Siempre contentos. ¿Por qué no?…
27. julio 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesUn salmo de la Biblia dice lleno de ternura: Tengo mi alma tranquila y llena de paz, como un niño en el regazo de su madre. Como un niño de pecho en los brazos de su madre, así tengo yo mi alma.
Y estas palabras de la Biblia nos pueden traer el cuento simpático de aquel sacerdote, sabio teólogo, que se puso a hablar con un pobre mendigo, muy bueno y lleno de la gracia de Dios. El sacerdote entabla un diálogo cordial:
– Buenos días, hermano.
– ¿Buenos días? Yo nunca he tenido un día malo.
– ¡Que suerte! Entonces, que Dios se los dé mejores.
– Es que cada día me trae precisamente la suerte mejor.
– ¿Cómo es posible? Estás lleno de úlceras y heridas, y cada día es mejor que el anterior?
– Es la bondad de Dios la que me manda todo. Cuando hace sol, me alegro con el sol; cuando hay tormenta, me alegro con la tormenta. Dios es quien me envía todo. ¿Cómo no voy a estar contento?
El sacerdote no atinaba con lo que oía, y le pregunta:
– Oye, ¿tú, qué eres?
– Yo soy rey. Mi reino es mi alma, y en él nunca hay rebeliones, nunca se desata una guerra.
Aquel sacerdote era profesor de Teología, y en la primera clase explicó a sus alumnos:
Un mendigo, pobre y enfermo a más no poder, me ha dado la lección más importante sobre Dios y sobre la paz del alma, una lección que yo nunca había estudiado en los libros. ¿Quieren para ustedes la vida más tranquila y más feliz? Dependan en cada momento de Dios. Estén contentos con lo que Él les envíe. Disfruten las cosas pequeñas y sencillas, y no ambicionen nada sobrante en el mundo. Hagan suyas las palabras de Pablo: Teniendo qué comer y con qué vestirnos, estamos contentos. ¿A que si atienden estas normas de vida, que yo he aprendido de un pordiosero, van a ser los hombres más felices? Yo —reponía ahora el profesor con humildad—, desde hace tres días he optado por una vida semejante. Me atrevo a asegurar que voy a ser mucho más feliz en adelante, porque he aprendido a vivir contento.
Vivir contento: esta es la clave de la felicidad. Y como no vive contento sino aquel que ha satisfecho todos sus deseos, sabe desear solamente aquellas cosas que le convienen y que puede alcanzar.
Desear lo que puede matarnos o perjudicarnos es un deseo suicida.
Y es un sueño inútil desear lo que no se puede alcanzar.
Entonces, amamos, deseamos, queremos y buscamos los bienes verdaderos que no engañan y que, además, están al alcance de nuestra mano.
El amor —para hacernos felices y tenernos tranquilos— es solamente el amor que puede ser satisfecho, pues de lo contrario no hace sino producir rasgones en el alma. Una persona prudente sólo ama las cosas que traen paz y no las que acarrean desengaños.
El bien que anhelamos y buscamos es el bien honesto, pues donde hay desorden moral no hay sino vacío y fracaso. Amores turbios amargan la vida. Negocios no muy limpios son espinas duras clavadas en la conciencia.
Para dar con el contento que no decepciona y que perdura, suspiramos por las caricias que Dios nos hace, y que no son otras sino esas bondades de su Providencia que cuida amorosamente de nosotros.
Y la paz, la alegría, la tranquilidad, el contento supremo se halla sobre todo en la esperanza. Por cosas que tengamos en la vida, siempre suspiramos por más y más. Ese deseo es una prueba muy fuerte de que hay un Dios dispuesto a darnos bienes infinitos, pues de lo contrario habría hecho al hombre destinado expresamente al fracaso, y eso es absolutamente impensable en Dios.
No se puede buscar en el mundo tranquilidad, alegría y contento si no se tiene puesta la mirada en el más allá. La confianza firme en alcanzar unos bienes supremos que no nos pueden fallar es la verdadera causa de nuestra felicidad mientras vivimos en la tierra.
Según quien nos oyese discurrir y hablar así, nos tomaría por unos ilusos y unos soñadores. Pero sabemos que estamos en la verdad. El Dios que nos ha creado para Sí nos hace ver ya ahora que sólo con su paz en el corazón —preludio y anticipo de la dicha que nos aguarda— se puede ser feliz en la vida.
La letrilla de una canción nos recuerda que Dios es alegre, Dios es alegre, Dios es amor… Y porque Dios es alegre y todo lo hace con alegría, nos quiere alegres a los suyos.
La reina Santa Isabel, tan encantadora, siendo todavía una niña, al ver a algunas personas que rezaban con cara seria, decía en su candor: ¿Por qué rezan así? Parece que quieren dar un susto al buen Dios.
Santa Teresa, mujer tan sensata, afirmaba por su parte: ¿Mi único temor? Que mis monjas pierdan la alegría del corazón.
Y San Francisco de Sales ha hecho historia con la respuesta que dio a la señora que defendía la tristeza de la santidad: Un santo triste es un triste santo…
La Sagrada Biblia nos expresa de mil maneras este contento, pero sabe centrarlo siempre en Dios. Valga por todos lo del salmo 306: Cifra tus delicias en el Señor, y te otorgará cuanto desea tu corazón.
Lo decía la Biblia, nos lo confirmaba un pordiosero y lo enseñaba en su cátedra un profesor.
Por si todo esto no bastara, a nosotros nos lo atestigua cada día nuestro propio corazón. ¿Cuándo nos sentimos más contentos y más felices? Cuando sentimos más cerca de nosotros a Dios…