¡Todos alegres!

18. noviembre 2011 | Por | Categoria: Reflexiones

El Papa Pablo VI, que percibió tan finamente las necesidades de la Iglesia y del mundo moderno, nos sorprendió a todos con un documento importante sobre la alegría.
No hay duda de que el Papa era consciente de lo que se hacía. Hoy el mundo tiene medios para disfrutar de la vida como no los ha tenido nunca. Y, sin embargo, la tristeza hace estragos en multitud de almas. Los sociólogos y los educadores están acordes en decir que el ruido ensordecedor de la discoteca o el consumo de la droga son una evasión ante la falta de alegría que siente sobre todo nuestra juventud.

Para volver a la alegría, hay que volver ante todo a los valores del espíritu. El apóstol San Pablo la llama la alegría de la fe (Filipenses 1,25). Desde el principio, el gozo en el Espíritu Santo (Romanos 14,17) ha sido una característica de la Iglesia. El cristiano, porque es un santo, sabe que no puede ser un tristón, porque un santo triste es un triste santo…

¿Dónde está el fundamento de la alegría cristiana?
Hemos de decir, ante todo, que la alegría necesita un clima, un ambiente, un entorno en el cual desarrollarse.
Muchos hermanos nuestros no viven hoy la alegría porque carecen de lo más indispensable para tener una alegría elemental.
La pobreza injusta, la violencia, la marginación, la falta de trabajo, son obstáculos serios para la felicidad a la cual tienen un derecho irrenunciable.

Pero, dejando aparte es situación límite, el cristiano tiene unos motivos grandes para sentirse siempre alegre y feliz.
La causa de nuestra alegría la proclamó Jesús cuando dijo: ¡Dichosos los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios! Los que tienen pura la conciencia disfrutan de la vida como nadie. Ven en todo a Dios y Dios es la suprema alegría.
La paz del corazón no les abandona nunca. Surgen las tempestades, y ellos, como el niño que jugaba en el puente del barco en medio del oleaje furioso, saben decir con tranquilidad pasmosa: Mi padre es el capitán y lleva el timón…
Experimentan la realidad de las palabras de Jesús:
– La paz os dejo, mi paz os doy. La paz que yo os doy no es como la paz del mundo… Mi gozo está en vosotros, y vuestra alegría queda colmada (Juan 14,27)

El primero en asegurarnos la realidad de esta alegría es San Pablo, que nos dice:
– Estoy que no puedo con mi gozo, en medio de tanta tribulación.
La emperatriz de Constantinopla se ponía furiosa, cuando al amenazar al Obispo con el destierro, oía al valiente Juan Crisóstomo responderle tranquilo:
– Perfecto, destiérrame. Allí donde me lleves, encontraré a Dios.

El tener a Jesucristo entre nosotros, acompañándonos siempre, es una fuente inagotable de felicidad y de alegría. Contamos a nuestro lado con el mejor de los amigos, y Aquél que es la alegría de los cielos llena también de gozo nuestras asambleas cristianas e inunda el corazón de los fieles.  
Mateo Talbot, el santo  peón del puerto de Dublín, pregunta a una emigrante norteamericana:
– ¿Por qué se le ve tan triste? ¿Qué le pasa?
– ¡Porque me encuentro muy sola aquí en Irlanda!
– ¿Sola? ¿No tiene con usted a Jesucristo, siempre con nosotros en el Santísimo Sacramento?…

El apóstol San Pablo nos quiere alegres en la esperanza, y es así porque, sin darnos cuenta, estamos ya tocando con la mano al Cielo (Romanos 12,12)
A veces nos preguntamos nosotros, los fieles, por qué los curas no nos hablan algo más del Cielo. Y no sabemos por qué se lo callan.
Hay circunstancias en la vida que resultan pesadas, difíciles, problemáticas. Entonces, que no nos vengan con promesas halagadoras de aquí abajo, porque la realidad de la enfermedad no tiene remedio, la solución económica no se ve por ninguna parte, y el fracaso del corazón no lo mitiga nadie…

Si no tenemos la esperanza en una felicidad que sustituirá en el más allá las angustias de aquí, ¿a dónde nos acogemos?… El bienestar social lo queremos para todos y por él trabajamos como un deber. Pero no remediamos en nada el dolor y la tristeza del mundo sin la esperanza viva y firme de unos bienes que nos ha prometido Dios,  ¡y de los que se nos habla y hablamos tan poco!…
El pensamiento de una vida eterna en el seno de Dios es un causante de alegría espiritual como no podemos encontrar otro. A Dios no nos lo quita nadie. La Gracia de Dios que llevamos dentro tampoco nos la puede quitar nadie, y nosotros no las queremos perder. Y el Cielo que esperamos tampoco nos lo podrá cerrar nadie mientras sea Dios quien nos tiene las puertas abiertas y nos espera en ellas para recibirnos.

Cuando hablamos de la alegría cristiana, los ojos se elevan inconscientemente a Aquélla que hemos llamado siempre: Causa de nuestra alegría. María, que nos trajo a Jesús el Salvador, es también la Madre a cuyo lado no cabe sentirse amargado ni triste.

La tristeza, nos dice la Biblia, causa la muerte a muchos (Eclesiástico 30,25). Pero, nos ponemos a contar, y vemos que son muchos, muchos, los que deben su vida a la alegría más sana…

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