Virtudes humanas
23. julio 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesNo vamos a hablar hoy precisamente de la urbanidad, y, sin embargo, se me ocurre hacer esta primera pregunta:
– ¿Es la urbanidad una virtud cristiana?
La repuesta me parece que sería casi unánime:
– No, precisamente. Porque un simple pagano japonés —pongamos por ejemplo— que no conoce a Jesucristo ni está bautizado, puede ser un modelo de educación y cortesía. Tiene urbanidad, y no tiene virtud cristiana propiamente dicha.
Con todo, a los cristianos, más que a nadie, se nos pueden exigir las llamadas virtudes humanas, como la urbanidad, la sinceridad y otras, que son la base insustituible de las virtudes cristianas.
Más aún. Se ha dicho que para tener un cristiano hemos de empezar por tener un hombre, una mujer.
Cuanto de más calidad sea la madera o el mármol, mejor saldrá la estatua.
Cuanto más fina la tela, mejor lucirá el vestido.
Cuanto más suave sea la pasta, mejor sabrá la torta.
Cuanto más… Podemos seguir poniendo comparaciones para decir lo mismo: el cristiano se hace del hombre, y tanto mejor cristiano resultará cuanto más calidad humana tenga.
Tenemos en la Iglesia un Santo —Francisco de Sales— que fue calificado como El Santo caballero. Su distinción, su finura, su educación, su elegancia eran proverbiales. Y alguna vez —sin que él se diera cuenta, es natural— se le observó desde la cerradura de su puerta cuando se creía estar bien solo, a ver cómo se conducía mientras nadie le observaba. Y el resultado de la prueba fue que, estando solo como estando acompañado, era siempre igual en sus modales y jamás desmentía la fama de distinguido que le caracterizaba.
Con esa su conducta, Francisco de Sales se adelantó al escritor inglés moderno, que decía:
– Es todo un caballero aquel que, estando solo, toma los cubitos de hielo con la paleta y no con los dedos para echarlos en el vaso del whisky…
Hoy la Iglesia nos ha recordado que, para acercarnos al mundo y hacer más atrayente la virtud cristiana, debemos cultivar con esmero todas esas virtudes llamadas humanas, que vienen a ser un substrato de la vida cristiana más sólida.
Por eso el Concilio nos recomienda:
– Aprecien todas aquellas virtudes que gozan de mayor estima entre los hombres, como son la sinceridad, la justicia, la fidelidad a la palabra dada, la buena educación, la moderación en el hablar…, los buenos sentimientos, la fortaleza de alma, sin las cuales no puede darse una auténtica vida cristiana (OT, 11. AA, 4)
El cristiano debe ser eso que decimos: todo un caballero, toda una dama, para realzar en sí la imagen de Cristo. Porque se ha dicho acertadamente que un pobre, educado, es un rey; pero un rey, sin educación, sería un plebeyo.
Contaban de un alto militar que no sabía conducirse bien en la mesa. Fue invitado a un banquete con la mala intención de reírse de él cuando le vieran comer el pollo. Efectivamente, al presentarle el plato, partió tan mal con el cuchillo su porción, que ensució el traje de los del lado. Y añadió sarcástico:
– Así, como se hace en campaña.
Tomó de nuevo cuchillo y tenedor, partió lo restante con elegancia señorial, y añadió:
– Y así, como se hace en sociedad.
El cristiano —en todo tiempo, y no a ratos, como el militar del caso— mira las virtudes humanas como el realce de la vida de Cristo que lleva dentro. Siempre, en todas partes, en el campamento y en el restaurante, en la oficina y en la sala de baile, igual que en la clase, en la Iglesia o en el hogar, hace alarde de su elegancia, demostrándose una persona superior.
Cuando así nos ha hablado la Iglesia en el Concilio, no hace más que repetir, con otras palabras, el consabido y siempre actual consejo de San Pablo:
– Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable; todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta, y practicadlo (Filipenses 4,8)
Hoy que la Iglesia quiere dialogar con el mundo para llevar el mundo a Dios, los cristianos sabemos esforzarnos en aparecer ante el mundo como los hombres y las mujeres más cabales. Queremos vivir la gracia de Dios con la mayor gracia humana.
Cuando el cristiano se nuestra grande como hombre o como mujer, manifiesta que lleva dentro algo superior que está por encima de las cosas del mundo. ¿Y no hace recordar que así, así debieron ser el primer hombre y la primera mujer salidos de la mano de Dios?…
Se ha dicho de Jesucristo que es el primer caballero del mundo (Lacordaire)
No podía ser menos, si es el hombre que Dios mandaba al mundo como ejemplar insustituible.
Esa finura, esa elegancia en sus modales, esa delicadeza, ese trato sin igual con el rico y con el pobre, son una herencia que legó a su Iglesia con el mismo amor que le dejó el ejemplo de su mansedumbre y de su humildad, de su caridad o de su pureza.
Jesucristo caballero, educado por una mujer-madre de la talla de María… Y el cristiano, como Él, que sabe llevar, lucir y comunicar con gracia toda la Gracia que Dios le diera…