Cambiar el corazón

22. febrero 2013 | Por | Categoria: Reflexiones

Todos sabemos el conflicto que se ha creado en muchos pueblos, especialmente en los nuestros de Latinoamérica, con la candente cuestión social originada por la desigual distribución de la riqueza. Porque mientras unos tienen de todo y acumulan casi toda la producción, la mayoría viven en unas condiciones indignas de la persona humana.
Y se buscan muchas soluciones. Los gobernantes, cada uno con su propia tendencia política, tratan el asunto también cada uno a su manera. El caso es que la cuestión no se arregla, sino que cada vez se agrava más.

Nosotros, aquí y ahora, no tratamos de dar solución alguna. Ni, menos, de encender ninguna mecha aplicando el fósforo a tanta materia inflamable. Sino que miramos el problema en su raíz más profunda, en cómo anida dentro del corazón del hombre.
¿De dónde procede el problema social? Si no existiera el egoísmo y hubiera más amor, no se daría conflicto alguno. Y seguirá siempre el conflicto mientras no venga el amor a desplazar de los corazones al egoísmo que es el gran responsable.

Una consideración como ésta nos la inspira el hecho precioso del Evangelio de Lucas. Jesús se acerca a Jericó y va rodeado de una multitud en fiesta. Ve a Zaqueo a horcajadas sobre el tronco del árbol y se autoinvita a hospedarse en casa de aquel publicano, cobrador de tributos, que ha sido un astuto ladrón al haberse aprovechado tan descaradamente de su cargo. En el convite, buen apetito, alegría y… un brindis inesperado del anfitrión:
– Maestro, entrego la mitad de mis bienes a los pobres, y a todos aquellos a quienes he robado, les devuelvo cuatro veces más.
Jesús ve el vuelco que ha dado aquel corazón, y exclama a su vez:
– ¡Hoy, hoy ha entrado la salvación en esta casa!
Lo primero que vemos en este hecho: que Dios ama a todos y quiere la salvación de todos. La de Zaqueo, el rico injusto, la consigue con la conversión del corazón: ¡Se acabó el robar! ¡Se acabó el oprimir injustamente! ¡Se acabó el aprovecharme de los demás para enriquecerme yo! Ahora, al revés: ¡a abrir mis manos a los demás, a hacerles a los demás un bien mayor que el mal que antes les había hecho!… (Lucas 19,1-10)

Zaqueo no se engañaba a sí mismo. No daba una simple limosna para disimular y seguir actuando después igual. Fue mucho más lejos, y cambió las estructuras de su corazón. Las estructuras sociales de Palestina, bajo las autoridades judías y las romanas, siguieron igual que antes. Pero lo que no siguió igual fue lo que dependía de Zaqueo. El encuentro con Jesús le hizo cambiar radicalmente y el amor al Maestro encendió en su alma el amor a los demás. Para Zaqueo, lo mismo valían sus prójimos que Jesús.

Esto es muy bonito, dirán muchos. Pero vienen unas inevitables preguntas:
¿Y si los Zaqueos modernos no le quieren dar vuelta al corazón, y siguen como antes o peor?
¿Pueden continuar las injusticias?
¿Pueden o deben los pobres resignarse a su deplorable situación?
¿Tienen los pobres que contentarse con limosnas, o deben exigir justicia en vez de compasión?
¿Cuál es la solución que presenta la Iglesia?

El Papa Pablo VI lo dijo de aquella manera que abrió tantas polémicas, al proponer las soluciones que exigía el progreso de los pueblos: “La situación presente debe ser afrontada con valentía, deben ser combatidas y vencidas las injusticias que ella comporta. El desarrollo exige transformaciones audaces profundamente renovadoras. Deben ser emprendidas sin retardo alguno las reformas más urgentes. Cada uno tiene que tomar generosamente su parte”.

La parte que corresponde a las autoridades es promover e implantar la justicia social.
La parte que corresponde a los pobres es defender sus legítimos derechos.
La parte que corresponde a los poseedores de la riqueza es alargar la mano, después que ha dado la vuelta el corazón. Y el corazón da la vuelta apenas empieza a abrirse la mano…

Todos estamos llamados y obligados a fijar la mirada en los demás con ojos cristianos. El hombre no es un sujeto para ser explotado, sino una persona que pide y necesita amor. El dinero entonces no se quedará cerrado en el armario o consignado en la libreta del Banco, ni apretado fuertemente en la mano. Se escapará libre hacia las manos abiertas que lo están esperando con ansia.

Los donantes de esa riqueza antes acumulada inútilmente, habrán alcanzado así, como Zaqueo, la gracia de la salvación. Y Jesucristo habrá conseguido su propósito: habrá salvado a todos. A los pobres, a los que ya había asegurado el Reino de los Cielos, les hace llegar ahora también la salvación terrena, acabando con su necesidad angustiosa. Y los ricos, ven retirada de los labios del Salvador la amenaza severa: “¡Ay de vosotros, que ya tenéis aquí vuestra satisfacción!” (Lucas 6,24), amenaza cambiada por esta afirmación gozosa: ¡Aquí ha llegado también la salvación! (Lucas 19,9)

La llamada Teología de la Liberación se puede hacer de muchas maneras. La mejor de todas, la que no entraña ningún equívoco, la más segura y la más eficaz, es la que enfrenta la conciencia con el Evangelio. ¿Quién resiste a la palabra de Jesucristo?  Si no se acepta, no hay nada que hacer. La experiencia nos dice que las armas no consiguen nada. Mientras que, aceptada, se arreglan las cuestiones del mundo y, sobre todo, se asegura la salvación de todos.

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