¡Y dale con la sonrisa!…
25. mayo 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesSería curioso contar las veces y veces que se nos inculca el ser amables, el ser buenos con los demás, el practicar hoy el mejor de los apostolados —así se le llama— como es el de la sonrisa… Sonreír, difundir alegría, esparcir a nuestro alrededor el perfume la flor, la luminosidad de una mirada pura, el calor de un latido del corazón.
Porque encontramos a nuestro alrededor a muchos hermanos que sufren. Y no los curan ni las medicinas, ni les alegran las fiestas, ni se contentan con nada. Sin embargo, si se les prodiga una sonrisa, una palabra suave, o se les da una palmadita en el hombro, vemos cómo la cara adusta o amargada se les transforma en una faz que parece caída repentinamente del cielo…
Este es el milagro que realiza el apostolado de la sonrisa. Lo expresa ese escrito anónimo —que a estas horas se ha difundido en muchas lenguas— y que hemos leído o escuchado tantas veces. Lo repetimos nosotros ahora, sabiendo que siempre nos sabe a nuevo.
Una sonrisa no cuesta nada y rinde mucho.
Enriquece a quien la recibe, sin empobrecer a quien la da.
No dura más que un instante, pero en el recuerdo puede durar eternamente.
Ninguno es tan rico que la pueda tener a menos, y ninguno tan pobre que no la merezca.
Una sonrisa hace descansar al que está fatigado, es consuelo en la tristeza y un antídoto natural contra todas las penas.
La sonrisa es un bien que no se puede comprar, ni prestar, ni robar; porque la sonrisa tiene valor sólo en el instante en que se da.
Y al encontrar a alguien que no da la esperada sonrisa, dadle vosotros la vuestra: porque no hay ninguno tan necesitado de la sonrisa como quien no quiere recibirla ni sabe darla.
Nadie sabe a estas horas quién escribió esto, pero, al parecer, debió ser algún angelico del Cielo que tenía mucha experiencia de lo que era cuidar a personas tristes…
La sonrisa, ciertamente, vale mucho. Pero una sonrisa puede sonar también a falso. La sonrisa puede ser muy hipócrita. En un negocio sucio o en un amor traicionero, la sonrisa juega un papel tristemente decisivo. Cuando la serpiente con cabeza humana habló a Eva, la serpiente sonreía; y cuando Judas dio su beso a Jesús, el apóstol traidor prodigaba también al Señor una sonrisa diabólica.
Pero esto no juega con nosotros, porque la sonrisa nuestra es sonrisa divina, al nacer de unos labios y de un corazón que rebosan amor, y el amor viene de Dios.
Nosotros sonreímos porque amamos.
Y porque amamos, queremos hacer el bien.
Y hacemos el bien prodigándonos con amabilidad al que sufre, al que nos necesita, al que espera un consuelo, al que se siente solo.
Llevamos la bondad de Dios en el corazón, y cuando mostramos y repartimos bondad no hacemos sino manifestar al que sufre que Dios le ama, que Dios está con él, que Dios no le deja, que Dios le espera, que Dios es suyo…
La bondad que prodiga una sonrisa puede ser natural, y es digna de todo elogio.
Conocemos todos ese libro del famoso Dale Carnegie para aprender a conquistar amigos. El mismo autor nos cuenta, entre tantos casos personales, cómo se ganó a aquel oficinista de correos. En la ventanilla aparecía una cara amargada, con mucho mal humor y de muy pocos amigos. El visitante que viene con las cartas en la mano, observa como el mal encarado oficinista luce en la cabeza un pelo primoroso, y le lanza sonriente un cumplido tan trivial como éste:
– ¡Qué no daría yo por tener ese cabello de usted!
El oficinista se infla, sonríe, y aquel día fue para todos una maravilla… Al contar el caso, se le pregunta a Carnegie:
– ¿Y qué sacó usted de todo eso?
El famoso autor respondió muy acertadamente:
– ¿Qué saqué?… He tenido la satisfacción de haber hecho un gesto absolutamente desinteresado, una de esas acciones generosas cuyo recuerdo sigue vivo en la memoria mucho tiempo después de aquel incidente que lo provocó.
¡Magnífico por el señor Carnegie! Con sólo la bondad natural podemos hacer mucho bien mediante la sonrisa de nuestros labios y una palabra cariñosa.
Pero ahora nos remontamos un poco más alto, y nos miramos no solamente como simples hombres y mujeres de bien, sino como mensajeros del amor de Dios.
¿Qué hace nuestra sonrisa y nuestra palabra amable?
Son la misma sonrisa y una caricia de Dios, nacidas de la gracia y del amor que llevamos dentro.
Son la práctica de la caridad cristiana de la manera más dulce.
Son obras de amor, y lo que se hace por amor es amor. Si Dios es amor como se definió Él mismo, nosotros nos manifestamos imágenes y copias de Dios cuando realizamos esas obras de amor… (1Juan 4,8)
Queremos ver la realidad dura de la vida, como es el dolor que aprisiona a tantos corazones, y nosotros lo procuramos aliviar remediando sus causas con todo lo que está a nuestro alcance.
Pero muchas veces no bastan el dinero, ni la ropa, ni la comida, ni las medicinas… Llegamos a lo más profundo del dolor cuando sabemos sonreír a los que sufren. Y si tan poquito cuesta una sonrisa, ¿por qué no la vamos a dar?…