Ayudarnos. ¿Por qué?…
2. marzo 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesTodos estamos convencidos de que nos necesitamos los unos a los otros, pues no hay nadie que pueda bastarse a sí mismo en la vida. De aquí nace la ilusión que tienen tantos de ayudar a los demás, como la práctica más elemental de la caridad. Y de aquí también, la repugnancia que nos causan los tipos egoístas, incapaces de prestar un servicio a los otros, mientras que ellos son los más exigentes para que se les atienda en cualquier capricho.
Esta disposición para ayudar generosamente se ha metido muy adentro en la conciencia de todos precisamente en nuestros días. Antes, cuando el mundo se acababa para cada uno allí donde vivía, las necesidades por remediar estaban muy a la vista y muy al alcance de todos. Pero hoy, los medios de comunicación abren ante nuestros ojos el mundo entero y vemos tanta miseria y tantos males que remediar, que no sabe uno por dónde comenzar… Nuestra conciencia no está en paz si no abrimos generosamente nuestras manos.
Desde finales de la Segunda Guerra Mundial se ha hecho moneda corriente la expresión de Crímenes contra la Humanidad. Los principales jefes nazis fueron condenados a la horca porque había cometido crímenes contra la humanidad, y desde entonces se pide siempre justicia en el mundo contra quienes violan los derechos humanos más elementales. Nosotros hemos oído gritos contra los dictadores y regímenes políticos —de los de uno y otro signo, lo mismo de derechas que de izquierdas—, que han lesionado esos derechos humanos en nuestras tierras americanas y contra los cuales se pide justicia. No hace falta que citemos nombres, ¿verdad?…
Pero ahora viene la cuestión. ¿No somos todos algo responsables de crímenes contra la humanidad? Se han alzado voces muy autorizadas que nos recuerdan un deber sagrado, como es el de ayudar a los que se están debatiendo en tanta miseria, a veces extrema. Quien puede ayudar y no ayuda, ¿comete o no comete un crimen contra la humanidad?… No se empuña la pistola para matar, pero se deja morir porque se niega el auxilio necesario que se puede y se debe prestar.
Un expresidiario de campos de concentración se convirtió en héroe después de la guerra ayudando a los prófugos, y cuando se le preguntaba el porqué de tanto sacrificio como se imponía, contestaba con energía desusada: ¡Porque me lo manda mi conciencia! (Julián Hermanoswski, evadido de Dachau)
La situación actual del mundo puede que no sea ni peor ni mejor que la de otras épocas, pero, como acabamos de insinuar, hoy nos enteramos de todo, y esto contribuye a que nuestros corazones se vuelvan mucho más sensibles cuando se trata de ayudar a los necesitados.
Valga por todos un ejemplo que nos costará muchos años el olvidarlo. Cuando en Octubre de 1998 se echó encima el huracán aterrador que deshizo a Honduras, causó grandes daños a Nicaragua y perjudicó tan seriamente a Guatemala y El Salvador, ¿qué nos ocurrió a todos?… Cada uno ayudaba con lo que podía. En naciones muy alejadas de América, sobre todo en España, se formaron filas interminables ante los bancos para depositar grandes cantidades de dinero. Los Estados condonaron toda o gran parte de la deuda externa, y Japón prestaba una ayuda muy sustancial.
Y se dieron casos curiosos de verdad. Un equipo de fútbol modesto, aunque estuviera en primera división, había de jugar con el equipo más potente y en campo ajeno. A los jugadores se les prometió una prima muy subida si ganaban, y el modesto David tumbó al poderoso Goliat. Los vencedores entregaron generosamente para los damnificados los diez millones de pesetas de la suculenta prima…
Igualmente, los dos equipos de Madrid, eternos rivales, jugaron otro partido en pro de los damnificados. Ganó uno de los dos equipos, naturalmente, pero la prensa dio con humor el resultado: Ha ganado Centroamérica, que se ha llevado más de doscientos millones entre las entradas, las primas y hasta los derechos de la Televisión, que renunció generosamente a todo (Oviedo x Barcelona. Madrid x Atlético de Madrid)
¿Por qué citamos estos ejemplos simpáticos? Porque avalan nuestra aserción: en otros tiempos, esto no hubiera sido posible, porque nadie hubiera sabido nada de tierras tan lejanas. Al ver ahora aquellas escenas pavorosas de las inundaciones y de tantas familias que se quedaron sin nada, sin nada, todos los corazones se reblandecían. Y lo más importante: que de este modo se iba formando conciencia de que hay que ayudar cuando es necesario.
Nos quejamos siempre de las muchas cosas malas que contemplan nuestros ojos, y no nos fijamos en el bien que se practica a nuestro lado. Sin embargo, es muy posible —mejor dicho, no es posible sino del todo cierto— que el bien nos estimula mucho más y es mucho más eficaz que las lamentaciones estériles. Cuando vemos a alguien que sufre a nuestro alrededor, si vemos ayudar, ayudamos también. ¿Y no es esto un bien muy grande? El corazón se va formando en los sentimientos más delicados, aprende a amar, y va cambiando el egoísmo del mundo por la caridad que Cristo implantó en la tierra.
Nos convencemos de la palabra de Jesús: A los pobres los tendréis siempre con vosotros. Y tratamos de poner remedio. Abrimos el corazón. Abrimos nuestras manos. Y no tememos un juicio por haber cometido crímenes contra la humanidad, al no haberla ayudado cuando podíamos, Al contrario, por haber convertido esos crímenes en ayudas a la humanidad, esperamos tranquilos y gozosos la sentencia final:
– ¡Venid, benditos de mi Padre! Porque lo que hicisteis por uno de estos mis pequeños, lo hicisteis conmigo mismo!