El desierto se hace jardín…
6. enero 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesEl profeta Isaías tenía ciertamente mucha imaginación. Y una de las páginas más brillantes de su escrito es aquella en que nos describe lo que van a ser los tiempos del Mesías que iba a venir.
– El desierto, la tierra reseca y la estepa se convertirán en frondoso jardín… Se abrirán los ojos de los ciegos y los oídos de los sordos; los tullidos se levantarán saltando y se desatarán las lenguas de los mudos para brincar y cantar al ver cómo la tierra quemada se ha convertido en estanque de aguas fecundas y en fuente abundosa…
Las fieras no molestarán más a los hombres y por las calles de la ciudad ya no deambularán más los asesinos ni ladrones ni salteadores, pues todos sus habitantes rebosarán de felicidad, y cantarán y bailarán llenos de gozo… Porque nadie se verá alejado de su tierra, deportado ni emigrante forzoso, sino que disfrutará de los bienes de la patria y adorará feliz a su Dios… (Isaías 32,1-10)
Esto, lo que decía el profeta. Si la Biblia es Palabra de Dios, y se ha de cumplir, nos preguntamos nosotros ahora: ¿Es cierto que Jesucristo nos ha traído tanta dicha? ¿Tan bella se ha vuelto la tierra? Entonces, ¿cómo es eso de los terremotos, de los volcanes en erupción, de los huracanes devastadores, o de las sequías que nos matan las cosechas? ¿Y cómo andan tan libres los malhechores, que nos roban toda paz? ¿Y por qué hay tantos descreídos, olvidados de Dios?…
Todas estas preguntas son muy legítimas, y nosotros tenemos que hallar respuestas adecuadas en la misma Palabra de Dios.
Hemos de decir, desde un principio, que llegará día en que todo eso se cumplirá al pie de la letra. Pero, claro está, faltan muchos siglos, muchos milenios tal vez, hasta que al final de los tiempos vuelva Jesucristo a renovar la creación y hacer unos cielos nuevos y una tierra nueva, que serán la morada feliz de los hijos de Dios.
Sí, todo lo que dice el profeta Isaías es cierto. Pero usa un lenguaje poético para expresar los bienes espirituales traídos por el Redentor.
Jesucristo ha vencido el pecado. Ha triunfado sobre Satanás. Y al ejercitar su poder sobre las enfermedades cuando curaba a los ciegos y sordos y paralíticos y leprosos o resucitaba a los muertos, no quería decir Jesús sino que El nos traía la liberación sobre el pecado y la muerte, males morales mucho peores que todas las desgracias de este mundo.
Por eso, nos sigue gritando Isaías:
– ¡Robusteced vuestras manos! ¡Firmes vuestras piernas y rodillas! ¡Animo! ¡Que vuestro Dios viene a salvarnos!…
Con esta página poética, la Biblia nos insta a dos cosas muy precisas: a confiar en Dios y a trabajar sin descanso. A ser santos nosotros, y a ser apóstoles para el mundo.
El mundo es de Dios, y Dios lo entrega a los valientes.
Sabemos que el mal y el dolor rondarán siempre alrededor nuestro. Porque no vivimos en el paraíso, sino que nos debatimos en un campo de batalla. Y, sin embargo, pesa sobre nosotros el deber de hacer de la tierra —en cuanto esté de nuestra parte— un lugar de felicidad para todos y una mansión de paz.
Dios bendice los esfuerzos de los que trabajan por un mundo mejor, sean las Naciones Unidas o las Organizaciones no Gubernamentales, igual que el Voluntariado o las múltiples asociaciones de la Iglesia. Todas sus actividades nacen del amor al prójimo, y lo que se hace por amor es amor y viene de Dios. Entonces, nos vale lo del apóstol San Pablo: No nos cansamos de hacer el bien; pues si perseveramos, recogeremos un día la cosecha (Gálatas 6,9-10)
Todos ésos que nos han prometido un paraíso en la tierra, nos han mentido. Porque sabemos que el mal estará siempre actuando en el mundo, lo mismo la injusticia que la impureza o la incredulidad. Pero esto, en vez de desalentarnos, nos hace apretarnos alrededor de Jesucristo, el vencedor del mal, para cooperar con Él en la obra de la salvación del mundo.
Los que tenemos fe, empezamos por nosotros mismos. Cada día mejores. Cada día más fuertes. Cada día más seguros en nuestra fe cristiana. Cada día más apegados a Dios. Cada día más entregados a la oración. Cada día con más esperanza en la vida eterna que se os ha prometido.
Y lo que hacemos por nosotros, lo hacemos también por los demás. El amor nuestro se difunde a todos los hombres, como nos sigue diciendo San Pablo: Apenas se nos presenta una ocasión, hacemos el bien a todos, de modo especial a los hermanos en la fe (Gálatas 6, 9-10)
Quien ve a un cristiano así —firme consigo mismo y trabajando por un mundo mejor bajo la mirada atenta de Dios— lo mete sin más dentro de esa profecía del exuberante Isaías, y se dice:
– Sí, el mundo será eso. No un arenal sin vida o una guarida de fieras, sino un jardín frondoso donde se levantan airosas las flores y en el que cantan los pájaros. No una caverna de malhechores sino una ciudad donde reinan la paz, la justicia, el amor y la santidad de los hijos de Dios.
Así nosotros vamos preparando el mundo para la implantación definitiva del Reino de Cristo. Sabemos que falta mucho. Pero tenemos paciencia…, porque estamos seguros de que todo llegará. Lo único que se nos pide es lo del profeta:
– Piernas robustas y firmes: ¡no decaer! Brazos activos y manos generosas: ¡no cesar de hacer el bien! Y coraje y confianza en Dios y en su Cristo, que nos dice: ¡al mundo lo tengo yo vencido!