La leyenda del beso

16. diciembre 2011 | Por | Categoria: Reflexiones

Muchas veces hemos escuchado una pieza musical famosa titulada La leyenda del beso. Leyenda es algo que se escribió para ser leído con gusto, con placer, con deleite del espíritu, porque enseña cosas bellas. No es ninguna historia, sino algo nacido de una imaginación fecunda. Por lo tanto, una leyenda sobre el beso tiene que ser forzosamente bella, y bella de un modo especial.
El beso entraña un mundo de misterios. El beso es el regalo más grande que hace una persona. Y, sin embargo, el beso puede ser también la mentira máxima que puede salir de una boca.
La Biblia nos lo dice con estas palabras:
– Son mejores las flechas hirientes de quien te ama que los besos de quien te odia (Proverbios 27,6)

Una persona no puede entregar un don mayor que el de sí misma cuando se da con amor, donación que expresa con el beso cariñoso. El corazón aflora a los labios, y lo ofrenda al ser querido como el clavel más encendido de su jardín.
Pero, desgraciadamente, también se puede dar un beso con los labios teniendo el índice puesto en el gatillo de la pistola.
Se dan en la vida muchos besos que son una canallada. Envueltos en palabras bonitas y mentirosas, muchos besos constituyen la trama de las traiciones más odiosas.
Así fue el beso más repugnante que se ha dado en la historia: el de Judas, que con palabra dulce besa a Cristo bajo la luna llena del cielo de Getsemaní…

Y ya que sale a flor de labios el nombre de Cristo, ¿no recordamos con simpatía inmensa algunos besos del Evangelio, que son esto: una buena noticia que Jesús nos da con gestos, al aceptar y al dar Él mismo unos besos tan aleccionadores?
María besaba a Jesús. ¡Cómo no iba a besar a su Hijo! Un himno latino de la Liturgia lo proclamaba con un verso encantador:
– María le daba besos al niño mientras le ofrecía la leche de sus pechos… (“Cum lacte donans oscula”)

Al fariseo anfitrión, Jesús le echaría en cara con pena:
– Al llegar a tu casa, no te has dignado besarme (Lucas 7,45)
Mientras que ese mismo Jesús se llenaba de gozo cuando, en aquel banquete veía cómo la pobre mujer prostituta, cargada de pecados, le besaba entre lágrimas los pies polvorientos del camino, de modo que el Señor le reclamaba al fariseo friote:  
-¿Ves a esta mujer? Desde que ha entrado no ha dejado de besar mis pies.

Igual que hará la Magdalena ante el sepulcro vacío, cuando agarra los pies de Resucitado y los besa sin parar, volcando en ellos bocanadas de amor, hasta que el mismo Jesús —más contento Él que ella, por de pronto—, le tiene que decir:
– ¡Suéltame ya, que todavía no me voy! (Juan 19,16-17)

¡El beso! ¡Los besos a los seres queridos! ¡Los besos al mismo Dios!…
Nosotros, que por gracia de Dios aceptamos las estampas, medallas e imágenes como recuerdo y representación del Señor, sabemos estampar besos muy ardientes en el papel frágil, en el frío metal o en la madera barnizada. ¿Inútiles o idolátricos estos besos?… Eso es lo que nos dicen otros.
Pero nosotros pensamos de muy diversa manera. ¡Con qué amor los debe mirar desde el Cielo, y los debe recibir como en persona, el que todo lo ve y está atento a cada uno de nuestros gestos!

La Iglesia sabe esto muy bien. Y el sacerdote comienza la Misa besando el Altar, representación viva de Cristo, y acaba también con otro beso devoto y ardiente. Es el beso de la Iglesia Esposa a Cristo su Esposo, impartido por el sacerdote ministro en nombre de todo el Pueblo de Dios.

Con este beso mutuo de la Iglesia y de Cristo, los apóstoles, ya en su tiempo, les invitaban a los creyentes —como nos lo dicen en sus cartas Pedro y Pablo—, a darse entre sí el beso de Jesucristo y de su Iglesia, para hermanarse todos en Cristo Jesús y en la Santa Madre Iglesia.
– Saludaos mutuamente unos a otros con el beso santo (1Corintios 16,20. 1Pedro 5,14)

De este modo, la Iglesia no hace más que satisfacer y realizar la petición del libro más idílico de la Biblia, el Cantar de los Cantares, que comienza de manara casi desconcertante:
– Bésame con un apasionado beso de tu boca (Cantar 1,1)
Es la expresión de los amores profundos de Jesucristo con su Iglesia, del mismo Jesucristo con cada una de las almas escogidas. No existe beso más puro ni más ardiente ni que más amores entrañe.
Un Premio Nobel decía de la Virgen: Esos labios que nos besan sin tocarnos… (Paul Claudel). Los besos místicos del Cielo no son de la tierra, pero los sentimos en la tierra cuando Jesús y la Virgen nos los dan desde el Cielo…

¡Jesucristo, Señor mío Jesucristo! Si mis seres queridos esperan mis besos, ¿cómo no los vas a esperar Tú?…
Quieres que te dé muchos besos ahora, para que el beso postrero de mi agonía a tu Cruz sea el beso más ardiente de mi vida.
Significará que entonces me estaré dando del todo a ti —como me habré dado a lo largo de toda mi vida—,  y darse a ti es ser posesión tuya para siempre…
La Leyenda bonita del beso se habrá convertido en la realidad más grandiosa…

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