¡Victoria!…
30. noviembre 2012 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesEs bello y entusiasta en verdad ese canto tan sentido que tantas veces resuena en nuestras celebraciones:
– ¡Victoria! Tú reinarás… ¡Oh Cruz, tú nos salvarás!…
Lo extraño es que esta canción la entonamos con más convicción que nunca precisamente el Viernes Santo, cuando adoramos a Jesucristo muerto en el madero.
Esta letra resume admirablemente el espíritu cristiano de que nosotros estamos llenos. No hay nadie como nosotros, los cristianos, que tenga más claras las ideas sobre la vida.
¿Es la vida alegría, placer, gozo, fiesta, bienestar, un disfrutar continuo?… Nada más lejos de la realidad. La vida es normalmente sacrificio, dolor, trabajo, cansancio…, todo eso que significamos en la palabra cruz. Aunque Dios ha sembrado muchas flores en medio del camino, como es la belleza y la felicidad del amor. La vida, como el rosal, entrelaza las flores con las espinas, porque dolores y alegrías van siempre mezclados.
Miramos ahora el plan de Dios en nuestras vidas —y, para entenderlo, no tenemos más que mirar a Jesucristo en la cruz—, y nos damos cuenta de que la cruz es nuestra victoria, como lo fue para Jesucristo.
La cruz, el dolor, el cansancio, tienen solamente unas horas contadas de triunfo.
La victoria de la resurrección, por el contrario, es total, definitiva, eterna.
Este ha sido siempre el sentir cristiano. Lo han experimentado en especial los mártires de la Iglesia, que han sufrido las torturas y la muerte con una alegría inexplicable, lo mismo en aquellos tiempos heroicos de las persecuciones del Imperio que en nuestros días. Todos se han ido a la muerte con aire de victoria.
Los ejemplos los tenemos a montones.
Julián Villanueva, un religioso anciano sorprendido en pleno campo durante las faenas de la cosecha del trigo, se ve de repente en manos de los rojos, que le apuntan con los fusiles, y se encara con el jefe de la banda:
– No me da miedo ni usted ni su fusil. Y míreme bien a la cara. Porque los dos nos las hemos de ver frente a frente delante del Juez Supremo.
Sonaron los fusiles; pero, ¿de quién fue la victoria?…
San Maximiliano Kolbe, gran mártir de campo de concentración de Auschwitz, entra con los otros nueve en el búnker del hambre, de donde no saldrán sino cadáveres después de días sin comer ni beber absolutamente nada. Los guardianes nazis se enfurecen ya el primer día al no oír lamentos, sino cantos festivos de la Iglesia. Mueren todos; pero ¿de quién fue la victoria?
Santa Magdalena de Nagasaki, la jovencita mártir japonesa, lleva días en el terrible tormento, colgada de pies y cabeza abajo sobre la fosa inmunda. Sus torturadores la contemplan pasmados, cuando antes de morir se pone a cantar. El tribunal que la ha sentenciado, igual que los verdugos que la han colgado de manera tan inhumana, ven cómo se extingue esa vida preciosa; pero ¿de quién fue la victoria?
Esto es la vida cristiana: un enfrentarse serenamente con el deber duro, fatigoso, pero con seguridad de triunfo. Pensar sólo en disfrutar es una equivocación en la cual nosotros no queremos caer. Más, nos dan miedo los que nunca tienen que sufrir nada ni cansarse, porque nunca les toca ni una astillita de la cruz de Cristo.
No es eso lo que Jesucristo ofrece a los suyos, sino participación en su Pasión y su Cruz.
Pero, así como Jesucristo cantó victoria con su resurrección, así nosotros estamos plenamente seguros de cantarla también a pleno pulmón. La cruz de cada día nos lleva a la victoria definitiva y total.
Porque nuestro combate en la vida no ofrece la incógnita de una posible derrota.
El que se presenta a un examen o a unas oposiciones ha de contar con un posible suspenso o con otro más listo que le puede arrebatar el puesto… El equipo de fútbol ha de pensar que otro equipo le puede quitar el campeonato… En una guerra, pueden estar las fuerzas equilibradas y no hay que descartar la derrota…
¿Es así la lucha del cristiano?… ¿Encierra alguna incertidumbre? No. Porque nosotros sabemos desde el principio que el triunfo es nuestro. Un día la cruz quedará desnuda. Porque no quedará más que la felicidad de la resurrección.
Cuanto más difícil haya sido el adversario, es decir, cuanto mayores hayan sido las dificultades de la vida, sufridas por amor de Dios y a ejemplo de Jesucristo Crucificado, más resonada será la victoria y mayor el fracaso del enemigo vencido.
En las catacumbas de Roma se halla un grabado precioso. La barca, representación de la Iglesia, está en medio de las olas furiosas. Un hombre, el cristiano, aparece de pie, orando confiadamente. Y en lo alto del cielo, el rostro gozoso de Cristo, que bendice al valiente que se debate con el mar embravecido…
Jesucristo se gloría de los seguidores que tiene, de los mártires y de todos los que luchan por mantenerse fieles en la vida cristiana. Son bellos a este propósito tantos textos del Apocalipsis —libro último de la Biblia, que canta la victoria de la Iglesia—, como cuando dice: El que venza, será vestido de ropas blancas, y no borraré su nombre del libro de la vida, sino que lo alabaré delante de mi Padre y de sus ángeles (Apocalipsis 3,5)
¡Victoria! Nosotros no sabemos desligar esta palabra de la palabra Cruz. ¡Se enlazan las dos tan bien!… Llevamos gozosos la cruz, porque sabemos que nos conduce a la victoria.