Un Restaurante-Universidad

10. diciembre 2010 | Por | Categoria: Reflexiones

Todos sabemos el influjo enorme que hoy día tiene la publicidad, la propaganda, el anuncio. Un producto puede ser lo mejor de lo mejor. Si no cuenta con mucha publicidad, ha nacido casi muerto. Otro producto puede ser de muy escaso valor. Si se lanza a la calle con mucha propaganda, tiene el mercado asegurado al cien… ¿Entonces? Viene ahora la técnica de la publicidad. El anuncio ha de entrar por los ojos, ha de excitar la curiosidad, ha de hacerse comprensible, ha de apasionar, si es preciso. Que diga verdad o mentira, es lo de menos; el caso es que llame la atención…

¿Dónde se encontrarán los motivos para hacer un anuncio que sea buen reclamo?… En todo lo que guste, en todo lo que atraiga. ¿Y qué ha sucedido? Pues, lo que tenía que suceder. Que como lo más llamativo, lo más atrayente, lo más apasionante es el sexo, la publicidad nos mete la imagen del sexo de todas las maneras habidas y por haber. ¿Qué tendrá que ver una llanta de camión con una mujer semidesnuda? Pues la mujer estará sobre la llanta, no lo dudemos, casi en vestido de paraíso…

Todo esto lo decimos con humor. Parece que hasta riendo o haciendo broma. Sin embargo, la cuestión es más seria de lo que parece.
La publicidad  —que debe ser interesante, elegante, atrayente— se ha convertido en pornografía.
Y la mujer —toda mujer, nuestra vecina, nuestra amiga, nuestra hermana, nuestra madre, nuestra novia, nuestra esposa— es la que paga la parte peor, porque se la degrada.
Pero los perjudicados somos todos. Porque nos vamos haciendo insensibles al mal, y hasta miramos después los cuadros más atrevidos con la mayor naturalidad del mundo.

Por eso, les cuento lo que me tocó ver un día. Una estampa completamente al revés. El bus se paró ante un restaurante en plena carretera, y había que entrar en él por necesidad a tomar un bocadillo y un refresco, después de rodar y rodar tanto. Y en aquel restaurante, en vez de cuadros indecentes o atrevidos, no se veía por todas las paredes y el pasillo más que cuadros pequeños con leyendas moralizadoras. Yo disponía de pocos minutos para copiar, pero pude escribir unas cuantas de aquellas leyendas en un bloc de notas, que las traigo aquí, y no todas, sin orden alguno:
– El aseo acredita su personalidad.
– Detrás de la pereza viene la pobreza.
– Conecte el cerebro antes de poner a funcionar la lengua.
– No hay cosas imposibles, sino personas incapaces.
– La paciencia es señal de inteligencia.
No sé si tendré ocasión de pasar otra vez por ese simpático restaurante. Pero dejaré de tomarme una coca cola —mejor dicho, me la llevaré conmigo encima, al menos para hacerles el gasto— a trueque de disponer de más minutos para copiar los eslogans de todos los cuadros. Un rato en aquel establecimiento público se convierte en una clase muy docta de Universidad…
Porque nos enseña dos lecciones importantes.
Primera, que la sexualidad, exhibida en tantos carteles, no es ni el único ni el mejor reclamo para atraer a la gente de buen gusto.
Segunda, porque, además nos trae a la mente la palabra del Señor:
– ¡Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios! (Mateo 5,8)

Sobre la primera lección, nos podemos formular la pregunta más normal:
– ¿Puede haber limpieza de alma en la sociedad, y descubrir en ella a Dios, cuando todo el día se está metiendo por los ojos de los ciudadanos tanta imagen indecorosa?…
Es casi pedir un imposible.
San Pablo decía que, por lo indigno que resulta, no se podía ni contar lo que los paganos hacían a escondidas (Efesios 5,12). El pobre San Pablo se quedaría asombrado, al ver cómo todo eso se nos ofrece hoy, a plena luz del día, en nuestros países cristianos.

No menos interesante resulta la segunda lección: que vale la pena hacer pensar a los que se pasan el día entero sin discurrir, sin reflexionar, sin concentrase en cosas serias y de provecho. Decía San Agustín que un entendimiento que discurre, que piensa, que reflexiona, es el principio de todo bien.

Y es algo muy sabido que hoy no nos dedicamos a pensar, porque los medios de comunicación nos dan ya todo bien cocinado, como decimos familiarmente. De aquí, que cuando leí todos aquellos pensamientos distribuidos tan abundantemente por las paredes, me vinieron ganas de dar gracias a Dios al encontrar gentes sensatas que se proponían hacer el bien entre tantos viajeros.

Y pensé más. Pensé que todos aquellos letreros, tan humanos y tan cristianos, eran semillas como las que lanzaba Jesús en el surco. Habrá granos que caerán en el camino duro, en terreno pedregoso o entre zarzales. Pero habrá también granos que caerán en tierra buena, en corazones bien dispuestos, y habrán producido cosecha abundante de buenas obras. El Evangelio se puede sembrar de muchas maneras, y la forma en que lo hizo el simpático restaurante no es por cierto la más desacertada…

¡Restaurante de la carretera! Te cobras bien los bocadillos y los refrescos. Pero, con tus cuadritos, nos brindas gratis unas lecciones soberanas…

Deje su comentario

Nota: MinisterioPMO.org se reserva el derecho de publicación de los comentarios según su contenido y tenor. Para más información, visite: Términos de Uso