Juventud y sensatez

23. septiembre 2011 | Por | Categoria: Reflexiones

Al leer la  Biblia nos encontramos con elogios grandes a la vejez venerable. Las canas y una calva reluciente eran el ornamento de que más se gloriaba un hombre, porque eran el símbolo de la sensatez y la prudencia. Resultaba un sueño para todos el llegar a sentarse en la reunión de los ancianos. Cuando leemos la Biblia nos damos cuenta de que ésta era la realidad que se vivía en Israel: toda una gloria el formar parte en el club de los ancianos…

Por otra parte, los jóvenes se llevan unas predilecciones de excepción, como es el caso de Juan con Jesús. El más joven de los apóstoles era también el más querido, manifestado por Jesús más con gestos que con palabras. Y lo mismo hace con aquel joven que le pregunta por las salvación y al que Jesús propone la perfección más subida. Lo amó, dice el Evangelio recalcando cuidadosamente la palabra.
Entonces, ¿qué es lo más deseable: ser una persona cargada de madurez o una persona joven, idealista y soñadora?…

Un famoso escritor inglés expresó su deseo de que cada hombre pudiese vivir trescientos años, para poder disfrutar de una madurez tan larga como hubiese sido también larga su juventud (Kent)
Pero otro escritor no menos famoso, y también inglés, comentó atinadamente que el católico tiene una madurez y experiencia mayor que el de los trescientos años, ya que el católico, fiel a su Iglesia, goza de la experiencia y el criterio de dos mil años (Chesterton)

Le sobra razón a este escritor convertido. Porque el cristiano católico, al enlazar con Jesucristo mediante el magisterio de sus Obispos unidos al Papa, juzga de todo según los valores eternos del Evangelio, sin hacer caso de esas novedades que hombres malvados e irresponsables meten a la fuerza dentro de la verdad enseñada por el Señor.
Al recibir en toda su pureza y sin alteraciones la verdad de la Iglesia, el católico tiene y vive en sí mismo la seguridad que le brinda la palabra de Cristo, el único Maestro que se ha atrevido a decir:
– El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Mateo 24,35)

¡Hay que ver lo importante que resulta hoy tener esta convicción! Como los medios de comunicación social nos lo dan todo hecho, y pensamos conforme a lo que nos imponen para pensar, los únicos que se salvan de caer en mil errores son los que se mantienen firmes en sus convicciones cristianas y católicas.
Todos esos católicos piensan con Jesucristo, y no con la moda del día. La Iglesia es la única Maestra de la cual se fían sin miedo ni complejos, y por eso se mantienen en tanta sensatez a la par que en tanta apertura.

A estas horas nadie recuerda las grandes equivocaciones que han sufrido muchos respecto de inventos o hechos hoy totalmente aceptados por todos.
Por ejemplo, nadie puede creer que la Academia Francesa rechazó en su día el empleo de una raíz medicinal, la vacunación, el pararrayos y la máquina a vapor…
Por ejemplo, grandes físicos de los siglos diecisiete y dieciocho descartaron como equivocada la ley de la atracción universal descubierta por Newton.
Por ejemplo, los viajes de Marco Polo fueron considerados por mucho tiempo como puras fantasías literarias, hasta que se confirmaron por los relatos de otros exploradores.

¡Cuánta equivocación humana! Y en cosas así se puede equivocar también la Iglesia, porque cosas como ésas no entran en el ámbito de la enseñanza específica que le confió Jesucristo.
Porque la Iglesia no se equivoca jamás en lo que es competencia suya: en la verdad que le enseñó y le confió Jesucristo acerca de Dios, en la interpretación de la Biblia, en dictaminar la ley moral inscrita por Dios en el corazón del hombre… En esto la Iglesia no se equivoca nunca, y todo lo mira con inalterable serenidad de juicio.

Y sabe la Iglesia que dentro de varios siglos habrá cambiado la mentalidad del mundo sobre muchas cosas de la ciencia y de la técnica —y ella será la primera en promoverlas, abrazarlas y defenderlas—, pero sabe también que lo que no habrá cambiado es esto que ella piensa y enseña, porque es la verdad que Jesucristo le enseñó y el Espíritu Santo le comunica de continuo.
Por eso el cristiano, que piensa con la Iglesia, tiene la madurez del anciano y la intuición del joven. Piensa por sí mismo, porque no pierde su personalidad, pero detrás está el Espíritu Santo, más antiguo y más joven que nadie…

Tanto la madurez como la juventud no son cosas del tiempo o del organismo. Cada día comprobamos que hay viejos con una juventud de espíritu espléndida, mientras que vemos jóvenes con una vejez prematura y decrépita que es una lástima.
La Palabra de Dios, transmitida por la Iglesia, al formar el criterio más sano y certero, y al mantener la mente llena de ideales y de ilusiones, combina en sus hijos estos dos términos, al parecer tan opuestos, como son la ancianidad de los trescientos años y la juventud de los veinte.

La Iglesia Católica es la única institución del mundo que tiene veinte siglos. Al final tendrá cincuenta o cien o mil siglos —¡quién sabe!—, y será más veterana que hoy, pero a la vez tan joven como siempre. Y a cada hijo suyo —como lo hace con nosotros ahora— le da y le dará constantemente la sensatez del anciano y la ilusión del joven soñador…

Deje su comentario

Nota: MinisterioPMO.org se reserva el derecho de publicación de los comentarios según su contenido y tenor. Para más información, visite: Términos de Uso