Constancia

24. septiembre 2010 | Por | Categoria: Reflexiones

Existe una palabra en el diccionario que nos la sabemos muy de memoria, que la repetimos muchas veces, pero que nos da miedo en la realidad de la vida. Es la palabra constancia. Que tiene varios sinónimos, es decir, otras palabras que vienen a significar lo mismo, como las palabras tesón, tenacidad, empeño, perseverancia…

¿Por qué nos causan un poco de miedo estas palabras? Pues, sencillamente, porque todas significan esfuerzo, algo que cuesta, algo que fatiga, algo que nos rinde…

Al querer hablar hoy de la constancia, orientamos nuestra reflexión en una doble vertiente: en el sentido natural, tomando la constancia como una virtud humana; y en el sentido espiritual, como una virtud cristiana.

Si es cierto que la palabra entraña eso que nos cuesta, como es el sacrificio, es cierto también que estimula mucho nuestra generosidad con nosotros mismos.
Porque sabemos que nada que valga la pena en la vida se consigue fácilmente, sino que es una conquista a base de muchas energías, gastadas al parecer inútilmente.
¿Se puede alcanzar mucha ciencia sin mucho estudio? No.
¿Se puede amasar una gran fortuna sin mucho trabajo? No
¿Se puede disfrutar la paz del corazón sin vencerse muchas veces? No.
¿Se puede gustar la sabiduría sin mucha reflexión? No
Cuántas y cuántas preguntas más podríamos formularnos, para obtener siempre la misma respuesta: no se puede conseguir nada valioso en la vida sin trabajo, sin energía, sin perseverancia. Y la vida entera no se salva ante Dios si no es con la perseverancia en el bien, por largo que se haga el caminar.

Y esto, que podría parecer desalentador, es, por el contrario, una fuente de energías. El cobarde se tira para atrás ante las exigencias del triunfo. Pero, quien vale de verdad, se agiganta frente a ellas.
Cuando acaban unas Olimpíadas, todos los ganadores de las medallas atribuyen su triunfo al esfuerzo con que se han preparado. Y entonces mismo ya están hablando de la preparación que van a empezar casi de inmediato cara a las Olimpíadas siguientes. Prevén cuatro años duros, pero no se tiran para atrás ante el señuelo del oro, la plata o el bronce… Esas medallas están hechas, más que de precioso metal, de gran ilusión, de gran esfuerzo, de gran vencimiento, de incesante ejercicio.

Como siempre, nosotros, al hablar así, miramos nuestra existencia entera, que empieza en este mundo, pero que acaba en otro mundo por venir. Y la constancia la necesitamos para triunfar en la vida y para triunfar ante Dios.

Sin la constancia, desde luego, es imposible triunfar en la vida. Todos tenemos muchos arranques de generosidad cuando empezamos cualquier obra, lo mismo un nuevo curso en los estudios, que el nuevo trabajo en la oficina, que los primeros pasos en la marcha del hogar…
Cada obra tiene su luna de miel. El problema está en seguir sin desanimarse cuando aparecen las primeras dificultades y, en vez de gusto, no se encuentra más que cansancio y aburrimiento quizá.
Cuando se llega a este momento hay que contar sólo con las convicciones.
La convicción de que así es la vida.
La convicción de que es la hora del deber.
La convicción de que el triunfo viene siempre después de esta prueba.
Éste es el llamado punto muerto.  Es el momento de los valientes. Vencido, la causa está ganada para siempre.

Cara a Dios nos pasa lo mismo. La vida es corta, pero es también muy larga… Y la perseverancia en la vida cristiana no es solamente cosa de un día, sino de otro y otro hasta el fin, como nos lo dice la Palabra de Dios:
– La perseverancia os es necesaria para alcanzar la promesa (Hebreos 10,36)
Perseverancia en la Gracia de Dios, a pesar de la tentación y de la prueba a que se ve sometida.
Perseverancia en el deber del propio estado y profesión, en los que gastamos nuestra vida.

Aquel campesino se enfurecía cada tarde contra una roca enorme que le cortaba el paso en el camino y le obligaba a dar un rodeo molesto. Hasta que determinó dejar para siempre sus enfados. Acabadas las faenas del campo, en vez de enojarse, dedicó cada día un rato a la roca con el pico y la pala. Al cabo de unos años, la roca se había convertido en una casa solidísima, de ocho habitaciones en dos pisos, con escalera, dos ventanas y un balcón. Se hizo muy famosa en todo el país. El Gobernador le entregó el título de propiedad. El Rey y el Presidente de la Nación le hacían una visita expresa y después el Gobierno le concedía la Medalla del Trabajo, por trece años de un esfuerzo único (Paulino Bueno en Alcolea del Pinar, Guadalajara, España. Comenzó su original tarea en 1907)

No es de menos valor la condecoración que Dios nos concede a nosotros por el esfuerzo y la constancia en el deber cumplido. Hoy empezamos ilusionados, y nos cansamos a lo mejor muy pronto. Pero mañana damos un paso más. ¿Después?… No paramos en nuestro caminar, y, poco a poco, llegamos hasta el fin.

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