio nos son necesarios en absoluto para ser cristianos campeones…

Escucha. No hay atleta que no tenga su entrenador. Además, los deportes están sujetos a unas reglas inflexibles. Un fallo es medalla perdida… ¿Habrá que decir que el cristiano tiene que estar siempre con el oído atento a las normas que le dicta Dios por su Palabra, por la Iglesia, por la propia conciencia? La Iglesia es una entrenadora muy competente. Con ella, la medalla de oro está asegurada.

Entrénate
. ¿Cómo?… Pues, ya lo sabemos. El ejercicio y el esfuerzo deben ser constantes. La oración es el correr sin descanso hacia Dios. Los Sacramentos —la Comunión, sobre todo— son la alimentación adecuada. El deber cumplido en cada momento, es el ejercicio que mantiene los músculos siempre ágiles y resistentes.

Únete. En el sentido de solidaridad. Hasta para las medallas individuales hay que contar con los compañeros de equipo. Quien se ve apoyado, lleva todas las de ganar. En nuestra carrera hacia Dios, cuanto más nos unimos y estrechamos en las debilidades y en los esfuerzos, tanto más firmes corremos, menos caemos, más rápido nos levantamos, más seguramente alcanzamos la meta. Con un consejo, con un consuelo, con una palabra de aliento, los demás no nos sueltan de la mano…

Confía, finalmente. Porque Dios es Fiel. Tiene en sus arcas tantas medallas de oro cuantos son los deportistas que participan en el estadio. A los que ya triunfaron, la Biblia, en la carta a los Hebreos, nos los presenta como una nube de testigos y animadores, que nos gritan enardecidos desde las gradas:
– ¡Venga! ¡Corre! ¡Tira adelante! ¡No te detengas! ¡Que ya llegas al final, como llegamos nosotros un día!… (Hebreos 12,1)
Pablo es el que más grita, repitiendo palabras de sus cartas:
– ¡Así corría yo!… ¡Corred detrás de la santidad, de la fe, del amor, de la paz!… ¡Corred según el reglamento, para no correr inútilmente!… ¡Yo seguía siempre adelante, hasta atrapar a Cristo, que iba delante de mí!… (2Timoteo 2,22. Gálatas 2,2. Filipenses 3,12)

Sacado todo esto de la Palabra de Dios, ya se ve que no exageraba nada el Cura en cuestión. Además, todos estamos convencidos de que la vida cristiana es una lucha, un campeonato, una competición. Hoy, sobre todo, ser cristiano exige valentía. Porque significa ir contra corriente de muchas costumbres que quiere implantar una sociedad secularizada y que van contra nuestra conciencia.
Es mucha verdad eso que se repite hoy tantas veces: ser cristiano es cosa de valientes, y solamente los audaces son capaces de cumplir con todas las exigencias del Evangelio y sus compromisos bautismales.

El Comité Olímpico Internacional organiza las Olimpíadas cada cuatro años.
La Iglesia las celebra con sus hijos cada día.
Estas Olimpíadas de la Iglesia no son  ni en su inauguración ni en su desarrollo tan espectaculares como las que contemplan atónitos nuestros ojos en las pantallas de la televisión. Al revés. Son siempre muy modestas. Porque la vida cristiana discurre normalmente, cada día igual, con humildad, con sencillez, sin llamar la atención. Pero la clausura de la Olimpíada cristiana, al final de los tiempos, con la vuelta gloriosa de Jesucristo, ¡aquella clausura sí que será fantástica de verdad!…

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