La “diversión” de renunciarse
30. agosto 2013 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesUn joven universitario, muy brillante en sus estudios, practicó Ejercicios Espirituales y bromeaba después con sus compañeros, que formaban un grupo de apostolado muy activo:
– ¿A que no sabéis la diversión más entretenida que tengo ante mis ojos?
– Bueno, tú lo dirás.
– Pues, la de los filósofos estoicos. Aquellos hombres fríos del Imperio Romano que no se inmutaban por nada. Lo mismo les daba comer que morirse de hambre; gozar de buena salud que retorcerse de dolor en la cama porque no se podían levantar. Sin una queja. Impávidos. ¡Qué tipos aquellos!….
– ¿Y esto es lo que te divierte a ti? ¿Qué has perdido algún tornillo de la cabeza?…
Los compañeros no comprendían a dónde iba el excelente muchacho. Hasta que hubo de ser claro, porque era el líder del grupo y trataba de mantener a todos en la fidelidad a Jesucristo. Por eso, explicó sin presunción, pero con claridad.
– El problema de la sociedad moderna, de los jóvenes sobre todo, es el aspirar a una vida fácil. Sin complicaciones. Sin sacrificio alguno. Sin sueños de heroísmo. Igual que ocurría en el Imperio Romano. Pero hubo filósofos que comprendieron el problema y se propusieron la austeridad como ideal, el sacrificio como norma de vida, la dureza castrense por la blandura de las termas…
Uno del grupo, le interrumpe:
– ¿Y tú crees que podemos cambiar la mentalidad actual, para acomodarla a esa filosofía?
– No, yo sé que eso no se consigue con simples filosofías. Pero sí que se consigue poniendo delante la figura de Jesucristo, que nos desafía a todos: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que se agarre valiente con la cruz, y que me siga”. Es esa misma filosofía pagana, pero hecha cristiana. No es el capricho de renunciarse por renunciarse, ni tan siquiera por valorarse a sí mismo; sino el coraje de decirle a Jesucristo: “Te sigo hasta dondequiera que tú vayas”. ¿Acordes conmigo?…
En el grupo se hizo silencio. Pero nadie se atrevió a contradecirle, pues al fin y al cabo todos eran chicos buenos. El amigo concluyó:
– Mi “diversión” no es el capricho de negarme todos los caprichos. Mi “diversión” es decirle a Jesucristo, siempre que sea necesario: “¡Cristo mío, esto por ti!”…
Un diálogo como éste, desde luego, sólo se puede dar en grupos selectos. En esos grupos que todavía se dan en la Iglesia. Porque no todo son cobardías en el mundo, sino que hay también mucha generosidad.
La renuncia cristiana nace del Evangelio, porque fue el mismo Jesús quien la proclamó al decirnos a todos: ¡Niégate a ti mismo! ¡Renúnciate! ¡Sígueme!…
Sin esta abnegación y renuncia, no se puede hacer nunca nada en la vida cristiana.
Aunque, para ser sinceros, hemos de decir que esas palabras “abnegación”, “negación”, “renuncia”, nos gustan muy poco, nos dan miedo, las dejamos hasta de pronunciar, y procuramos soslayar el bulto cuando se nos habla de ellas. ¿No nos equivocamos cuando pensamos y actuamos así?…
Si cambiamos esas palabras por esta otra: “generosidad”, ¿a que perdemos todo el miedo? ¿A que nos sentimos estimulados? ¿A que nos vienen ganas de ser también nosotros unos valientes? ¿Y esto?… ¿Cómo nos hace cambiar tan de repente?…
Pues, muy sencillo. Porque en vez de un aspecto negativo, le hemos dado a la cosa un aspecto totalmente positivo. A ser generosos no se niega nadie, por sacrificios que exija una disposición tan exigente.
¿Qué nos parece esa mujer que se hizo célebre cuando ocurrió el caso?
Se declara un incendio en la casa, no se pueden abrir las puertas, y sólo queda el balcón para afuera. La joven esposa y madre, de veintiséis años, agarra a la hijita, la saca afuera con sus brazos, mientras las llamas la alcanzan a ella por la espalda. La mamá empieza a quemarse, pero la niña se mantiene a salvo. Llega el cuerpo de bomberos, salvan a la niña incólume, mientras que a la madre la salvan de la muerte a duras penas. Todo fue cuestión de abnegación, de generosidad, en una madre (Mrs. O´Neill, inglesa)
¿A que un caso como éste no da miedo a nadie, y, en vez de acobardar, crea una legión de valientes? Total, porque ha sido cuestión de generosidad… Y la generosidad nos engrandece a todos.
Digamos, por lo mismo, que hoy en la sociedad se debería estimular más la generosidad.
A muchos no les diría nada el “estoicismo” de los filósofos antiguos. Pero podríamos llamarlo “entrenamiento” para la vida, ya que tanto nos gusta el deporte. Entonces la generosidad, ¡la abnegación!, sería aceptada por todos.
En cristiano, la palabra “generosidad” tiene un significado más profundo y es mucho más estimulante. Porque es ponerse de acuerdo con Jesucristo en tantas cosas de cada día:
Señor Jesús, ¿no te gusta esto? Pues, a mí tampoco me gusta.
Señor Jesús, ¿Tú no quieres esto? Pues, tampoco lo quiero yo.
Señor Jesús, ¿esto es lo que me pides? Pues, esto es lo que yo te quiero dar.
Total, que la palabra “abnegación” —que era para nosotros como el “coco” para los niños— ha perdido todo su miedo. Más, cambiada por “generosidad”, se ha convertido en un estímulo de primer orden. Y, tratándose de hablar, comentar, discutir, dialogar y decidir con Jesucristo, a lo mejor resulta para nosotros, como para aquel chico excelente, hasta una “diversión” entretenida. Entretenida precisamente, no; pero, ¿a que no encontramos otra diversión de más provecho y que más nos engrandezca?…