El confort

11. enero 2013 | Por | Categoria: Reflexiones

Usamos en nuestros días una palabra que nos halaga mucho, como es la palabra “confort”. Expresamos con ella el bienestar, la comodidad de la vida. Y se me ocurre empezar esta reflexión con una frase lapidaria del Papa Pío XII, siendo todavía Cardenal: ”Vale más vivir heroicamente que vivir cómodamente”.
Al hablar del confort podemos y debemos quedarnos en un punto justo, equilibrado, y hasta atrayente. Podemos apreciar y disfrutar el confort moderadamente, pero teniendo siempre en cuenta que la vida austera, valiente, de sacrificio, vale mucho más que la comodona y apoltronada, poco digna de quien se precia de seguir a Jesucristo.

Sin embargo, una cosa tan evidente plantea varias cuestiones. ¿No es un deber del hombre el procurar para los suyos una vida confortable? Por ejemplo, quien quiere formar una familia, ¿no está en la obligación de prepararse una casa acogedora, cómoda, en la que nada falte? Además, ¿no estamos diciendo cada día con la Iglesia que no podemos tolerar la pobreza injusta, precisamente porque niega al hombre unas comodidades a las que tiene derecho?… Entonces, ¿en qué quedamos? ¿La comodidad, el confort, son buenos o son malos? ¿Convienen o no convienen?…

Digamos, ante todo, que un confort normal, que aprovecha todo lo bueno de la naturaleza y de la técnica para llevar una vida agradable, sana, moderadamente placentera, sobre todo en el seno familiar, ese confort no puede ser tachado de malo si no hiere el derecho ni los sentimientos de los demás. Todo lo contrario, ese confort lo queremos para nosotros y lo queremos para todos.

Porque el confort tiene sus valores. El inmenso poder económico y las enormes riquezas de que hoy dispone la humanidad, junto con el pasmoso avance de la ciencia y de la técnica, nos hacen asistir al nacimiento de una nueva era en la Historia, caracterizada por un bienestar antes desconocido.
Este progreso es un bien muy grande, ya que nos da los medios para eliminar, disminuir, o suavizar al menos, tantos males injustos nacidos del pecado de origen y endémicos en el mundo, como son: el hambre, la enfermedad, el analfabetismo, la ignorancia, la miseria en sus mil formas, indignas del hombre y jamás queridas por Dios, el cual puso al hombre en la tierra dentro de un paraíso, como en un jardín ameno. Así el confort, nacido del progreso, es bueno, muy bueno.

Pero el confort, aunque no es malo, puede conducir al mal. Porque puede llevar a una molicie pecaminosa, a un disfrutar de los sentidos sin negarse caprichos, a un enervar la voluntad de modo que sea incapaz de imponerse un esfuerzo. Una vida cómoda, sin ningún sacrificio, llena de satisfacciones y sin ninguna privación, aunque no condujera al pecado, no sería, desde luego, una vida conforme al Evangelio.  

Además, una entrega sin medida al confort exige unos dispendios o gastos injustos, que son un bofetón asestado a los que no tienen nada. Todos sabemos que el ansia de comodidad y confort lleva al egoísmo, que se olvida de la necesidad extrema de los demás. Aquí podríamos traer el consabido refrán, aunque con una despiadada variante: Ande yo caliente, aunque se desespere la gente. Nadie se puede entregar a gozar con exceso de la vida, mientras haya quienes carecen de lo más elemental para su existencia.

En especial, el excesivo confort no forma, no dispone para la vida valiente, no entrena para la lucha. Lo intuyó San Pablo cuando escribía: Los atletas que corren en el estadio se abstienen de todo con el fin de alcanzar una corona corruptible, mientras que nosotros aspiramos a una incorruptible. Y yo así corro, no como quien azota el aire, sino que domo mi cuerpo y lo sujeto a esclavitud (1Cor. 9, 25-27)

Este fomentar la vida austera tiene importancia especial en la formación de los jóvenes. ¡Pobres los muchachos y muchachas que no saben lo que es la fatiga de una caminata dura bajo el sol abrasador, el empaparse de la lluvia, el verse azotados por el viento frío, el ascender penosamente la cumbre empinada y el dormir en la tienda de campaña al amparo de las estrellas!…

Aquellos chicos scouts hicieron muy bien al expulsar del grupo al compañero infeliz que al levantarse por la mañana, después de distensionar los músculos y bostezar perezosamente dentro de la tienda, decía lamentándose: ¡Ay, qué bien se estaría ahora en la cama, tan rica!…
Y esto me recuerda al otro que se pasó horas investigando en la enciclopedia a ver quién había inventado la cama, porque tuvo la idea genial de que se le debía levantar un monumento… Divertido, vaya.

Miramos a Jesús, el Hombre modelo, el ser más equilibrado, y vemos que el Señor es la negación sistemática del confort. Su vivienda pobre y su mesa frugal; su trabajo duro, sus caminatas agotadoras, sus noches sin dormir… son la estampa de la vida austera. Con todo, ese Jesús, que pasa hambre y sed y sueño, sabe también descansar cómodamente en Betania, y no tiene empacho en sentarse a la mesa de los ricos para comer y beber alegremente, disfrutando con gusto de las satisfacciones de la vida. Austeridad consigo y esplendidez con los demás: ésta es la fórmula perfecta, seguida por el Jesús del Evangelio.

Hoy disfrutamos de un confort que no conocieron nuestros padres y abuelos. Damos por ello gracias a Dios. Pero no olvidamos que el sacrifico, el espíritu castrense, las normas del boy-scout, la austeridad del anacoreta… nos forman más valientes y nos dan una reciedumbre de carácter que no pueden comunicarnos las costumbres acolchonadas de la sociedad de consumo y del bienestar.
En la mano tenemos el vivir cómodamente o el vivir heroicamente: ¿qué vale más?…

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