La entrega a la comunidad
31. mayo 2013 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Reflexiones¡Cuántas y cuántas veces lamentamos el egoísmo de nuestra sociedad! Creemos que ya no existe hoy la generosidad. Pero, al pensar así, estamos muy equivocados. Hoy, como ayer, y quizá más que ayer, se hace de la entrega a la comunidad un ideal por el que muchos se juegan su comodidad, su bienestar, y lo dan todo, hasta la vida si es preciso. Ven al mundo en llamas, y se arriesgan a todo a trueque de salvarlo.
Esto nos recuerda aquel ejemplo tan clásico. Juan de Dios había sido un muchacho ligero, un hombre de pocas esperanzas, casi un perdido, hasta que reconoció sus errores y se dio del todo a Dios en los enfermos más pobres. Su heroísmo se hizo legendario. Pero un día llegó a lo sumo. Por toda la ciudad de Granada se va esparciendo el grito:
– ¡El Hospital Real está ardiendo! ¡El Hospital está ardiendo!…
Toda la población se aglomera impotente delante de sus muros, para ver cómo el incendio voraz sube hacia el cielo. Los enfermos espantados piden socorro a gritos, saltan de sus camas, se asoman a las ventanas con desespero, aunque no hay nada que hacer.
¿Qué no había nada que hacer?… Allí se presenta corriendo también Fray Juan de Dios, y ante el asombro de todos los espectadores, se mete dentro por en medio de las llamas, sin atender a los que le gritan:
– Pero Fray Juan, ¿qué haces?…
No hace caso a nadie. Abre puertas y ventanas, va sacando a los pacientes de dos en dos, empuña un hacha, y sube al tejado cortando maderas para que el incendio no avance más… A la gente se le corta la respiración ante aquel espectáculo insólito. Dejan de ver a aquel aventurero divino, lo dan por muerto, pero al fin reaparece vivo.
Ahora, a rehacer el Hospital, pues los enfermos lo necesitan. El caso es que los pacientes se han salvado todos…
Ejemplo y signo es esto que hizo San Juan de Dios.
Porque no vayamos a pensar que esto no se repite hoy continuamente bajo las más diversas formas.
No será en un incendio, pero sí en otra desgracia natural como un ciclón o un terremoto.
Se cuentan y conocemos muchos voluntarios para trabajar con los enfermos del síndrome más temido en nuestros días, sabiendo que se exponen a cualquier cosa…
Hay muchos trabajadores por la paz y la justicia —¡a cuántos no hemos conocido!—, aunque saben de antemano cuál podrá ser su paradero…
Ante esos casos más llamativos, se dan otros modos de entrega muy silenciosos, pero no por eso menos abnegados y meritorios, cuyos nombres, ignorados por nosotros la mayoría de las veces, deben estar bien anotados en el registro de Dios.
Porque Dios ve los males que nos rodean, y manda emisarios, los cuales no son precisamente ángeles del cielo, sino hombres y mujeres de carne y hueso, que hacen el oficio de los ángeles. Así lo intuyó aquel pobre hombre, deshecho por una enfermedad desconocida y repugnante, del que huían todos, menos una Hermana de la Caridad.
Un día la Hermana falló en su servicio porque se hallaba enferma también, obligada a guardar cama. El pobrecito aquel día se vio abandonado de todos, y gritaba desconsolado:
– ¡El ángel, el ángel! ¿Dónde está hoy el ángel?…
– Pero, ¿a qué ángel estás llamando? ¿Te figuras que vamos a subir al cielo a buscarlo, o qué?
– ¡El ángel, el ángel que me cuida cada día!…
La sociedad está necesitada de entregados que la ayuden en multitud de necesidades. Desde soldados y policías en los cuarteles y enfermeras en los hospitales, hasta miembros del voluntariado que no aspiran a otro sueldo que una sonrisa de Jesucristo…
Son muchos los que renuncian a sus aspiraciones más legítimas para quedar libres y darse a los demás sin cortapisas que los aten.
Son muchos los que, una vez sacado un título profesional, lo emplean primero en servir como voluntarios en una comunidad necesitada, antes que dedicarse al trabajo que será después su propia vida.
El Papa Pío XII, analizando los problemas de la guerra y de la paz, decía en una alocución radiada:
– Lo que ha faltado, lo que falta aún al mundo para vivir feliz en la paz, es el espíritu evangélico del sacrificio; y ese espíritu falta porque, al debilitarse la fe, acaba prevaleciendo el egoísmo, que destruye y hace imposible la felicidad en común (26 Junio 1940)
Conformes con lo de este Papa insigne. Pero no olvidemos aquello de que el bien no hace ruido…, y son desconocidos del mundo los que más trabajan por él. Si la Academia de Suecia hubiera de dar el Premio Nobel de la Paz a todos los que lo merecen, ¡los apuros que pasaría para seleccionar nombres en la lista de candidatos que le presentaríamos!…
Es fantástico el elogio que la Biblia hace de Moisés —el cual tenía posibilidades de subir al trono de Egipto—: “Moisés renunció al título de nieto del faraón cuando se hizo mayor, prefiriendo compartir los sufrimientos del pueblo de Dios…, porque estimaba los sufrimientos de aquel pueblo consagrado como riqueza mayor que todos los tesoros de Egipto” (Hebreos 11, 24-26)
Jesucristo, el héroe que más ha hecho por los demás, sigue llamando a valientes como Él. Y los encuentra, ¡vaya que si los encuentra!…