¡Aguanta!…
21. octubre 2011 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Reflexiones¿Hay alguno que nos diga cuál es el peor enemigo con el que tiene que luchar para conseguir éxitos en la vida? En la vida y cara a Dios, es lo mismo… Pues, dicen, que el peor enemigo que existe es el TIEMPO. Si esto es verdad, ¿por qué no convertimos el tiempo en nuestro mejor aliado? ¿Para qué nos va servir la virtud de la CONSTANCIA?…
Al querer hablar de la constancia nos metemos con una virtud muy humana y muy cristiana también.
Quien no es constante en las cosas que emprende, no triunfa nunca en la vida ni pasa nunca de ser una pobre medianía.
Y quien no es contante en los asuntos de Dios podría jugarse hasta su porvenir eterno, pues la palabra de Dios todavía sigue en pie:
– Tenéis necesidad de la constancia para que, una vez cumplida la voluntad de Dios, alcancéis a poseer lo que se os ha prometido (Hebreos 10,36)
Si somos cristianos santamente ambiciosos, sabemos que para cargarnos de mérito no basta una vida rutinaria, sino la vida esforzada que requiere una constancia sin límites en el trabajo por el Reino.
Nos hemos preguntado: ¿Por qué el tiempo es el peor enemigo? Pues, porque es un enemigo encantador. Callado, jamás alza la voz. Nunca declara la guerra ni presenta batalla abiertamente. Se limita a esperar, y, sin darnos cuenta, lo ha destruido todo, lo ha corroído todo, lo ha pulverizado todo. Ante él no han valido ni los buenos propósitos, ni las promesas más firmes, ni las palabras empeñadas con más honor.
En nuestra vida ocurre lo mismo que en las mayores edificaciones existentes. Las grandes pirámides y la esfinge de Egipto parecían construidas para milenios sin fin. Hoy están las naciones comprometidas en salvar de la erosión esas obras monumentales, patrimonio de toda la Humanidad, y, sin embargo, ellas se van corroyendo de manera irreparable. Solamente un esfuerzo gigantesco de la ciencia, unido al empeño de todos los visitantes, serán capaces de conservarlas por otros cinco mil años más, arrancándoselas de sus garras al tiempo destructor.
Si esta es también la condición de nuestra naturaleza en el orden espiritual, ¿estamos por eso perdidos? ¿Nada podemos hacer contra el cansancio? El tiempo que nos espera, ¿va a ser más fuerte que nosotros?… En modo alguno.
Vemos, efectivamente, cómo siempre comenzamos bien las cosas. No hay actividad o profesión que no tenga sus principios llenos de ilusión. Pero viene después el cansancio fatal, el tiempo paciente y destructor.
El estudiante empieza muy bien en el colegio o la universidad. ¿Por qué decae y no aprueba el año? Pues, porque no vence cada día la desgana con un nuevo esfuerzo.
El matrimonio comenzó con luna de miel dulcísima. ¿Cómo es que ahora se está desmoronando? Porque le faltó cada día ese dominar el mal carácter, la incomprensión y la falta de ilusión.
Y así en mil cosas más.
Por esta razón hemos de contar con esa virtud humana que se llama constancia, la cual se encarga, con esfuerzo y paciencia, de vencer poco a poco al tiempo tranquilo y astuto.
Empezar es de todos. Acabar, de pocos. Y estos pocos son los que le presentan cara al tiempo, y lo vencen no con violencia, sino oponiéndole cada día un poquito de esfuerzo en los puntos que se presentan más débiles.
Todos hemos oído hablar de la fábrica gigantesca alemana de acero fundido, que con casi dos siglos ya de existencia ha dado ocupación a miles y miles de obreros. Lo curioso es ver cómo fueron sus inicios. Aún hoy día se muestra la casa primera de los Krupp, una planta baja en la que trabajaban como simples capataces. El fundador de la compañía, a principios del siglo diecinueve, pasó toda clase de contradicciones. Todos a una le decían que se dejase de fantasías, que aquella empresa iba a su ruina total. Pero, con una tenacidad muy alemana, con un esfuerzo cada día, la humilde casa de los peones se convirtió en ese complejo industrial imponente, admirado y envidiado por todo el mundo.
La constancia paciente venció a ese enemigo pasivo y terrible que se llama tiempo.
Es sabido cómo las construcciones más resistentes de piedra solidísima se dejan atravesar por una cosa tan débil al parecer como el agua, de la cual se dice: La gota agujerea la piedra, no con violencia, sino cayendo muchas veces.
Es ésta una regla que no tiene excepciones. El que persevera en un trabajo, triunfa siempre.
El estudiante se hace sabio. El agricultor, un perito. El mecánico, un especialista. El profesional, una autoridad…
La enfermera, la maestra, la secretaria, el ama de casa…, se convierten en unas mujeres excepcionales.
Y todos, con perseverancia en nuestras decisiones ante Dios, en unos santos…
San Pablo quería que esta constancia la llevásemos al problema de la salvación, y por eso nos dice:
– Aguantad firmes e inconmovibles en obrar el bien, sabiendo que vuestro esfuerzo no es inútil ante el Señor (1Corintios 15,58)
Entonces, con nuestra constancia, el tiempo, de enemigo que era, se ha hecho el compañero de nuestro triunfo.