Esperanzas del Tercer Milenio

27. abril 2012 | Por | Categoria: Reflexiones

Cuando se acercaba el Tercer Milenio, todos nos preguntábamos: ¿Y cómo van a ser los mil años que le esperan ahora al mundo? ¿Buenos? ¿Malos?… Todos nos hacíamos conjeturas y todos soñábamos en que iban a ser inmejorables. Ahora, metidos ya de lleno en el soñado 2.000, estamos empeñados en convertir los sueños en realidades. Sueños que expresó muy bien el Arzobispo Primado Católico de Inglaterra, el cual decía que debería el mundo empeñarse en alcanzar diez metas para conseguir un Mundo Nuevo.

Nosotros nos limitamos a citar esas metas, sin comentarios, y ojalá se nos graben en la memoria, porque irían formando nuestra conciencia humana y cristiana, y nos ayudarían en nuestro sentido de responsabilidad dentro de la Iglesia y del mundo (Cardenal Basil Hume)

  • El primer punto se refiere al hogar, pues hay que promover y proteger el matrimonio y la familia. Diríamos que esto es casi de sentido común. Vayamos a la raíz del árbol, no a las ramas. Vayamos a la fuente del agua, no a un riachuelito. O salvamos el matrimonio y la familia, o no hacemos nada.
  • Esto lleva nuestro pensamiento al don del sexo que Dios ha otorgado a la naturaleza en orden al amor y al matrimonio. Se debe acabar con la obsesión del sexo, tanto menos valorizado cuanto más culto se le rinde. Se ha convertido en un fin supremo y todo se subordina al placer. Y hay mucha diferencia entre lo bello que Dios creó como un regalo y lo que proclama una propaganda irresponsable. Mirada primero la fuente de la vida, pasamos a la vida misma. ¡Hay que respetarla! Hay que acabar con el aborto. Hay que acabar con el hambre, la peor de las enfermedades y la que más muertes causa. Hay que acabar con la práctica de la eutanasia. Hay que acabar con la pena de muerte, ineficaz del todo.
  • Desde el momento que todos los hombres somos iguales en dignidad y que la tierra nos la ha dado Dios a todos, no podemos seguir tolerando las luchas raciales ni negando el asilo a los emigrantes. Tan hijo de Dios y tan ciudadano del mundo es un negro como un blanco, un amarillo como un cobrizo…
  • Escarmentados con las guerras espantosas del Siglo XX, todos pedimos a gritos —y no sólo las Naciones Unidas— que se acaben de una vez las guerras. Y, para eso, queremos que venga como una ley internacional la prohibición de vender armas, que a muchos les resulta un negociazo de primer orden.
  • Y hay que ir a eliminar otra causa del gran malestar mundial, como es la deuda externa de muchas naciones. Una deuda que es criminal, porque los pueblos pobres han dado sus materias primas a las naciones poderosas, las cuales se han enriquecido tanto a costa de las más necesitadas.
  • Además, todos hemos de aprender a respetar la Naturaleza. La deforestación indiscriminada, la caza de animales hasta extinguir especies enteras, la contaminación del ambiente.., todo eso hace que la tierra llegue a ser un día una casa agrietada e inhabitable, destrozada por sus propios moradores.
  • Volvemos a mirarnos cara a cara hombres y mujeres, ¿y cómo lo vamos a hacer? Desde luego, con mucho cariño. Pero no basta. El cariño y el amor ha de ir acompañado por el empeño de conseguir esa igualdad que hoy se ha convertido en un ideal social, digno de toda alabanza. Si la mujer tiene la misma dignidad que el hombre, ¿a qué vienen tratos desiguales, que resultan injustos a la par que muy perjudiciales? Hay que aprovechar al máximo el rico potencial de la mujer, tan olvidado muchas veces hasta ahora. En la nueva sociedad que se vislumbra, uno y otra han de tener las mismas oportunidades, para el desarrollo personal de cada uno y para bien de todos.
  • El mundo se encuentra hoy en sus manos con unos medios poderosos de comunicación entre todos los pueblos. Y se les llama sin más Los Medios. Esos inventos maravillosos —radio, televisión, satélites, internet, a la par de la prensa—  han cambiado la faz del mundo. Ya no existen fronteras. Nos conocemos todos, y todos tenemos noticias de todos en unos instantes. Y esos Medios, aparte de comunicación, traen también formación, que puede convertirse en deformación lamentable. De ahí la responsabilidad con que se habrán de usar los Medios si no queremos que se conviertan en una catástrofe en vez de ser una bendición.
  • Finalmente, pasamos a lo primerísimo de todo: al redescubrimiento de los valores espirituales. Igual que el cuerpo sin alma se convierte en un cadáver, así el mundo, si no vuelve a la fe en un Dios soberano que está sobre todas las cosas, no tendrá nunca la vida para la cual Dios le hizo. Cada pueblo y cada civilización ha rendido a Dios —conocido por cada uno a su manera— la fe, el respeto y el culto que le son debidos. Todos apreciamos esos valores de la fe de cada pueblo y en los cuales está ciertamente metido Dios. Nosotros, creyentes en Jesucristo, sabemos que Dios mandó su Hijo al mundo para salvarlo, para conducirlo a una vida futura revelada plenamente en el mismo Jesucristo. La verdad cristiana debe avanzar, desde luego. Pero aquí miramos los valores del espíritu en general, que han de ser cultivados con todo esmero. El hombre tiene un destino eterno, y todo lo que sea desviarse de este destino es una equivocación muy lamentable. Así como es el mayor de nuestros aciertos el sabernos valorar como personas y como hijos e hijas de Dios.

¿Soñamos demasiado al aceptar semejante programa? Aquel Prelado inglés sabía lo que se decía y lo que proponía a la consideración nuestra. Por soñar no nos perdemos, si a los sueños sigue el empeño de trabajar según nuestras fuerzas. Todos vamos construyendo con nuestra aportación el Mundo Nuevo. Dios lo pone en nuestras manos, y nos dice: ¡Venga, ayudadme! A ver si entre todos lográis que vuestro mundo restaure el paraíso que yo tracé al principio…

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