Para un Mundo Mejor
11. noviembre 2011 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesAl declinar ya el Siglo XX, y asomarse el Tercer Milenio con el Siglo XXI, el Papa Juan Pablo II recibió a los Obispos de una pequeña nación africana, pero que ofrece grandes esperanzas para la Iglesia. Y les marcó unas rutas que bien podrían ser un programa de acción para todos los seglares que nos sentimos comprometidos con la misma Iglesia en la construcción de un mundo nuevo, de un mundo mejor.
El Concilio nos dijo que a nosotros, los laicos, nos toca ser el fermento dentro de la masa. La sociedad nos la ha encomendado Dios especialmente a nosotros, que trabajamos dentro de ella. Nosotros somos los que debemos consagrar el mundo para Jesucristo.
Con este pensamiento bien claro en su mente, el Papa les dictaba a aquellos Obispos:
Animad a vuestros fieles, los laicos,
– en el testimonio de honestidad que deben dar dentro de la administración pública;
– en el respeto a la ley;
– en la solidaridad con los pobres;
– en la promoción de la igual dignidad de la mujer;
– y en la defensa de la vida humana, desde la concepción hasta el momento de la muerte natural (Juan Pablo II a los Obispos de Namibia, 14-VI-1997)
Cualquiera diría que el Papa no dice nada… , y nos está trazando un programa que es capaz de convertir al mundo en un paraíso. Nos permitimos una observación sobre cada uno de estos puntos.
Nuestra América Latina, continente de tan grandes esperanzas, tiene planteados también unos problemas que requieren la máxima atención.
El primero es el de la pobreza que sufren grandes masas en nuestras Repúblicas. Ha estado muy de moda el echar la culpa a la desigualdad en la distribución de la riqueza, y éste ha sido el latiguillo que ha esgrimido la tan traída y tan llevada Teología de la Liberación.
Pero, voces muy autorizadas de organismos internacionales, y no de la Iglesia, señalan el verdadero mal cuando dicen que se debe a la corrupción administrativa. Podemos estar plenamente de acuerdo con este juicio. Si la producción nacional sirve para hinchar los bolsillos y las cuentas corrientes de una burocracia interminable, los bienes de la nación no resolverán nunca la situación de los ciudadanos menos favorecidos.
Entonces, se impone la honestidad en los ciudadanos. No se puede admitir la corrupción. Y los cristianos somos los primeros en querer dar el ejemplo debido.
Todo se basa en el respeto a la ley. A la ley entera. Porque no hay legislación legítima —como es la Constitución de la República— que no se fundamente en Dios, en esos Diez Mandamientos que nos sabemos de memoria.
Un ciudadano de Suecia, ni creyente cristiano ni practicante de ninguna religión, va a un país católico y, para evadir el impuesto en un gran negocio, le insinúan que haga una doble factura, la verdadera y una falsa. Persona muy honesta, aquel no creyente responde al empresario católico:
– Pero, obrando ustedes así, es imposible gobernar. La ley merece respeto.
La lección no la dio el que sabía el Evangelio, sino el que lo practicaba sin conocerlo…
La solidaridad con los pobres ha venido a ser hoy día una feliz obsesión dentro de la Iglesia.
Los pobres se han convertido en la niña de los ojos de cuantos aman el Reino de Dios.
Hoy la palabra caridad se traduce ante todo por justicia: con el trabajador, con el necesitado, con el marginado en la sociedad.
Si Jesucristo puso sus preferencias en los pobres, los pobres se llevan también los mimos y los cuidados solícitos de los seguidores de Jesucristo.
La mujer está hoy más de moda que nunca. ¡Gracias a Dios! Porque la sociedad —y más que nadie la Iglesia— se da cuenta de que no puede seguir una diferencia intolerable allí donde Jesucristo dio igualdad plena de derechos.
La diferenciación de sexos podrá establecer diversidad de funciones, pero no podrá permitir ninguna esclavitud allí donde existe la misma dignidad personal.
Finalmente, la paz es el sueño dorado de las naciones.
Pero nos podemos preguntar: ¿cómo podrá el mundo soñar en la paz, cuando está jugando de la manera más irresponsable con la vida de los más inocentes e indefensos? Los no nacidos y los enfermos terminales están pendientes de manos ajenas. Y las manos en las cuales han caído son muchas veces manos asesinas, en vez de manos salvadoras… Del aborto y de la eutanasia dirá el mundo lo que quiera. Pero la palabra la tiene Aquel que legisló con autoridad suprema: ¡No matarás!…
Todos estamos acordes en que necesitamos un mundo nuevo, un mundo mejor del que hemos heredado. Y nos hemos empeñado en trabajar por ese mundo que Dios quiere. Dios bendice nuestros esfuerzos y los de tantos hombres de buena voluntad. Ninguno de esos esfuerzos se pierde y todos están contados en la presencia de Dios.
Podemos repetir: Cualquiera diría que el Papa no dijo nada a los Obispos de una pequeña nación… Pero, si las Naciones Unidas lo tomaran como programa propio, seguro que el Tercer Milenio alumbraría de verdad el tantas veces soñado Mundo Mejor…