Quejas criminales
13. agosto 2010 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesEl mensaje de hoy lo vamos a comenzar recordando un hecho de hace ya tiempo, en los años ochenta. Lo publicaron los periódicos y nos causó a todos mucha indignación. Empecemos por decir, en nombre de todos los pobres del mundo: ¡Dios perdone a los que nos dan semejantes escándalos, porque no queremos que esos hombres y mujeres se pierdan sino que alcancen su salvación!…
Recordemos primero lo sucedido, y sacaremos después nuestras lecciones humanas y cristianas. Nos va a venir bien para ver cómo estamos todos de sensibilidad social, que hoy es la traducción moderna de una caridad puramente evangélica.
Un norteamericano, magnate del comercio, quiso celebrar sus setenta años con la que había de ser la fiesta de la década. Para tan especial ocasión se escogió un palacio en el norte de Africa. Seis grandes carpas en los jardines de aquella regia mansión habían de acoger a los ochocientos invitados, con cientos de artistas para celebrar el acontecimiento. Tres aviones, fletados especialmente, transportaron a todos los invitados desde Nueva York.
Al llegar a su destino, el cortejo bloqueó las calles de la ciudad, fastidiando a sus pobres habitantes. En el fastuoso banquete se sirvieron cien corderos al estilo del país, y se descorcharon dos mil botellas de los vinos más afamados. Todo, a las mil maravillas.
Pues, bien, ¡hubo quejas muy divertidas! Que si los invitados tuvieron que esperar cuarenta y cinco minutos… Que en la carpa no había aire acondicionado… Que no se instalaron tomacorrientes para los secadores de cabello… Que faltó coordinación en el acompañamiento oficial del ¡Cumpleaños feliz!…
Y todo este derroche criminal —que costó una suma exorbitante de dinero— se llevaba a cabo y se elevaban estas quejas en un país donde una gran mayoría de los habitantes viven de hambre y de miseria. Esto, lo que traían los periódicos como un noticia digna de ser conocida en todo el mundo… (Malcom Forbes, autollamado “Profeta del Capitalismo”. Fiesta en Túnez. La Nación, Costa Rica, 18 Junio 1989)
¿Qué juicio nos merece un hecho semejante?…
¿De qué se quejan los invitados?…
¿Qué piensan los miles de pobretones que pululan por las calles de esa ciudad norteafricana y que pudieron ser testigos tristes y envidiosos de un derroche tan insensato?…
Finalmente, ¿qué diferencia existe entre esta bacanal y el banquete del epulón descrito por Jesús en el Evangelio?…
Son preguntas que servirían en una reunión de Biblia al comentar la parábola del mendigo Lázaro y el rico epulón. Aquí, nos sirven para una reflexión en una actualización del Evangelio.
Porque no dudamos de que un hecho así da pie para un buen examen de conciencia, ya que nos sirve para saber cómo estamos de sensibilidad humana y cristiana.
De esa sensibilidad, que podríamos llamarla un verdadero don de Dios. Nuestro pecado seria permanecer insensibles ante acontecimientos semejantes. Si nos duelen, es señal de que en nuestro espíritu anida el amor de Dios y del hermano.
Los derroches de dinero ante la mucha miseria humana tienen que herirnos en lo más vivo del corazón.
Porque si la miseria, la pobreza, las guerras, las catástrofes naturales que sepultan en la desgracia a tantos hombres, no nos dijesen nada, querría decir que tenemos el corazón de piedra.
Entonces, no haríamos nada por remediar tanto mal como nos rodea.
Entonces, tampoco habremos cumplido el mandato del Señor de amarnos, servirnos, ayudarnos.
Entonces, al no haber hecho el bien con nuestros bienes, habremos perdido la vida. Porque entonces, al no haber servido en la vida, ¿para qué nos habrá servido el vivir?…
Esto nos lleva a nosotros a mirar los bienes de la tierra como los miraba Nuestro Señor Jesucristo y nos enseñó a mirarlos en su Evangelio.
Los bienes materiales son regalo de Dios en tanto nos sirven para la vida y los sabemos aprovechar para la práctica del amor.
Dinero que se entrega al pobre es dinero que se coloca en el banco del Cielo con interés altísimo.
Dinero que se gasta en caprichos sin razón es dinero perdido del todo.
Dinero que se despilfarra ante la miseria de hermanos que no tienen un bocado que llevarse a la boca es un dinero que se vuelve contra el derrochador, como se lo recordaba al epulón el patriarca Abraham con Lázaro a su lado allá en las alturas…
Volviendo al caso que nos ha ocupado, los autores de aquel fiestón lo publicaron por todos los medios como noticia mundial. Cuando llegue el Juicio Final ya no nos llamará la atención, porque todos nos enteramos bien al detalle de un acontecimiento tan fuera de serie…
Eso de publicar en los periódicos fiestas en las que no pueden ni soñar tantos pobres que nos rodean, será muy elegante en sociedad, pero, mirado a la luz de la fe, es algo peor que una simple desatención…
Nosotros lo recordamos ahora para excitar más y mejor nuestra sensibilidad humana y cristiana.
Si lo miramos todo como bien hecho, si lo aprobamos, si no nos rebela…, somos tan culpables de tan imperdonable escándalo como lo fueron sus autores.
Afortunadamente, no sentimos así. Y no envidiamos nada a los invitados…
Si lo maldecimos, ante tanta víctima de la miseria como existe en el mundo, quiere decir que todavía tenemos sensibilidad social y que no estamos tan lejos del Reino de Dios…