Cascabeles de alegría

9. marzo 2012 | Por | Categoria: Reflexiones

Hace ya muchos años —pues fue a raíz de la muerte del Papa Pablo VI— que algunos norteamericanos tuvieron la ocurrencia de instituir un Comité Americano para la acción responsable de un Papa, y proclamaron en la misma Roma: Se busca un Papa que sepa sonreír. Una humorada como ésta solamente se les ocurre a nuestros vecinos del Norte… Lo curioso es que el Espíritu Santo esta vez les hizo caso y en Juan Pablo I suscitó un Papa que, en treinta y dos días nada más de pontificado, se ganó a todos con aquella sonrisa que a la Iglesia le costará mucho el olvidar…

Con un gesto semejante, Dios nos venía a recordar una vez más el consejo siempre actual del apóstol San Pablo a los de Filipos: Estad siempre alegres en el Señor, os lo repito: estad siempre alegres. Nuestra  alegría es un lazo que Dios tiende a los hombres para atraerlos hacia el seno de su Iglesia a fin de que en ella encuentren su salvación. La alegría debería ser un punto concreto y muy importante de nuestro examen de conciencia, de modo que nos debamos preguntar con seriedad: ¿soy todo lo alegre que Dios quiere de mí?…

La alegría la manifestamos lo mismo a nivel personal que comunitario. Vayamos, por ejemplo, a nuestra iglesia en la Misa dominical. Si entra un extraño y nos ve cómo rezamos y cantamos, y con qué cara salimos del templo al final, ¿qué piensa de nosotros y qué piensa de Dios? ¿Piensa qué Dios es alegre o que es triste? ¿Se imagina que nosotros estamos contentos de ser cristianos o que somos una gente aburrida y aburridora? ¿Le vendrán ganas de volver y curiosear para quedarse al fin con nosotros, o se despedirá de la Iglesia para siempre?…

Ya se ve que, al hablar así, volvemos a un tema hoy tan traído y tan llevado como es el de la alegría cristiana. Ser alegres, vivir siempre alegres, manifestar nuestra alegría a los demás, ser —como dice una expresión muy bella— cascabeles de alegría, no es solamente una característica del cristiano, sino que es un auténtico deber, nacido de nuestro mismo ser de cristianos.
Porque la alegría manifiesta que vivimos en el amor de Dios; que somos la Iglesia-Esposa de Jesucristo; que el gozo nos inunda en medio de nuestras preocupaciones y sufrimientos; que vivimos el espíritu de las bienaventuranzas, cada una de las cuales la comienza Jesús diciendo: ¡Dichosos, dichosos, dichosos!… Dichosos y felices en medio de la pobreza, o cuando lloran, o cuando son bondadosos y sufridos, o cuando tienen que aguantar las risas de los que la pasan bien, y hasta cuando son perseguidos…

El cristiano no tiene más tristeza que el no ser suficientemente santo.
El cristiano es alegre porque se sabe de memoria y vive ese dicho popular, de que un santo triste es un triste santo.
El cristiano es alegre porque nadie es capaz de quitarle la esperanza que lleva en el corazón…

La raíz más profunda de nuestra alegría la encontramos en las páginas de la Biblia, cuando Dios nos enseña lo que Él es para Israel y, sobre todo, para la Iglesia, culminación de toda la historia y de la vida de Israel: Dios es el esposo que establece una alianza nupcial y celebra un banquete de bodas. ¿Se puede llorar en una fiesta semejante?…

Cuando se celebraba el matrimonio en aquellos tiempos bíblicos, la boda era fiesta y alegría de todos. En el banquete participaban parientes, amigos y conocidos. De una manera o de otra, todos entraban en la fiesta, algo que hoy no conoce el hombre moderno. Los profetas aplican audazmente a Dios esta imagen: Dios es el esposo de Israel, y el esposo no trae sino amor, felicidad y alegría. Jesús se va a hacer suyo este mismo pensamiento, y defiende a sus discípulos frente a los fariseos: ¿Cómo queréis que ayunen los amigos del esposo y los invitados mientras el esposo está con ellos en el banquete de bodas?…
Este era el pensamiento de Jesús, que lo expresó de la manera más bella al convertir en vino generoso el agua durante la boda de Caná, para prefigurar el banquete nupcial que Él iba a ofrecer en su desposorio con la Iglesia.
Por lo mismo, si los cristianos estamos en fiesta de bodas, ¿podemos presentarnos tristes alguna vez?…

En la Iglesia es una realidad continua lo que expresamos con ese canto: Juntos cantando la alegría de vernos unidos en la fe y el amor,  juntos sintiendo en nuestras vidas la alegre presencia del Señor.
Jesús se ausentó durante la pasión y muerte, y durante esos días pudieron llorar los discípulos. Pero vino después la resurrección, y ya no hay lugar para la tristeza. El cristiano carga también con la cruz, pero sabe que es, como en Jesús, el pago obligado para la gloria que viene después, y cuyo gozo ya nadie le podrá sacar del corazón.

Nosotros estamos siempre alegres, porque vivimos con Jesucristo, que nos reúne en el banquete pascual del Pan y el Vino, y está entre los suyos con su presencia alentadora y con al amor de todos los hermanos.
Nuestra alegría es más del Cielo que de la tierra. Si entra alguien en nuestra asamblea y nos siente cantar: Vamos cantando al Señor, Él es nuestra alegría…, ¿piensa que somos unos mentirosos? Ese extraño que nos ve y nos escucha, ¿se sentirá o no se sentirá atraído a la Iglesia?…

La alegría la llevamos dentro con la gracia de Dios. Difundimos alegría a nuestro alrededor, lo mismo en la asamblea cristiana que en el hogar, en el trabajo como en el descanso, en el deporte y la sala de belleza igual que en el trato personal con cada uno de los hombres. Un grupo romántico de yanquis pedía un Papa que sonriera, y nosotros le ofrecemos la multitud de los cristianos que sabemos vivir contentos y difundir alegría en todas partes. Al fin y al cabo, porque somos como Dios, ya que Dios es alegre, Dios es amor…

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