Un zapatero con historia

12. febrero 2010 | Por | Categoria: Reflexiones

Todos sabemos de memoria que, para hacer algo en la vida, es cuestión de esforzarse. Sin hacerse violencia y sin negarse a mil caprichos, es imposible prosperar, superarse, realizarse, llegar a ser personas de valer. Dios nos ha hecho a cada uno como somos; pero Dios dejó su obra incompleta. Por eso, nos ha dado la capacidad de llegar a la perfección humana y cristiana, y eso debemos lograrlo a base de esfuerzo propio. Quien no se niega y no se vence, valdrá para muy poca cosa.

Me hizo reír el caso cuando lo leí. Se trata de un Arzobispo alemán que era de origen muy humilde, hijo de un pobre zapatero. Entra en una sala lujosa donde se celebraba una recepción importante, y oye a un presumido que le dice a su compañero:
– ¡Mira que hace poca gracia el tener que levantarse y hacer reverencia al hijo de un zapatero!…
Lo oye el prelado, y le comenta socarrón:
– ¿Verdad que si usted hubiera nacido de un zapatero, a estas horas sería zapatero también?…
La anécdota es simpática, y me recuerda la inscripción que hay en la casa, muy humilde también, de uno de los Presidentes más ilustres de Colombia:
– Vale más llegar a ser que haber nacido siendo (Marco Fidel Suárez, en Medellín)

Hoy nuestra reflexión se va a centrar en este pensamiento: – ¿Qué soy yo? ¿He llegado a ser todo lo que debo ser? ¿Y qué debo hacer cada día para llegar a ser una persona grande ante mi propia conciencia, ante los demás y, sobre todo, ante Dios?

Muchos pensarán: será mejor dejar eso para otros… Pues más de uno se podrá estar diciendo tal vez:
– Con la vida que yo he llevado, ¡qué pocas esperanzas tengo de ser algo grande!…
Quien así pensara se equivocaría en absoluto, de pe a pa, como decimos familiarmente. No hay que mirar el pasado, que ya no es nuestro, sino el porvenir, que lo tenemos del todo en nuestras manos. Y el porvenir se va a componer de cada día. Aprovechando cada uno de los días que nos esperan en la vida, nosotros podemos llegar a ser, y llegaremos a ser, unas grandes personas.

Dentro de la Iglesia tenemos en nuestro último siglo el ejemplo de unos Papas verdaderamente grandes. Y en su origen familiar se distinguían muy poco del Arzobispo zapatero…  
San Pío X, que inauguraba el Siglo XX, era tan pobre, que, cuando iba a la escuela, se descalzaba para que los zapatos durasen más…
Juan XXIII, de una casa campesina en la que se vivía una honrada pobreza.
Juan  Pablo I, hijo de un obrero socialista en las fábricas de cristal de Murano.
Eran hombres de condición muy ordinaria, pero supieron ser extraordinarios por el empeño que pusieron en su formación y en el modo como desarrollaron sus vidas. Pero, no hace falta recurrir a la memoria de Papas muy grandes. ¿Hemos pensado en Jesús, el obrero de Nazaret?…

Todos y cada uno de ellos son para el hombre honesto —sea cual sea su forma de pensar respecto de religión— una estímulo para la superación personal. Pero para nosotros, cristianos y católicos, estos hombres, y sobre todo, Nuestro Señor Jesucristo, son un verdadero espolón que nos apremia a crecer de continuo en la formación humana, social y divina. Jesucristo crecía progresivamente, nos dice el Evangelio, en sabiduría y conocimientos humanos, en el aprecio de todos sus paisanos y en la complacencia del mismo Dios.

Igual que lo quiere Dios de cada uno de nosotros. Se progresa en el estudio, en el cultivo de campo y en el arte de la cocina, lo mismo que en la elegancia social y en la Gracia santificante… Cada día se compone de cosas muy sencillas, muy triviales. Depende de cómo se hagan esas cosas ordinarias, y se llega a ser una persona extraordinaria en medio de lo ordinario. Nuestra conciencia nos lo dice a cada momento. ¿Hacemos una cosa bien? Nos aplaude. ¿Hacemos una cosa mal? Nos punza como una espina…

Nosotros aprovechamos todas las circunstancias del día para crecer en el bien y eliminar el mal.
Una de esas mujeres grandes que ha producido nuestra América, la mejicana Doña Concepción Cabrera de Armida, se trazó un plan para cada día, que podría ser también el programa nuestro. Se dijo ella, y nosotros nos hacemos una pregunta después de cada palabra suya:
– «Ninguna mañana sin  oración”. ¿Qué será mi día si Dios no está en él?…
– «Ningún trabajo sin intención bien recta”. Pues, ¿de qué me sirve lo que hago torcidamente?…
– «Ningún sufrimiento sin ofrecerlo a Dios”. ¿Por qué he de perderlo si vale millones?…
– «Ningún trato con los demás sin Dios en medio”. ¿Por qué no descubrir la mirada y la sonrisa de Dios en el rostro de los que me hablan?…
– «Ninguna culpa sin arrepentimiento”. ¿Por qué seguir en el mal cuando no me cuesta nada volver al bien?…

Cada cual conoce su historia: yo la mía, usted la suya. A lo mejor hemos nacido zapateros o fregonas, y podríamos seguir siendo fregonas y zapateros… Pero una cosa es muy cierta. Que un zapatero puede llegar a ser Arzobispo o Presidente de la República, y la fregona convertirse en una Profesora de la Universidad o en una candidata para los altares…

¿Dónde se esconde el secreto del éxito o del fracaso?… Todo depende de cómo todos los días, uno por uno, vaya escribiendo cada cual su propia historia…

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