Trabajo, Misa y deporte
7. mayo 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesDecimos que la vida social y religiosa siempre ha sido igual, porque siempre se ha compuesto de los mismos elementos, y que podríamos compendiar en estas tres palabras: trabajo, oración, descanso. No falta ni puede faltar ninguno de estas tres ocupaciones imprescindibles.
Sin el trabajo, no seríamos ni hombres.
Sin la oración, no seríamos cristianos.
Sin el descanso, ni podríamos vivir…
Entonces, ¿cómo debemos conjugar los cristianos estos tres deberes?…
Hace ya muchos años que un célebre gobernante francés, incrédulo como él solo, se preguntaba:
– A ver, ¿qué hacen tantos monjes y tantas monjas metidos en sus conventos sin trabajar nada, viviendo de la sociedad como parásitos haraganes?
Y un prestigioso Abad le respondía:
– ¿Haraganes?… En el convento no nos damos un momento de reposo. El trabajo es sagrado y no paramos en todo el día de hacer una cosa u otra de provecho. La única interrupción, —y sí, es muy frecuente— consiste en ir delante del Señor para dedicarnos intensamente a la oración con Cristo presente entre nosotros. Toda nuestra vida de trabajo está iluminada por la Eucaristía (Dom Chautard)
En esta respuesta, humilde, sabia y valiente, vemos lo que es de hecho la vida cristiana, no solo la de un convento, sino la nuestra, la de familia, la de oficina, la de campo, la de estudio, la que podamos y queramos imaginar…
Es un trabajar continuo, como un deber imperioso del que no podemos prescindir, y es un ir al Señor para ofrecerle esta vida nuestra de trabajo.
Trabajamos durante toda la semana, pero llegamos al fin de ella y miramos al domingo como la necesaria interrupción del trabajo, para poder dedicarlo a Dios con el culto supremo de la Eucaristía.
El cristiano, en labores durante la semana y santificador del trabajo por la Misa del domingo, es la imagen del hombre perfecto.
Trabaja, y coopera a la obra creadora de Dios.
Trabaja, y se perfecciona a sí mismo y se realiza en el mundo.
Trabaja, y el vicio no tiene lugar donde meterse.
Llega el domingo, y santifica con la Misa el trabajo de toda la semana.
Llega el domingo, y se hace con la Misa una sola hostia con Cristo en el altar.
Llega el domingo, y se convierte con la Misa en una sola familia con todos sus paisanos.
Llega el domingo, y ve cómo se va dirigiendo paso a paso, sin pararse nunca, hacia el domingo eterno, en el que descansará para siempre de todas sus labores…
Un campesino brasileño estaba para morir. Reunidos en torno a su lecho todos los hijos y nietos, les entrega su testamento, y, al abrirlo después, encuentran este legado:
– “Soy pobre, pero una cosa les dejo. Quiero que la guarden bien. He vivido aquí 45 años, distante de la iglesia once kilómetros. Pues les digo delante de Dios, en cuya presencia voy a comparecer, que no he perdido ningún domingo la santa Misa, haciendo a pie los veintidós kilómetros para cumplir la obligación de buen católico. Que Dios me lo recompense. Sigan el ejemplo del padre, que les despide hasta la eternidad” (Lo escribe el P. Asterio Pascual, Misionero Claretiano en Brasil)
El ejemplo de este campesino brasileño necesita pocos comentarios. El buen hombre hacía referencia sólo al primer deber del cristiano en el domingo, como es santificar con la Eucaristía el Día del Señor. Recibida la Comunión por la mañana, tenía la tarde para descansar y gozar de la familia y de las amistades.
Hoy nosotros, con transportes que nos llevan rápidos a lugares de entretenimiento, hemos dejado a Dios para centrarnos en lo que nos distrae, en la diversión. Pero, si nos ponemos a pensar seriamente, pronto caemos en la cuenta de que hemos invertido el orden, con muy poco acierto y con serios perjuicios: primero, la diversión; después, el descanso con la familia; tercero y último, el culto debido a Dios. Esta inversión de valores no nos favorece nada, ciertamente.
El domingo está dominado hoy, sobre todo, por el deporte. Muy bien, hasta acierto punto. Con tal de que estemos convencidos de que el deporte máximo es conquistar a Dios, que vale más que la medalla de oro en unas olimpíadas.
Un periodista quiso entrevistar a un ciclista famoso, vencedor por cinco veces seguidas del Tour de Francia (Indurain). Fue a buscarlo en su pequeña ciudad, preguntó en plena calle al primero que encontró, y recibió esta respuesta, que vale por todas las camisetas amarillas y por todos los trofeos:
– ¡Oh!, si quiere encontrarlo seguro vaya el domingo a la Iglesia en la Misa de las doce…
La semana entera conjuga plenamente para nosotros, cristianos seglares metidos en todos los afanes de la vida, el ideal de aquellos monjes santos, denunciados tan injusta y equivocadamente como seres inútiles.
Trabajando todos los días, somos los colaboradores de Dios.
Viviendo la Misa del domingo, somos los santos que Dios quiere.
Trabajando y uniéndonos a Cristo en su oración, sobre todo por el culto de la Eucaristía, llegamos a ser el ideal de la Humanidad nueva…