El mundo “tan trágico”…

10. septiembre 2010 | Por | Categoria: Reflexiones

¿Tiene importancia el que miremos mucho al mundo, el que nos preocupe su marcha, el que nos preguntemos sobre su situación? Mi respuesta personal es ésta: desde el momento que los mayores pensadores, y en especial los Papas, hablan tanto del mundo, es porque debe tener mucha importancia el tema. Y así, me atrevo a lanzar hoy estas preguntas:  
– El mundo moderno, nuestro mundo, ¿es bueno o es malo? ¿va bien o va mal? ¿hemos de ser optimistas o pesimistas sobre su destino?… Habrá muchas clases de respuestas. Nosotros, vamos a mirarlo bajo sus dos aspectos.

El Papa Pablo VI calificó muy bien al mundo moderno cuando dijo de él que era tan bello y tan trágico. Estas dos palabras del gran Papa nos van a inspirar dos mensajes. Hoy vamos a tender una mirada al mundo problemático, al trágico, según el Papa, a ese mundo que nos inspira serios temores. Aunque lo miraremos con bondad y comprensión. En otro mensaje miraremos al mundo actual en su aspecto positivo, al bello, que dice el Papa, porque contemplaremos también muchas cosas buenas en este mundo nuestro.

Sin pesimismos, miramos hoy algunos problemas del mundo. Sólo algún problema que otro, de los que nos tocan más de cerca.

Por ejemplo, el descenso alarmante de la natalidad. Se dice por ahí que pronto el mundo no va a poder mantener a tantos habitantes como piden entrar por las puertas de la vida, y se les cierran entonces éstas sin piedad. Sin embargo, nadie que piense y hable con seriedad cree en tal afirmación, pero hay que dar una razón u otra para justificar lo injustificable…

Es muy diferente la situación particular de una pareja, que, a lo mejor, sí: esa familia concreta no puede con más hijos. Pero decir que en el mundo no caben más habitantes, es una mentira bien clara. El problema es muy grave, porque las naciones del Primer Mundo, más elevadas económicamente, están contemplando un descenso que preocupa y alarma…

Este problema trae como consecuencia otro problema moral muy serio, como es el ansia desenfrenada del placer, al que se le ha quitado la compensación vigorizante del deber.

Cuando no se tiene presente el deber, entonces el ideal es disfrutar sin frenos ni barreras, sobre todo de ese don de Dios como es el sexo… E irá todo en cadena: uniones libres sin matrimonio, separaciones y divorcios a la orden del día, anormalidad de relaciones entre ambos sexos, enfermedades preocupantes para las que no se ve remedio pronto y adecuado…

Esto no es mirar las cosas con pesimismo. Es decir en voz alta lo que todos piensan porque lo ven nuestros ojos cada día.
Como los males van en cadena, veremos que todo acabará en el alejamiento de Dios. Los hombres huirán de Él como si fuera un enemigo.

Porque de esa ansia de placer sin control al secularismo y a la falta de religión, no hay más que un paso, un  paso que se da con la facilidad más natural. Como Dios y su Ley estorban, la fe y la moral se verán arrumbadas para siempre.
La vida no tendrá ningún sentido.

Se perderá la noción de la cuenta futura ante el Dios que nos juzgará, y nadie, desde luego, estará interesado en unos goces que se nos prometen, pero que nadie ha visto… Vivirán con naturalidad aquello de la Biblia:
– Gocemos de los bienes presentes…, y coronémonos de rosas antes de que se marchiten (Sabiduría 2,6-8)

Al vivir sin Dios y con semejante egoísmo, la paz en el mundo se hace un imposible. Para gozar, hay que tener… Vendrá la injusticia y la desigualdad social. Y las naciones, como los individuos, se querrán enriquecer a costa de quien sea. ¿Quién será capaz, entonces, de detener los enfrentamientos entre los pueblos? El clamor de las armas resonará entonces por doquier…

¡Qué pesimista!, dirán ustedes. No; ni soy pesimista ni lo quiero ser. En el mundo ha existido siempre el mal y Jesucristo vino a salvar al mundo, no a condenarlo. Aunque nos pidió a todos conversión. Palabra del Evangelio que nos da la solución a todo el problema.

Y me viene a propósito el caso del buen rabino judío, que quiso preparar la venida del Mesías con la conversión de todo el mundo. Puso manos a la obra, y empezó por plantearse la cuestión, dialogando consigo mismo:

¿Por dónde comienzo, por el mundo entero? -¡Oh, no! El mundo es muy extenso, es enorme…
¿Comienzo por convertir mi país? -¡Uff!, tampoco. La nación es muy grande…
¿Y si empiezo por mi ciudad? -¡No, no, que son muchos habitantes!…
¿Y si escojo sólo mi calle? ¡Ni hablar! -Con lo larga que es y con tantas casas…
¿Empezaré, pues, por mi casa?  -Tampoco. Son varios los apartamentos y con bastantes familias…
Bien, ¿empezaré por mi familia? -¡Pero, es que en mi familia somos varios!…
Entonces, ¡lo mejor será empezar la conversión por mí mismo!… (Wiesel)

¿Discurría bien o no discurría bien el avisado judío?…

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