¡Viva el Trabajo!
5. marzo 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesHoy se me ha ocurrido hablar sobre el Trabajo. Es extraño que a estas horas no le hayamos dedicado todavía ninguno de nuestros mensajes expresamente, aunque la virtud de la laboriosidad haya salido varias veces en ellos, como algo fundamental de la virtud cristiana. Es posible que hasta ahora no haya salido mucho, pero les aseguro que nuestro Programa le va a hacer honor al Trabajo, pues no hay duda de que es de suma importancia dentro de nuestra vida, toda ella impregnada de fe. Y estas notas escritas, que tengo delante, las he titulado así: ¡Viva el Trabajo! Y Trabajo lo he escrito con mayúscula bien solemne, aunque los gramáticos me digan que Trabajo es un nombre común y que debe ir con minúscula…La palabra será todo lo común que queramos, pero el Trabajo es cosa sagrada y se merece muy de sobras una mayúscula con el tipo más elegante…
En nuestros días nos hemos vuelto muy sensibles en todo lo que respecta al trabajo y al trabajador. ¿Por las revoluciones sociales? Sí; pero también, y más que nada, por lo que el trabajo significa en el plan de Dios y en la vida del hombre. Para un cristiano, se conjugan perfectamente en ecuación maravillosa estas tres palabras: trabajo – prosperidad – santidad. Porque hemos de decir desde el principio que el trabajo no es un deber solamente: es un derecho que Dios nos da y que nadie nos puede quitar.
Que no vengan algunos diciendo que el trabajo es duro. ¡Claro que sí! Y la Biblia lo mira como una penitencia del pecado. Pero esto no quiere decir que no sea también una fuente de alegría. Porque todo dependerá de cómo se haga. Se puede realizar el trabajo maldiciendo la mala suerte y se puede realizar alabando a Dios.
Es clásico el cuento de aquel obispo que fue a ver cómo iban los trabajos de la construcción de la iglesia catedral. Se entretiene hablando amigablemente con los obreros, y llega a uno que tiene cara de mal humor:
– ¡Hola! ¿Cómo va todo?
– ¡Ya ve, Señor Obispo! Aquí todo el día aburrido a más no poder, poniendo ladrillos uno encima de otro y esperando que acabe la jornada.
Ve a otro albañil que está contento como unas pascuas.
– ¡Hola! ¿Qué tal?
– ¡Estupendo, Señor Obispo! Ya lo ve, construyendo una catedral.
En definitiva, que todo va depender del espíritu con que trabajemos.
Podemos mirar también el trabajo como un medio para avanzar en el compañerismo. Hoy tenemos una sensibilidad muy grande respecto de la unión, de la fraternidad, de la ayuda mutua. ¿Pensaremos que una excursión, una vacación, el deporte incluso, son el mejor medio para unirnos a todos? No lo creamos.
Nada hay que una tanto las voluntades como el trabajo.
Nada funde los espíritus y los corazones como el trabajo.
Nada como el trabajo hace descubrir a los hombres que son hermanos…
Pero hay algo más grande todavía. Nosotros, que pensamos en cristiano, miramos el trabajo como el camino que Dios nos traza para que seamos unos santos.
El trabajo desarrolla el sentido del deber y la conciencia de que tenemos que ayudar a los demás.
Con el trabajo satisfacemos a Dios por nuestras debilidades anteriores.
Con el trabajo nos curamos de todos los vicios y prevenimos todas las enfermedades del espíritu.
Con el trabajo nos hacemos cada día más agradables a Dios.
Con el trabajo acumulamos los bienes que necesita nuestra persona y nuestra familia para su mantenimiento, su expansión y su desarrollo.
Con el trabajo tenemos más ahorros y más cosillas a disposición nuestra para socorrer a los necesitados y practicar así la primera de las virtudes como es la caridad.
No nos extraña, entonces, que la Iglesia nos enseñe por el Concilio:
“Los hombres, con su trabajo desarrollan la obra del Creador,
sirven al bien de sus hermanos, y contribuyen de un modo personal a que se cumplan los designios de Dios en la Historia.
El mensaje cristiano no aparta a los hombres de la edificación del mundo ni los lleva a despreocuparse del bien ajeno, sino que, al contrario, les impone como deber el hacerlo” (GS 34)
¿Sabemos contra quién iban estas palabras últimas del Concilio?
Pues, contra el comunismo, que decía que la religión —la cristiana sobre todo—, alejaba del trabajo a los hombres, porque sólo esperaban como unos tontos la vida eterna…
Un tema tan serio lo quiero acabar con la recomendación de un poeta (Máximo González), que en cuatro versos bonitos nos da toda la teología del Trabajo (¡otra vez con mayúscula!): – Trabaja, trabaja…, – que el trabajo da oro y pan, – que el trabajo hace el cuerpo de roca – y hace el alma de luz y de cristal.