El televisor otra vez

29. octubre 2010 | Por | Categoria: Reflexiones

Una vez dedicamos un mensaje al televisor, y les aseguro que nos llegó más de una felicitación junto con muestras de agradecimiento. Les damos también nosotros las gracias a ustedes por la buena acogida que dispensaron al escrito. Y porque se ve que interesa el tema, vamos a completar aquel mensaje anterior con esta reflexión de hoy.

Arrancamos de nuevo con una afirmación rotunda: el televisor, obra del ingenio humano, es un don de Dios. Un verdadero regalo suyo. Porque la televisión, si la sabemos aprovechar, está llamada a hacer mucho bien en el mundo.

Pero, como hacemos con tantos regalos de Dios, podemos emplearlo para el mal. Por eso, miramos el televisor en su doble aspecto, el malo y el bueno, para rechazar el malo y abrazarnos con el bueno.

Mirando el aspecto negativo, el malo, nosotros reprobamos todos esos programas que son la exaltación del sexo incontrolado, de la pornografía, de la violencia, de la religión sectaria o desprestigiada, de la información falseada, de la política que divide en vez de unirnos a los ciudadanos. Con esos programas no vamos a ninguna parte. Niños y mayores salimos perjudicados con esas imágenes que se nos meten por los ojos. Sobre todo nuestros niños —que las ven queramos que no, y por más que vigilemos—, son las víctimas primeras de programas irresponsables.

¿Y qué decir de muchas telenovelas? No a un cura regañón, sino a un notable profesor de universidad de nuestras tierras, y no venido de otros continentes, le oímos enjuiciar todas esas novelas producidas en nuestras repúblicas latinoamericanas. En Europa han sido bautizadas con el nombre curioso de culebrones. Nuestro profesor las enjuició con sólo dos palabras: -¡Pura basura!.

No me meto yo a discutir un dictamen tan severo del Profesor.
Pero hemos de decir que telenovelas así no hacen ningún bien, porque van metiendo poco a poco en las mentes la idea de que eso de la fidelidad, o de la unión perpetua y estabilidad del matrimonio, son una antigualla de otros tiempos y que, para estar al día, hay que mirar las cosas con más amplitud, es decir, con descarada inmoralidad, aunque el hogar se venga a tierra sin remedio.

Dejemos la cara fea del televisor para ver su cara bonita, ¡y qué bonita que es!
No decimos nada de esos programas especiales, por ejemplo, en Semana Santa, cuando nos deleitan con películas de largo metraje sobre la Biblia, sobre Jesucristo en especial, que ilustran nuestra fe y nos dan nociones de geografía y de historia dentro del misterio de la salvación.

El televisor es un regalo de la ciencia, de la técnica y de Dios por muchas cosas. Porque nos hace ver con mil facetas nuevas la belleza del amor, las maravillas de la Naturaleza o los esplendores de la fe. Nos trae saludos de todos los hombres cuando descubrimos sus tierras, admiramos sus costumbres, y nos comunican sus bienes. Nos distrae con las luchas del deporte sano. Entretiene a nuestros niños, a los que forma al mismo tiempo que los distrae, y hace que nos quiten a los mayores toda preocupación mientras ellos se divierten.

El televisor nos da la mejor y más actual información sobre el mundo, tan amado de todos. Nos familiariza con los grandes políticos, rectores de la sociedad. Y nos mete en los hogares la figura del Papa, el Vicario de Jesucristo, en sus viajes, en sus celebraciones, en sus enseñanzas, en sus bendiciones, poniendo en comunión a toda la Iglesia…

¿Sabemos lo que se merece el televisor cuando lo miramos así, en su aspecto malo como en el bueno?… Ya que al tener el televisor dos caras, la buena y la mala, nosotros lo miramos ahora en esas dos caras suyas: la una, la mala,  nos repugna y nos prevenimos contra ella, porque es como mirar a una mujer fea de verdad o a un hombre que pareciera un oso… La otra cara, la buena, es también como mirar a la mujer más bella o al hombre más galán… Puesto que el televisor es eso, bonito cuando trae buenos programas, y feo cuando los ofrece malos, nosotros lo vamos a tratar según su merecido.

Una prestigiosa revista católica norteamericana lo decía muy bien: el televisor se merece que hablemos con él mientras él nos habla.
¿Que nos trae cosas buenas? Le aplaudimos, a la vez que le gritamos contentos:
– ¡Bien! ¡Muy bien! ¡Bravo!…
¿Que nos ofrece imágenes feas o nos quiere meter ideas malsanas? Le abucheamos, y le decimos con desprecio:
– ¡Uffff! ¡Vahhhh! ¡Quita! ¡Fuera!…
Actuamos ante el televisor tal como lo hacemos en la cancha ante una jugada estupenda o ante una falla estrepitosa… ¡Cómo gritamos goool, y como silbamos al portero si ha fallado culpablemente!…

¿Vale la pena que aprendamos a hablar así con nuestro televisor?… Le pagaremos con la moneda que se merece: con aplausos o con silbidos. Y dejando la comparación, seguiremos un programa que vale la pena, y no haremos ningún caso de un programa indigno de nuestras convicciones morales.

¡Televisor! Maravilla de los hombres, regalo de Dios… ¡Televisor, te queremos! ¡Quédate en nuestro hogar! Pero, por favor, pórtate bien siempre, que nosotros queremos portarnos bien contigo…

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