Mi persona

30. diciembre 2011 | Por | Categoria: Reflexiones

Hoy se habla mucho de la persona, de la dignidad personal, y en nuestros mensajes salen muchas veces estas palabras y estas expresiones. Porque nunca insistiremos bastante en lo que significa una persona, ya que una persona, una sola, vale más que todo el universo material salido de la mano de Dios. De ahí viene el respeto que tributamos a los demás, el cuidado que ponemos en no ofender a nadie, el interés que ponemos en hacer el bien a cualquiera, y los deberes que asume el Estado y toda la sociedad ante un solo ciudadano.
En este mensaje de hoy vamos a hablar de la persona de modo especial, y todo obedece a un artículo que leí en una revista y que me dejó muy pensativo.

Se trata de un filósofo profundo, gran teólogo y profesor de Universidad, pero que era al mismo tiempo un conferenciante muy popular. Lo entendía cualquiera, porque sabía hacerse a todas las inteligencias. Era, sobre todo, un sacerdote lleno de Dios, y daba gusto escucharle cuando explicaba los temas de la fe.

Un día le preguntan cuál era, después de la palabra DIOS, la palabra que más impresión le causaba. Nadie esperaba la respuesta que dio aquel santo y aquel sabio. Con voz casi temblorosa y rostro muy grave, dio esta respuesta:

La palabra que más me impresiona, que más me hace pensar, que más miedo me da, es una palabra también de una sola sílaba, y todavía con dos letras menos que la de Dios. Es la palabra YO. Y, al decir YO, digo lo mismo de estas otras dos que son iguales: TÚ y ÉL.

El auditorio se quedó extrañado, le pidió una explicación, y la conferencia de aquel día resultó, aparte de interesante y amena, impresionante de verdad. Publicada después en una revista, me limito yo ahora a exponer alguna de sus ideas que la resumen toda.

El pronombre YO lo pronunciamos siempre con cierto rubor. Porque lo mismo puede significar dignidad personal, responsabilidad y generosidad, que orgullo, vanidad y pedantería.
Decir YO es decir mi persona. Y YO no hay más que uno. YO soy tan YO, tan único, tan irrepetible, que Dios hizo mi YO, rompió el molde, y otro YO no lo habrá jamás.
Y mi YO es tan grande, y lo mira y lo trata Dios con tanto respeto, que, por lo que me ama, se inclina siempre a mí con su favor; pero el mismo Dios será incapaz de violentar nunca una decisión mía, porque ha dotado a mi YO del don inapreciable de la libertad, incluso ante mi destino eterno.
YO escojo lo que quiero YO, y Dios no se mete nada en mi decisión, aunque me inspira, me ayuda y me previene para que no cometa un disparate irremediable.
No podemos imaginar la dicha del YO que se salva, pues sabrá que la gloria es tan suya como si nadie más existiera en el Cielo, aunque todos gocen de la misma felicidad.
Y lo más terrible del que se pierde es saber que ese su YO está maldito y es un degradado, sujeto a un tormento y una humillación que no acabarán nunca, y no podrá pasar jamás a otro YO distinto de él.
Como mi YO es tan grande, yo respondo de mí mismo de tal modo en todos mis actos, que nadie podrá tomar mi puesto ni en mi premio ni en mi castigo.

Así iba discurriendo el conferenciante, con cara muy seria, cuando se dirigió directamente a cada uno del auditorio, para decirles:

Y TÚ eres lo mismo que YO. Eres único en el mundo, y serás único en la eternidad. Otro TÚ no ha existido, no existe ni existirá jamás. Dios rompió también el molde que usó para hacerte a ti, y TÚ eres tan irrepetible como Dios. Así te hizo el mismo Dios. ¿Te das cuenta lo que significará para ti alcanzar o perder a Dios?…

En el auditorio se hacía cada vez más un silencio impresionante. Todos se daban cuenta de lo que es una persona, algo en lo que hasta entonces no habían profundizado. Y seguía el sacerdote santo y sabio:

¿Y piensas ahora en ÉL?…  ¿Sabes quién es este ÉL? Es ése o ésa que está a tu lado. Es el que pasa por la calle, y al que tú no saludas porque es un desconocido. Es el rico del auto más lujoso. Es el pobre oprimido por la injusticia. Es la señorita elegante. Es el trabajador honrado. Es el borrachito o la mujer prostituida. Es una persona el niño de la escuela; el joven universitario; el ladrón o el criminal que va huyendo de la justicia y de sí mismo. Y es una persona también ese embrión que está en el seno de la madre y al que quieren abortar…
Todos éstos son ese ÉL que tienen la misma dignidad, responsabilidad y destino que tenemos YO y TÚ. Ese ÉL, esa ELLA, valen ante Dios lo mismo que TÚ y que YO. ¿Sabemos, entonces, lo que significa ayudar, oprimir, salvar o echar a perder a ese ÉL o a esa ELLA que han de caer, como YO y TÚ, en la misma mano de Dios?…

Al dar la revista el resumen de la conferencia, decía que aquel día el sacerdote se marchó silencioso, que a más de uno de los oyentes se le veía muy preocupado, y todo se debía solamente a la explicación de una palabra tan cortita como la palabra YO. Como la palabra TÚ. Como la palabra ÉL. Y es que YO, y TÚ, y ÉL hemos salido de la mano de Dios grandes, muy grandes, y tan eternos como lo es el mismo Dios…

¡Lo que es una persona! ¡Lo que vale una persona!
¡Lo que significa oprimir, perjudicar y echar a perder a una persona!
¡Lo que es ayudar y salvar a una persona, que va a ser única y eterna ante el Dios que la creó!…

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