Fuertes en la fe
3. febrero 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesCuando queremos presumir de fuertes y pasar como tales, decimos —con expresión muy educada— que tenemos espíritu varonil. Un hombre no puede decir menos. Pero la mujer lo dice con la misma expresión de fuerza. Eso de pasar por débiles o cobardes no lo toleramos nadie en ningún orden de la vida.
Por ejemplo, ¿nos hemos dado cuenta de cómo seguimos todos el desarrollo de unas Olimpíadas, de un partido de fútbol o de una competición deportiva cualquiera? La mujer no es menos apasionada que el hombre cuando se trata de admirar y demostrar la fuerza y el vigor que supone el desarrollo de esas actividades. Hombre y mujer se equiparan en su ilusión de ser y de lucir fuertes, y cuanto más mejor.
Ha pasado a la historia eso de hablar del sexo débil, un cuento que ya no se creen ni los niños… Pero, en fin, no hablamos ahora de competiciones deportivas ni de vigor físico, sino de otros campeonatos más gloriosos, en los cuales tomamos parte lo mismo hombres que mujeres, jóvenes y hasta niños.
¿Qué queremos decir sobre eso de tener espíritu varonil, aplicado a la vida cristiana?
El apóstol San Pablo tiene unos textos que ilusionan a todo cristiano, de cualquier sexo, edad y condición. A los de Corinto les dice: Estad firmes en la fe, actuad varonilmente, haciéndose cada día más fuertes (1C. 6,13). Y a Timoteo le dice también: Tú, hombre de Dios, huye de esas cosas vulgares, y, como un atleta, corre detrás de la santidad, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia, de la mansedumbre… ¡Empéñate en conquistar la vida eterna, a la cual has sido llamado! (1Tim. 6,11-12)
Pareciera como si Pablo fuera muy machista y no hablara sino a hombres. ¿La mujer, firme en pie como un soldado? ¿La mujer, actuando varonilmente y no femeninamente?… Y por lo visto también, la mujer no estaría capacitada para las olimpíadas cristianas. Sin embargo, a la par del hombre, en ellas participan lo mismo la mujer y el niño, que a veces acaparan las medallas de oro más codiciadas. El cristiano sabe que está llamado a la lucha.
La medalla de oro de la vida eterna —que se nos propone como un campeonato— no está acuñada para comodones, sino para los que saben entrenarse renunciando a cualquier comodidad.
Los ejemplos de los valientes nos salen al paso en cada momento.
Como el obrero de la fábrica. Los elementos socialistas hablaban de la religión como un perjuicio para el pueblo, y sentenciaban muy graves, repitiendo las palabras que les dictaban los jefes de células: -Con la religión la hemos pagado todos; con el cristianismo,el pueblo ha sido el gran perdedor.
Un trabajador escuchaba en silencio, aunque se recomía por dentro. Al fin no aguanta más, y ahora es él quien impone silencio a todos con su confesión valiente:
– Sí, señores ―“camaradas”, para que no se ofendan—; yo soy el primero que he perdido mucho con la religión. Con la religión, desde que me determiné a ir a Misa los domingos y a rezar cada día, he perdido la borrachera y el palo que usaba contra mi mujer; he perdido la diversión del bar que arruinaba a mis hijos; he perdido el infierno de casa y la mala conciencia; he perdido mi mala fama y mis amigotes de antes. Todo eso lo he perdido por causa del cristianismo que a vosotros os revuelve las entrañas.
Medalla de oro para este obrero formidable…
Una mujer grande en la historia, Catalina, la primera esposa del desdichado Enrique VIII, el rey apóstata que separó de Roma a la Iglesia de Inglaterra. El Papa no declara la nulidad de su matrimonio legítimo y el rey sigue adelante con su adulterio. Se forma un tribunal por obispos y clérigos apóstatas, que sentencian contra la resolución y firmeza del Papa. Hipócritamente le llevan la comunicación a Catalina: Señora, ceda. Su matrimonio fue inválido. Mire a su hijita María, que va a pagar las malas consecuencias. Y Catalina, valiente: Mi hijita María es hija de Rey y de Reina, tal como la recibí de Dios, y nada debe temer. Yo no temo a quien sólo tiene poder sobre los cuerpos, sino al Único que tiene poder sobre las almas. ¡No acepto el divorcio, ni vuestra sentencia!
El rey se degradaba hasta lo sumo con sus famosas seis esposas, mientras que Catalina se mantenía firme en su deber, hasta merecer este elogio de un gran filósofo (Vives): La Naturaleza, habiendo preparado un espíritu viril, lo puso, por error, en un cuerpo femenino. No se halla ningún hombre… que haya soportado los reveses con igual paciencia ni con corazón tan inmutable.
¿Tenía esta mujer espíritu varonil y se ganaba alguna medalla en la Olimpíada cristiana?…
Como aquel niño en los tiempos más graves del comunismo ruso. Un sacerdote extranjero visita la iglesia ortodoxa y ve al pequeño de diez años que asiste valiente a la Misa. -¿Y quién te ha enseñado religión a ti? -Mi camarada. -¿Y a tu camarada? -Su camarada. -¿Y cómo lo hacen? El niño levanta la mano, le enseña los cinco dedos, y explica: -Así. Escojo cinco camaradas y les enseño a los cinco el catecismo. Cuando han acabado las lecciones, los examino a ver si lo saben. Y si lo saben, cada uno de ellos tiene que escoger otros cinco y se hacen maestros como yo. Así se extiende la fe… El sacerdote visitante no sale de su asombro, y le lanza la última pregunta: -¿Y si os pilla la policía? -Pueden matarme, pero no pueden matar a Cristo que está en mí (Padre George en Rusia)
¿Qué medalla ha ganado un muchachito semejante?…
Sí; en la Iglesia aprendemos de muchos lo que es el espíritu varonil y nos lanzamos a la pista para ganarnos alguna medalla de honor. Mejor que la de bronce, la de plata; mejor que la de plata, la de oro. El Señor guarda muchas en reserva…