Fe contra incredulidad

26. julio 2013 | Por | Categoria: Reflexiones

Muchas veces hablamos de la incredulidad, del ateísmo, del materialismo, del abandono de Dios en que la sociedad moderna quiere sumergirse, y esto nos puede llevar a pensar que todo está perdido o poco menos. Y no es así. En medio de las tinieblas de la infidelidad a Dios brilla potentísima la fe más esplendorosa.

Empezamos por un ejemplo esclarecido de nuestras tierras. Parecía que la República de Ecuador se hundía para siempre en el abismo de la apostasía de Dios. Su insigne Presidente, García Moreno, era el objetivo principal de los enemigos de Dios. Presintiendo él lo que iba a venir, escribía a un amigo muy confidencialmente:
     – Voy a ser asesinado. Soy dichoso de morir por la Santa Fe. Nos veremos en el Cielo.
Todos sabemos el final. García Moreno caía bajo las balas de los eternos enemigos de la Iglesia, con este grito en sus labios, que pasará a ser santo y seña de la Iglesia Católica en nuestra América:
     – ¡Dios no muere!

Esto es lo válido y lo que cuenta. Esto es lo que no pasa ni pasará: Dios está siempre con nosotros. Sin embargo, nuestro optimismo no nos impide ver los peligros que amenazan la fe de muchos paisanos nuestros. Están en verdadero peligro de hundirse en la incredulidad, un mal al que nosotros nos queremos oponer con todas nuestras fuerzas.

Jesús, en el Evangelio, se plantea la cuestión. Hablando con Nicodemo, nos dice cómo Dios, llevado únicamente de su amor, ha enviado su Hijo al mundo no para condenarlo sino para salvarlo. Pero, ¿qué han hecho los hombres? Han preferido las tinieblas a la luz, porque hacían el mal. Ya que todo el que obra mal detesta la luz y, por miedo, se escapa de la luz a fin de que sus obras no queden al descubierto. Muy al revés del que obra el bien, porque se acerca a la luz para que se vea que todo lo que hace está inspirado por Dios (Juan 3,16-27)
Jesús no puede ser más claro.
La infidelidad a Dios nace del mal actuar. Como dirá después el mismo Jesús, todo sale del corazón. Y si el corazón está malo, la conducta será mala. Si está bueno, la vida entera será excelente.

¿Por qué se nubla la inteligencia de muchos, que no atinan a ver de dónde les viene la debilidad de su fe? Siguiendo el pensamiento de Jesús, les viene de la frivolidad de la vida: lecturas ligeras, películas y vídeos atrevidos, diversiones turbias… Un colocarse siempre al borde del abismo puede parar en tragedia grande. La Doctora de la Iglesia y Santa tan excepcional como Teresa de Jesús, ve un día, porque el Señor se lo muestra, un lugar muy reservado y espantoso en el infierno:
– ¡Qué horror, Señor! ¿Qué es esto?
Y Dios, muy fríamente diríamos, le contesta:
– ¿Esto? Es el lugar que te estaba reservado de no haber dejado a tiempo aquellas lecturas de tu juventud, que te estaban pervirtiendo la mente y arrastrando tu voluntad.
Las preocupaciones continuas por un desmedido bienestar son la causa más ordinaria del alejamiento de Dios. En nuestros días se computariza todo en orden a alcanzar un objetivo bien prefijado: cómo ganar cada vez más, para pasarla bien, para disfrutar más, para echarse de encima todo lo que signifique austeridad cristiana, es decir, huir de la que Jesús llamó en el Evangelio “la vía estrecha”, ya que resulta mucho mejor la autopista espléndida de la comodidad sin ningún sacrificio.
Los que se colocan en esta posición no miran más que la tierra, sin que jamás se les ocurra hacerse aquella pregunta comprometedora de Luis Gonzaga:  -Y esto, ¿de qué me sirve para la eternidad?…

Al final, se para no en frivolidades y preocupaciones, sino en lo definitivo: en la vida opuesta del todo al querer de Dios. La Ley de Dios no cuenta para nada, y se acepta todo capricho, todo gusto, toda satisfacción, por más que estén en contra total de los dictados más severos de la conciencia.  
Las tinieblas han ahogado totalmente la luz, como lo había diagnosticado previamente Jesús. Los que dicen que no creen, los que tienen muchos “peros” contra la Iglesia, los que aseguran no necesitar de la religión, o que toda religión se les acomoda por igual…, no tienen más que confrontarse con la palabra de Jesús: ¿Obro el bien u obro el mal? ¿Mi falta de fe, está en el cerebro o arranca de mi corazón?…

Virgilio, el mayor poeta latino, describe la furiosa tempestad y, deshecha ya nave, nos cuenta con un verso trágico: En el mar no aparecían sino unos cuantos navegantes luchando contra las olas. Hay quienes han tomado este verso como símbolo de la sociedad moderna, como si ya no quedasen creyentes en el mundo ni cristianos fieles a su fe.
Nosotros no pensamos lo mismo. En medio de un naufragio muy grave, ciertamente, son muchos, muchos, los que tienen a Dios como norte de su vida. Los que rezan siempre. Los que se alimentan de los Sacramentos, fuentes de la Vida. Los que saben morir antes  que matar a Dios en su corazón.

Cuando el Evangelio llegó a las islas del Pacífico en la Oceanía, una reina de aquellos mundos se hizo católica (Pomare, reina de Tahití, en 1818). Colecciona todos los ídolos que había adorado su familia, y los manda a Londres para un museo:
– Tengan. Ahora ya no tengo más dioses que a Cristo en mi corazón .

¿Quién nos ha dicho que este prodigio de la Gracia no se repite en nuestros días? Los que adoran el dios del dinero y el placer, saben cambiarlo muchas veces por Jesucristo, que se hace con la victoria final de tantos corazones.

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