El dinero, ¿para qué?…
25. febrero 2011 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesCuando se nos habla de dinero, de plata, pronto se nos ponen bien atentos los oídos. ¿Por qué será?…
Es bien conocido ese dicho de que todo obedece al dinero. El dinero mueve, sostiene y prospera todas las obras humanas. Sin dinero no se hace nada en el mundo.
Cuando se proyecta una obra, lo primero que se hace es el presupuesto, y después, sin que nadie se exima de esta regla, viene el modo de financiación. Las cosas son así, y no las sabemos cambiar.
Sólo a nivel de la fe, y con el ejemplo de Jesucristo delante, cambian por completo las cosas. Jesucristo llamó al dinero producto de iniquidad, y por algo lo diría… Un gran convertido, escritor italiano moderno, haciéndose eco del Evangelio y con frase que se ha hecho mundialmente célebre, llamó al dinero: estiércol de Satanás (Papini)
Por eso, todos vemos cómo en las grandes obras de Dios se empieza por poner el fundamento de la fe en la Providencia, y no en el medio humano del dinero. Y si manejamos dinero en las obras necesarias, siempre nos gusta hacerlo con la mirada puesta allá arriba, para no equivocarnos…
Pero, como siempre, es el mismo Dios quien nos da la norma prudente y sabia para movernos en un terreno tan movedizo.
El dinero, fruto del trabajo y ahorrado con discreción, es necesario para la vida y es una virtud.
Sin el dinero ganado y ahorrado, pueden venirnos males que Dios no quiere.
Es posible que todos recordemos con viveza aquel día aciago para tantos conciudadanos y amigos. La caída vertical de la Bolsa de Nueva York tuvo repercusión mundial, y dejó a incontables personas en situación difícil y hasta desesperada. Pero en uno de nuestros países centroamericanos tuvo acentos de tragedia. Al quebrar una financiera, como consecuencia de la caída de Nueva York, todas las demás se vinieron al suelo, causando la ruina de incontables familias.
Como aquel amigo, que tenía ahorrado el equivalente a unos quince mil dólares, con lo que iba a comprar —¡por fin!—―la casa tanto tiempo soñada. A punto de cerrar la operación con una corredora de bienes raíces, prefirió esperar un poco más. Al día siguiente vino el hundimiento de la Bolsa y de las financieras, y se quedó sin el dinero, sin la casa, sin nada, y sólo le restó la resignación dolorida, de la que curaría muy difícilmente…
Cosas tristes de la vida, cuyo recuerdo nos lleva ahora a otras esferas.
Nunca nos dirá Dios que no hemos de trabajar y no ser previsores para la vida. El trabajo y el ahorro son un deber y una obligación estricta, como nos lo recuerda la Palabra de Dios con una comparación bellísima, al decirnos:
– Perezoso, aprende de las hormigas (Proverbios 6,6; 30,25)
Porque esos animalitos, en aquellos países mediterráneos de la Biblia, no se dan un momento de reposo durante el tiempo de la cosecha en el verano, y hacen buenas provisiones de trigo. Es interesante verlas arrastrar penosamente un grano más grande que ellas. Pero cuando llega después el invierno frío y la tierra no produce nada, las hormigas no pasan hambre y tienen bien asegurada su existencia.
El trabajo, al que irá unido siempre el ahorro, es un deber humano y cristiano del que nadie se puede eximir. Trabajamos para ganar, y ahorramos para asegurarnos la vida.
El ahorro prudente es totalmente distinto de la acumulación avara, muchas veces injusta y hasta necia, de capitales que nunca aprovecharán al que los trabajó, y Dios sabe en qué manos irán a parar…
Cuando se satisfacen las necesidades personales y familiares, y se aseguran debidamente las fuentes de producción —provechosas para los propios descendientes y la misma sociedad— el destino mejor que se da al dinero es su colocación en las manos de los pobres, en las instituciones de beneficencia, en las incontables obras de caridad y de apostolado que desarrolla la comunidad cristiana (Lucas 106,9)
El emperador Carlos V dejó en su testamento dinero para celebrar miles de misas por su alma… Cosas de aquellos tiempos.
Hoy pensamos de modo muy diferente. Mejor que meterse a oscuras en el túnel de la muerte, y hacer que la luz venga por detrás y nos siga, es más prudente iluminar antes el túnel y adentrarse después en él con toda seguridad, haciendo que la luz del amor y de la caridad cristianas vayan por delante…
Es lo que hace el dinero colocado allá arriba con anticipación.
Cuando murió la Princesa Diana se suscitaron en todo el mundo todos aquellos interrogantes acerca de su comparecencia ante Dios. Hubo mucha frivolidad en torno a ella, pero también hubo mucha seriedad, comprensión y cariño. El juicio, naturalmente, quedó en la mano de Dios.
Pero en una cosa estuvimos todos acordes, empezando por la Madre Teresa de Calcuta, que a los cinco días la iba a seguir en su camino: que la linda Princesa tenía muy buen corazón, y, en medio de sus disparates, sabía abrir la mano con generosidad a los pobres…
Jesús, cuando habla del dinero, de las riquezas de aquí, es terrible unas veces y otras es comprensivo y hasta tierno en sus exhortaciones, como cuando nos dice:
– Atesorad riquezas en el Cielo, donde no entra la polilla ni roban los ladrones (Mateo 6,19-20)
Como podía haber añadido: donde la bolsa no baja, ni quiebran los bancos, ni se desmoronan las financieras…