¿Y dónde estuvo Dios?…

4. marzo 2011 | Por | Categoria: Reflexiones

Nos propusimos con nuestro Programa el llevar noticia de Dios a muchos hermanos nuestros. Lo hemos llamado desde el principio ESTOY PENSANDO EN DIOS, y en el mensaje primero expusimos claramente nuestro pensamiento: pensamos en Dios porque lo amamos, y porque lo amamos lo queremos meter en todas partes. Queremos que el Dios que va a ser el Dios todo en todos durante la eternidad, lo sea ya también ahora, en el mundo que habitamos, sin esperar al mundo futuro.
Por eso nos preocupa el que muchas veces no encontramos a Dios en muchos actos de la vida civil en que nos gustaría verlo.
No hablamos de la vida religiosa o del culto, pues, eso ya se sabe: en el culto, sea de la religión que sea, Dios es el centro y Dios lo llena todo. Pero es que Dios ha de trascender el culto para meterse en todas las actividades de la vida diaria.

Ponemos el caso —y sólo como una comparación— de las Olimpíadas.
Cada cuatro años vemos pasar ante nuestros ojos las Olimpíadas, acontecimiento mundial que nos deja fascinados. Cada vez se superan unas a otras, porque la ciudad organizadora se quiere lucir de verdad.
Pero a nosotros, los creyentes, nunca nos pasa desapercibido un detalle que deja a muchos en un suspenso inquietante: ¿Y dónde está Dios?…

Es cierto que suele abrirse un centro de culto para cuantos deseen encontrarse con Dios. Un Centro de Abraham, por ejemplo, donde convenían los atletas de las tres religiones monoteístas —cristianos, judíos, musulmanes— que adoran al mismo y único Dios. Pero, en los actos oficiales de las Olimpíadas, ¿dónde aparece Dios?…

Se ha olvidado que el fuego del pebetero —prendido una vez de un flechazo magistral que nos pasmó a todos— era en las Olimpíadas originales griegas el fuego divino, que bajaba de los dioses a la tierra, como signo de su presencia que protegía los juegos. Hoy, nada. El fuego, sí; Dios, no.

Para Dios no hay ni una palabra, ni un signo, ni una alusión. Entre las autoridades que abren y cierran el acontecimiento, no estaría mal una frase como éstas:
– En el nombre de Dios, que a todos nos bendice….
– Gracias a Dios, en quien todos creemos.
A veces se ve a algún que otro atleta iniciar su carrera santiguándose antes. Fuera de esto, nada, no hay nada para el Ser supremo. ¿Es que Dios estorba?…

Si las Olimpíadas, culminación del deporte moderno, son dignas del hombre, lo son también de Dios. Y entonces, debe tenerse en cuenta, y confesar sin rebozos, aquello del apóstol San Pablo:  
– Todo lo que sea verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo limpio, todo lo estimable, todo lo de buena fama, cualquier virtud o mérito que haya, todo eso tomadlo por vuestro… Así el Dios de la paz estará con vosotros (Filipenses 4,8-9)
Pero, no estamos hablando de Olimpíadas, las cuales nos sirven sólo para una reflexión que va mucho más allá que ellas. Nosotros las saludamos con gozo cuando nos llegan cada cuatro años. Y queremos que ellas hermanen a los hombres y nos lleven también a Dios.
Sin embargo, la ausencia de Dios que notamos en ellas es un signo de nuestro mundo de hoy.

La sociedad se está secularizando de un modo alarmante, y vuelve a un paganismo que preocupa de veras. En esta situación, nos van muy bien los versos del poeta (José Zorrilla):
– Dichoso el que conoce –  que Dios tan solo llena –  el corazón del hombre.
Nuestra sociedad será feliz sólo y exclusivamente cuando en su corazón se meta Dios. Cuando se cante y se baile, como nos dicen los Salmos y los Profetas, al son de los instrumentos que alaban al Señor.

La nación que hoy lidera al mundo tomó desde sus inicios como lema, y estampó en sus monedas, esta leyenda memorable: -In God we trust: nosotros confiamos en Dios.
Y con todos los defectos que nosotros queramos señalar a ese pueblo, y que ellos pregonan con estadísticas interminables, nos atrevemos a preguntar: ¿se equivocó tal vez Estados Unidos al poner su confianza en Dios? ¿Se equivoca todavía hoy, cuando no empiezan ningún acto importante sin la imprescindible invocación, para la que antes llaman a algún ministro religioso?…

Una artista de nuestros días ha confesado:
– Mi secreto es rezar. Soy una persona bendecida (Dyan Cannon)
Bendecida ella, y bendecidos todos los que hacen lo que ella practica, sin que Dios les estorbe nunca…

Muchas cosas buenas, excelentes, ejemplares —como la fraternidad entra tantas naciones— es lo que  aprendemos de unas Olimpíadas. ¡Lástima que no nos den también una lección que resultaría imborrable en tales circunstancias, como sería el empezarlas y acabarlas en el nombre de Dios.

No hacen eso las Olimpíadas, pero lo hacemos nosotros en cualquier empresa o trabajo que realizamos.
Porque cuando Dios está en el principio, en el medio y en el fin de las cosas, nada fracasa y todo centuplica su valor.
Con Dios que ayuda y hace correr, las medallas se cosechan a puñados y los corazones se funden en una hermandad irrompible…

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