Testigos

11. febrero 2011 | Por | Categoria: Reflexiones

Los que decimos tener buena voluntad, y queremos ser cristianos de veras, nos hemos empeñado hoy en formar un mundo nuevo, el mundo mejor. ¡Como quien no dice nada! Es una empresa de titanes…
Porque, para construir ese mundo nuevo, es cuestión de remover todas las cosas desde sus cimientos: eliminar el mal e implantar el bien; meter a Dios allí de donde hubo de ausentarse por malicia de los hombres, y echar al enemigo del puesto donde se impuso un día como soberano…

¿Que esto es una utopía? ¿Que esto no se va a dar nunca? ¡Pues, claro que se dará!…
Tenemos fe en la palabra de Jesucristo, que nos dijo valiente, cuando estaba a punto de morir, y cuando el mundo se creía que le ganaba la batalla última a Aquel atrevido innovador:
– Ha llegado la hora de echar fuera al príncipe de este mundo. ¡Confiad! Al mundo lo tengo yo vencido.
Por lo mismo, no soñamos. Sabemos bien lo que decimos. Sabemos bien adónde vamos.

Ante esta empresa de decididos, de generosos, de soñadores a lo divino, cabe sólo preguntarse:
– ¿Qué hemos de hacer? ¿Qué me toca hacer a mí?…
En el mundo de las almas —¡tan diferente del mundo de las armas!— el único argumento que convence, la única razón que se entiende, la única palabra que no se cuestiona, es el testimonio de la propia vida.
Si digo que creo en Jesucristo, he de mostrar en mí la imagen de Jesucristo.
Si digo que hay que rezar, porque un mundo que no reza se aleja cada vez más de Dios, he de empezar por mí y rezar siempre.
Si digo que en el mundo moral no se puede respirar por la contaminación del aire, he de comenzar por hacer de mi vida un cielo despejado.
Si digo que quiero justicia y amor, he de empezar por mí y alargar mis manos a quien me tiende las suyas pidiendo socorro.
Si digo que en el mundo no hay más que tinieblas, he de hacer mía la consigna de Pablo: brillar como una antorcha en medio de la oscuridad…

Jesucristo nos dijo con suma autoridad:
– Aprended de mí…  Os he dado ejemplo para que vosotros hagáis lo mismo que yo.
Pablo se atreve a decir valiente:
– Imitadme a mí, igual que yo imito a Cristo.
Es muy conocido el caso del protestante con el sacerdote católico respecto de la Eucaristía. Sabemos que en las iglesias separadas no se admite la presencia real del Señor en la Sagrada Forma, sino que se tiene a ésta como un recuerdo, como una memoria del Señor, mientras que, para nosotros, los católicos, Jesucristo está verdadera, real y sustancialmente presente.
¿Cómo hacer creer esta verdad a un hermano separado?…

Aquel protestante entra en el templo católico, sin que nadie lo advirtiera, y se sienta detrás de una columna. A su vez, entra también el párroco pensando que nadie le ve. Y, como si estuviera delante de todo el público, hace devotamente la genuflexión ante el Sagrario, se arrodilla delante de él, permanece allí un buen rato en oración recogida, y, al querer marcharse, el protestante que se le planta delante:
– Sí, Padre; ahora sí creo lo que creen los católicos. ¡Jesucristo está aquí! Yo acepto entrar en la Iglesia Católica para poder recibir a Jesucristo en la Comunión.
Esto es una confirmación de la frase inmortal que en nuestros días nos dictó el gran Papa Pablo VI:
– El mundo escucha mejor a los testigos que a los maestros.

Más de una vez ha salido en nuestros mensajes el recuerdo de la primera mujer norteamericana canonizada: Santa Elisabeth Seton. Una mujer excepcional, escogida por Dios para ser la iniciadora de las escuelas parroquiales católicas de Estados Unidos, las cuales han hecho un bien incalculable a la Iglesia.
Pues bien, ¿a quien se debe el que tengamos esta Santa preciosa? A la familia que en Italia la acogió con amor cuando Elisabeth perdió en aquel viaje a su esposo y quedó viuda joven con cinco hijos. Aquella familia italiana, de profunda fe católica, no dejaba por nada sus prácticas religiosas, pero sobre todo la Misa dominical y la Comunión. Elisabeth observa y les acompaña al culto católico. Ve el fervor con que comulgan. Empieza a darse cuenta de que en la Hostia de la Misa hay algo más que un recuerdo del Señor, y que allí debe estar presente el mismo Señor. Le vienen ganar de comulgar, se prepara, y, regresada ya a Estados Unidos, ingresa en la Iglesia Católica para tener la dicha de comulgar como aquellos sus amigos italianos…
El testimonio de una familia católica nos ganó una Santa semejante.

Así, y sólo así, cuando los creyentes manifestamos lo que llevamos dentro, arrastramos a todos hacia Cristo.
Así, y sólo así, metemos en el mundo a Cristo, fermento que transforma la masa.  
Así, y sólo así, se irá cambiando y se irá configurando el mundo conforme a la imagen que de él se trazó al principio el Creador y el Salvador.

¡Danos, Señor, un mundo nuevo!
¡Danos, Señor, un mundo mejor!
Haznos, Señor, mejores y nuevos a los tuyos, que somos los responsables de que el mundo vaya bien o vaya mal, ¡y queremos que vaya bien, muy bien, para el mayor bien de todos!…

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