Riqueza y pobreza religiosa

23. noviembre 2012 | Por | Categoria: Reflexiones

El apóstol San Pablo elogia en sus cartas a los de Corinto o a los de Efeso porque han tenido la suerte, la gracia inmensa, de conocer los misterios y la verdad de Dios. Es cierto. No nos damos cuenta de lo ricos que somos al no haber secreto de Dios que nos esté oculto.
Pero, así como es de grande nuestra dicha, así es también de grande la desgracia de los que viven en una ignorancia religiosa lamentable. Escuchamos un lamento de Dios, por el profeta Oseas, sobre su pueblo Israel:
– ¡No hay conocimiento de Dios en la tierra! Y sigue después Dios: Porque has rechazado este conocimiento, yo te voy a rechazar a ti. (Oseas 4,6)

Manera de hablar oriental en aquellos tiempos. Dios no rechaza a su pueblo: es el mismo pueblo el que se va a apartar de Dios al no reconocerlo. Parece que algunos no van a reconocer a Dios sino al final, cuando ya no haya remedio, como dice el libro de la Sabiduría, pues dirán:
– ¡Nos hemos equivocado! Hemos caminado por lugares inaccesibles, y hemos desconocido el camino del Señor (Sabiduría 5,6)

El conocimiento de Dios y de las verdades de la fe por una parte, y por otra la ignorancia de estas verdades más elementales, abre una brecha entre nosotros los cristianos. Los unos, llenos del conocimiento y de la sabiduría de Dios. Los otros, ajenos en absoluto a todo lo que Dios nos ha dicho de Sí mismo y de la vida eterna.

Se dio el caso en una expedición militar a través del desierto africano. Dirigía la expedición un jefe militar muy cristiano. Entre los soldados de su columna, la fiebre y la sed iban segando sin compasión muchas vidas. En medio de la noche, se oye en el campamento el grito lastimero de un soldado:
– ¡Quisiera saber si hay Dios, si hay eternidad!
Lo oye el Conde, y se acerca al moribundo, que dice angustiado:
– Dígamelo, mi Coronel. ¿Hay algo después de esto, para saber a dónde voy?
     El Jefe, conmovido, le instruye, contesta a todas sus inquietudes, le anima y lo prepara con la oración a emprender el viaje que ya no tiene vuelta. Más, el cristiano militar, aquella misma noche concebía la idea de los Círculos Católicos, que fundará cuando acabe la campaña, para los obreros que no saben quién es Dios ni que existe después de la vida una eternidad (Adrián Alberto M. Mun, 1841-1914)

Todos lamentamos la ignorancia religiosa en muchos sectores de nuestra sociedad. Hace ya muchos años, al comenzar justo el siglo veinte, el Papa San Pío X se explicaba así:
– La voluntad, extraviada y ciega por las malas pasiones, necesita de la razón como guía que la lleve por el camino. Pero si la razón también se desvía y no está iluminada por la fe, la mente, al guiar la voluntad, se convierte en un ciego que guía a otro ciego.

Es decir, que necesitamos imperiosamente conocer a Dios y su doctrina para no errar. De ahí, la necesidad de la formación religiosa.
De ahí también, lo importante que es el apostolado de la enseñanza del Catecismo.

Esa ignorancia del pueblo en materia religiosa tiene raíces muy profundas y no siempre resulta fácil poner el remedio adecuado.  
La gente bien, los acomodados en la vida, no se preocupan gran cosa, porque les falta interés.
Gente algo preparada científicamente, ha absorbido por muchos años las teorías de aquellos filósofos de los siglos dieciocho y diecinueve, y les ha sido hasta una gloria el presumir de incrédulos.
Gente menos favorecida económicamente, ha asimilado las teorías marxistas propagadas en los ambientes obreros y ha rechazado por sistema todo lo que se refería a religión.
Muchos, sin mala voluntad, es cierto, han sido víctimas de circunstancias dolorosas de la vida: ni escuelas, ni iglesias, ni centros a los cuales poder acudir para saciar una instrucción religiosa aunque no fuera más que elemental.

¿Y qué decir de los que sustituyen los conocimientos religiosos por prácticas que están de moda y que les roban el conocimiento verdadero de Dios? Los falsos ídolos del placer, de la pasarela o del deporte… La incredulidad, la superstición, el horóscopo o el espiritismo… Cosas al parecer intrascendentes, son espejuelos que roban el conocimiento de Dios.

Les pasa a esos tales lo que a mediados del siglo diecinueve ocurrió en Africa del Sur. Un comerciante se dirigía a un pueblo de los boers, y ve en la entrada a unos niños que jugaban con unas piedrecitas que relampagueaban a la luz del sol. Se las cambia por unas perlas de vidrio —hoy las llamaríamos fantasías, de fantasía—, hace examinar en Ciudad del Cabo aquellos juguetitos de los niños, y resultaron ser diamantes de gran calidad. Así nacieron las fabulosas minas de diamantes en Sudáfrica. Los diamantes de verdad.
Esas prácticas hoy tan en boga son las joyas de fantasía que roban la religión verdadera, la cual nos regala los diamantes más valiosos.  

Nosotros, creyentes, nos imbuimos cada día más de la doctrina de la fe. Atentos a la Palabra de Dios —que leemos devotamente en la Biblia o escuchamos en la predicación de la Iglesia— y conocedores del Catecismo, agradecemos a Dios la riqueza opulenta de la Verdad que nos hace disfrutar.

Los conocimientos de la fe son caminos que nos llevan a Dios. Conocido Dios y sabedores de sus promesas, ¿cómo no vamos a suspirar por llegar un día a Dios, hasta verlo cara a cara?…

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