Estrenando juventud
23. abril 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesEs la cosa más natural del mundo el querer conservarse siempre joven. No lo podemos criticar en nadie. Es una ilusión que tenemos todos, parque nadie ve con gusto cómo las arrugas empiezan a hacer destrozos en la cara y cómo los cabellos se vuelven de plata. Todos soñamos en una juventud eterna, y Dios ciertamente nos guarda una juventud así de bella en un más allá no muy lejano. Pero ese mismo Dios, Hacedor nuestro, nos depara ya aquí una juventud envidiable, si es que nos queremos hacer con ella… Si nos empeñamos, los años no van a pasar en nosotros.
Una amiga mía, algo mayor, estaba insoportable. No aceptaba sus años, aunque le faltaban bastantes para llamarse vieja y ser vieja… Pero, así era ella, y no había remedio con su humor. Otra amiga, sensata y vivaracha, le da un día la gran noticia:
– ¿No sabes? ¿No lo leíste hace una semana en el periódico? Una droga que te deja nueva. La piel tersa, sin una arruga. Delgada, aunque tú no quieras. De paso ligero, que al caminar pareces una campeona… ¡Ojalá todas las drogas fueran como ésta que acaba de salir! Y no va de cuentos. La empiezan a probar en Inglaterra y dicen que los resultados son sorprendentes.
La amiga llorona comenzaba a sonreír. -¿Será verdad tanta belleza?, se decía… Lo cierto es que entre todos los del grupo engañamos a la prematura vieja, porque el mal no lo tenía más que en la imaginación. Se tomó con fe las vitaminas inocentes que le dimos, y tuvimos a partir de entonces una compañera más bonita que en sus mejores años… Estaba estrenando juventud.
Todos aquellos compañeros y compañeras del grupo no hicimos otra cosa que lanzar muy bien ese piropo con el que muchos se engañan:
– ¡Qué joven que se ve!…
En realidad, cuando le decimos a alguien estas palabras, le estamos diciendo a esa persona que es vieja, pero que parece joven. Nunca se nos ocurre decir a una persona joven que parece joven, porque sabemos y sabe ella que lo es. La sicología, sin embargo, juega su gran papel para dejar a uno contento…
Pero es muy cierto también que la juventud no es patrimonio de los años.
Porque hay jóvenes que en sus ideas, en su carácter amargado, en su falta de ilusión están demostrando que son ya personas viejas; mientras que hay personas con muchos años encima y son la estampa de la eterna juventud: siempre sonrientes, siempre con planes nuevos, siempre soñando en cosas grandes…
Eso que he contado de la amiga, yo lo quiero aplicar ahora a otra amiga muy diferente: a la Iglesia, a nosotros mismos, que somos la Iglesia, y a la que queremos tanto.
Como cristianos, no queremos envejecer nunca. No debemos envejecer. Tenemos que ser y mostrarnos unos jóvenes de verdad, pues de lo contrario no sabríamos llevar por el mundo la imagen del Resucitado.
El día en que nosotros vivimos la juventud de la Gracia de Dios, ese día hacemos resplandecer a la Iglesia ante el mundo como una Iglesia joven, esperanzadora, pletórica de vida, capaz de arrastrar a todos detrás de sí…
Cuando nos quejamos de la Iglesia, lo hacemos muy inconscientemente y nos estamos acusando a nosotros mismos. ¿Pensamos que al quejarnos de nuestra Iglesia, nos quejamos de nosotros, porque nosotros somos la Iglesia? La Iglesia somos todos los bautizados…, y si la queremos perfecta, si la queremos joven, si la queremos hermosa siempre…, es a nosotros a quienes toca ser todo eso que soñamos para la Iglesia.
Y esto, es muy fácil conseguirlo. Es cuestión únicamente de ingerir esas vitaminas fuertes que el mismo Jesucristo nos dejó a nuestra disposición. ¿Que cuáles son esas vitaminas, renovadoras de la vida divina que llevamos dentro?…
Empezamos por seguir a Jesucristo según el Evangelio. Jesucristo, el Resucitado, es un joven eterno, y quien es como Él no envejece nunca.
Participamos de la vida de la Iglesia, que es la misma vida de Cristo. Los Sacramentos nos la comunican a torrentes.
Trabajamos en la conquista del mundo para Dios. El que trabaja es porque tiene vida, está robusto, y el mismo trabajo se convierte en fuente de nuevas energías.
Sin embargo, que no nos duela el sentir dolor por la Iglesia, cuando le notamos algunos fallos humanos e inevitables.
Esto es señal de que amamos a la Iglesia y la llevamos dentro. Quien no siente dolor por ella es señal de que no la lleva en el corazón.
Sucede aquí lo de aquellas dos ostras que estaban junto a la orilla del mar, sin darse cuenta de que les escuchaba un cangrejo.
Una empieza a lamentarse:
– Siento un gran dolor dentro de mí. Es algo redondo y pesado, que me lastima.
La otra le responde con arrogancia:
– ¡Pues, vaya! Yo no siento ningún dolor dentro de mí.
El cangrejo se coloca en medio de las dos, y se dirige a la que se sentía tan sana:
– Sí, te sientes muy bien y estás muy entera. Pero el dolor que siente tu compañera es por una perla de belleza inimaginable y de un valor inmenso.
No hay que llorar por una vejez temprana. Lo interesante es estrenar cada día nueva juventud, sabiendo que llevamos dentro a Jesucristo, el Joven eterno, y que somos Iglesia, la Esposa que Él se ha escogido y se está preparando para la Gloria…