La belleza de la vida

1. febrero 2013 | Por | Categoria: Reflexiones

Aquel día de Pascua de Resurrección, ya muy lejano, estaba la Plaza de San Pedro en el Vaticano atestada de gente. El mensaje pascual del Papa era siempre una novedad. Y aquel año, con el Papa Pablo VI que ya se había echado encima los ochenta años, se esperaban palabras especialmente significativas. Y sí, el Papa las dictó bien hermosas. A pesar del sufrimiento que llevaba encima con aquella artritis tan aguda, dijo lleno de optimismo:
– La vida es hermosa si es NUEVA, si es BUENA, si es PRUDENTE, si es FUERTE; en una palabra: si es CRISTIANA.
¡Como si aquel recordado Papa no hubiese dicho nada con tan pocas palabras!…

La palabra VIDA es una de ésas que no se nos caen de los labios. Hoy la aplicamos a todo. Igual hablamos de la vida del cuerpo en su sentido más obvio y natural, como decimos la vida amorosa, o la vida deportiva, o la vida  industrial, igual para la máquina que para el obrero que la maneja. El caso es saber aplicar a todo el “¡Pura vida!”…
El Papa, en ese mensaje, ha sabido responder a la ilusión moderna de la vida y nos la ha presentado en una gradación perfecta.
En realidad, sus palabras no son más que un eco humano de algo divino que nos dice el Evangelio de Juan en su primera página: En el Hijo de Dios estaba la Vida… Y, hecho hombre ese Hijo de Dios, en Jesucristo se nos ha manifestado y se nos ha dado la vida verdadera. Por eso, cuando la vida es CRISTIANA, se tiene la vida en todos sus aspectos y se tiene en plenitud.

Pero, vayamos por partes, palabra por palabra, al reflexionar sobre este bello mensaje papal.
No hay nadie que no tenga la ilusión de vivir siempre joven. ¡Ah, si se pudiesen atrapar los días y las horas entre las manos, para que no corrieran!… Pero, la realidad es muy distinta. Aquel ancianito del drama, le decía a la esposa, ancianita también, con angustia no disimulada: -¡Que nos hemos hecho viejos!…

Viene entonces el renovar diariamente la vida. El no dejarla envejecer. Y esto se consigue únicamente con la ilusión que nos dicta San Pablo: “Aunque nuestro ser exterior, nuestro cuerpo, se vaya gastando por momentos, nuestro ser interior, nuestro espíritu, se renueva cada día más” (2Corintios 4,16)

Con la mirada puesta en lo eterno, conseguimos vivir con espíritu juvenil las realidades del mundo. El trabajo, el estudio, el deporte, el amor, se viven a plenitud cuando se mira todo en prisma de eternidad. La vida es NUEVA cada día y no se pierde nunca el optimismo.
Le preguntan una vez: a aquel anciano:
– Pero, ¿cómo hace usted para conservarse tan joven con noventa encima?
 Y él, con gran sentido de humor: -¡Muy sencillo! Porque me empeñé en no cumplir nunca ochenta, sino cuatro veces veinte, y, si Dios me ayuda, porque no quiero llegar a los cien, sino a los veinte cinco veces.  

No se puede conseguir una vida nueva sin una vida, ante todo, BUENA. Lo vemos en los pobrecitos que, por la causa que sea, han caído en cualquiera de esos defectos que tanto hacen sufrir, como pueden ser ⎯siempre citamos los mismos⎯ que si la droga, que si el alcohol, que si el sexo sin freno con las consecuencias que traen… La moderación en la vida es una necesidad imperiosa. Sin esa moderación, sin espíritu de trabajo y de ahorro, la vida no será nunca buena.

Lo cual exigirá también, como es natural, que sea PRUDENTE. Una vida alocada, como la que hoy se mete a la juventud por la discoteca, con noches perdidas y estudios fracasados, va disparada hacia el fracaso. El apego al hogar sería la norma primera para una vida prudente. La prudencia es el semáforo en rojo que nos hace clavar el freno, por prisa que tengamos y por más que nos devore el afán de la velocidad…

Prudencia que no se consigue sin que la vida sea también FUERTE. Es decir, sin que se sujete a las normas elementales de la ascesis humana que nos prescriben la sicología y la pedagogía. Sin el vencimiento propio y sin fortaleza de carácter no se hará nunca nada de provecho para la vida.

Todo esto que hemos dicho hasta ahora desemboca en la nota clave que exige la vida para ser hermosa de verdad: que sea una vida CRISTIANA. Es decir, que arranque de la propia raíz de la Vida, que es Dios, el cual nos la mandó al mundo por su propio Hijo, Jesucristo. Cuando nuestra vida humana se convierte en cristiana, entonces nuestra vida entera alcanza las cumbres más altas de la verdadera hermosura.

La belleza divina se transparenta por todos los poros del cristiano. Es algo que no puede disimular. Con una comparación que ya se ha hecho clásica, el cristiano es como la vidriera del templo: deja pasar la luz reflejando en toda su perfección la figura de Dios y la imagen de su Cristo grabadas en ella.

Un teólogo de prestigio escribió en una conocida revista de la Iglesia lo que oyó en la Plaza de San Pedro en el Vaticano a un mozalbete, después de escuchar al nuevo Papa Juan Pablo I: – A este Papa le entiendo todo. Habla normalmente. ¿La causa de este asombro? El mismo teólogo tuvo la respuesta, oída a otro allí mismo: -Este Papa es un experto de Dios.

¡Vida! ¡Pura vida! ¡Esto es vida!… Exclamaciones que no se nos caen de los labios. Y las decimos porque nos gusta la vida, con tal que sea HERMOSA en todos sus aspectos.
Sabiendo que la suprema belleza nos la ha revelado Dios en Cristo, nos entusiasmamos ante esa vida de Cristo ⎯y que por eso llamamos CRISTIANA⎯, a la cual nos abrazamos con pasión verdadera. ¿Quién ofrece estampa más bella que un cristiano o una cristiana de verdad?…

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