La ciencia, camino hacia Dios
19. julio 2013 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Reflexiones¿Verdad que todos sabemos quién era Marconi? Desde que inventó al radio se convirtió en uno de los científicos más queridos de la humanidad. Era todavía en los tiempos en que constituía una moda entre la gente intelectual el negar la fe y la religión, y si embargo él confesó con valentía:
– Declaro con orgullo que soy creyente y católico; creo en el poder de la oración, creo en él no solamente como católico fiel, sino también como hombre de ciencia.
Empezamos hoy con este testimonio porque precisamente queremos hablar de esto: de lo que contribuye nuestro saber a nuestra fe. Hoy en la Iglesia no nos contentamos con repetir de memoria y mecánicamente las fórmulas del catecismo, ni dejamos la teología para los curas. Los laicos hemos tomado conciencia de nuestro ser de cristianos y estudiamos las ciencias divinas y humanas con tesón, sabiendo lo mucho que la ciencia aporta a nuestra fe.
El Papa Pío XII lo declaraba a un Congreso Internacional de Científicos: La ciencia sagrada al servicio de la fe, y la ciencia de las cosas creadas, no son enemigas, sino hermanas. La primera, la de la fe, que se eleva sobre la naturaleza, no disminuye la grandeza, la importancia, la necesidad y los méritos de la otra, que estudia y conquista en el universo la obra del Creador (Noviembre 1942)
¿A dónde vamos con esto?
El cristiano se ve portador de valores divinos muy grandes, tan grandes que no puede haberlos mayores. La fe, la gracia, la vida eterna no pueden ser ni medidas, ni valoradas, ni superadas. Eso es cierto.
Pero el cristiano es portador también de valores humanos muy subidos, los cuales enriquecen sobre manera su persona.
Entonces, los conocimientos y la ciencia del cristiano pueden abarcar y se extienden a todos los campos del saber.
De aquí la importancia que modernamente estamos dando en la Iglesia al estudio, cada vez más cultivado en los grupos de formación y de apostolado.
El estudio de las ciencias humanas lo iluminamos con la luz de la fe.
Y el estudio de las verdades de la fe, bebidas en la Biblia o en el Catecismo, lo corroboramos con las experiencias que la razón y la Naturaleza ponen a nuestra disposición.
Hoy el católico se da al estudio de manera muy seria. Sabe que es su deber, porque del estudio va a depender la profesión que abraza para su vida. La competencia profesional le abrirá todas las puertas, y, al mismo tiempo, le asegurará el bienestar para sí y para los suyos. El estudio lo toma como voluntad expresa de Dios, voluntad que quiere cumplir con verdadera escrupulosidad.
En una escuela, guiada por un profesorado ejemplar, apareció en el salón de entrada, el día de la inauguración del curso, un gran cartelón con esta consigna:
– ¿Quieres valer? Estudia. ¿Quieres valer más? Estudia más. ¿Quieres valer muchísimo? Estudia todo lo que puedas. El estudio es el termómetro de tu valer, la clave de tus éxitos, el secreto de tu porvenir.
Sobre este estudio —llamémosle humano, social— está el otro estudio al que podríamos dar el nombre de religioso, es decir, de cultura de la fe, el que nos hace crecer en el conocimiento de Dios, para que se cumpla en nuestra vida lo que San Pablo comprueba, alaba o pide en tantas partes de sus cartas. “Estáis rebosantes de toda ciencia”. “Os habéis hecho ricos con tanta sabiduría”. “Abundáis en fe, en palabra, en sabiduría”. “Vuestro amor abunda unido a tanta ciencia” “Fructificáis y crecéis sin cesar en sabiduría”. Así a los fieles de Roma, de Corinto, de Filipos, de Colosas. Es decir, que el conocimiento de la fe, que lleva al conocimiento profundo de la Persona de Jesucristo, era para el Apóstol casi una obsesión.
Cuando van unidos los conocimientos de la ciencia humana y de la ciencia divina en el cristiano, aparte de la riqueza espiritual que ha adquirido para sí, ha conseguido también la autoridad para dar testimonio de su fe, como lo quiere el apóstol San Pedro: “Estén siempre dispuestos a dar razón de su esperanza a todo el que les pida explicaciones” (1Pedro 3,16)
Valga este caso. Iba por las calles de Roma un tipo presumido que gritaba contra el Papa, contra la religión, contra todo lo que significara Dios. Lo oye un joven polaco, y le contesta con valentía: ¿A que no se atreve a discutir conmigo?… El atrevido gritón, le suelta: Oiga, muchachito, ¡que yo soy doctor en filosofía! Y el chico, tranquilo: ¿Ah, sí? ¡Pues, yo también!… La gente les hace corro, y el fanfarrón filosofante empieza a batirse en retirada. Aquel muchacho católico hoy es venerado en los altares como San Maximiliano Kolbe…
Es cierto que hoy el estudio se ha convertido en patrimonio de los laicos en la Iglesia, gracias a Dios. Pero llama poderosamente la atención que ha llegado a ser una verdadera conquista para la mujer. Antes la mujer, ya se sabía, a las albores de la casa…, y basta. Y en la Iglesia a callar, desde luego. Hoy, no. Hoy es algo muy diferente. Hoy la mujer estudia como el varón, y en muchas partes la mujer está tomando la delantera. ¿No hay para bendecir a Dios?…
La ciencia lleva a Dios. Y la Iglesia, que lo sabe como nadie, ha fomentado el estudio entre sus hijos como no lo ha hecho ninguna otra institución en la Historia. Hoy lo sigue haciendo lo mismo en sus muchas Universidades, que en las Escuelas Parroquiales, o en los Grupos de los Movimientos apostólicos.
Aprovechar tantos medios de progresar en las ciencias divinas y humanas es agradecer a Dios uno de los dones más grandes que nos ofrece por su Iglesia. Además, aprovecharlos bien es indicio de tener ya mucha inteligencia…