El valor del ideal
18. octubre 2013 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesSon muchas las veces que pronunciamos la palabra IDEAL. Todos los educadores modernos dan suma importancia al ideal. Sin embargo, muchos piensan que eso es una cosa apta sólo para jóvenes, y no para personas maduras. Ciertamente, que tiene mucha más importancia en la juventud, cuando la vida se presenta como un poema, como algo que hay que realizar. Mientras que, ya avanzados en años, parece que la vida está hecha, y nada se le puede añadir ni quitar.
Pero el ideal vale para toda clase de personas, jóvenes como maduras. Sobre todo, cuando miramos el ideal bajo la óptica cristiana. ¡Es todo un Dios al que hay que conquistar! Aunque los días estuvieran contados con los dedos de una mano, sería grande la empresa que queda por delante.
Un Obispo, que llevaba fama de muy listo, y que era tan santo como gran inteligencia, nos dijo una vez, muy convencido: – Lo que más me preocupa en cualquiera de mis fieles, chicos y grandes, es el verlos sin ideal. ¿Tendría razón?…
La persona que mantiene las ilusiones en la vida, puede repetir lo de un poeta: ¡Tengo en el corazón fragua de amores! ¡Tengo en la frente fragua de ideales! (Gabriel y Galán)
Pero, a todo esto, ¿qué entendemos por ideal? El ideal es la ilusión que una persona se traza para su vida. El fin que persigue. La meta de todos sus quereres. El objetivo al cual dirige todos sus esfuerzos, sus energías y sus acciones. Ha visto algo grande que vale la pena realizar, y no se da un punto de reposo hasta que lo consigue.
Un ejemplo nos lo va a decir mejor que todos los discursos. Ponemos el caso de Cristóbal Colón, el descubridor de nuestra América.
Tiene la idea y la convicción de que la Tierra es redonda. Por lo mismo, para llegar a la India, no habrá que seguir necesariamente el camino del Oriente, sino que será igual ir por el Occidente. Una cosa para nosotros hoy tan sencilla, era entonces una idea genial. Colón que la concibe, se empeña en comprobarla, y el viaje en proyecto se le convierte en una obsesión:
– ¿Por qué no realizarlo? ¿Por qué no abrir nuevos caminos al comercio? ¿Por qué no cubrirme de gloria con una empresa semejante?…
Tiene ya Colón metida la idea en la cabeza. Tiene el ideal: ¡Lo he de conseguir! Aunque se pregunta:
– ¿Y los medios? ¿Con cuáles cuento? ¡Con ninguno! Sin embargo, tengo que conseguirlos. Solamente un rey me los puede proporcionar. Pues, ¡a los reyes de España!, que son los más indicados, los más generosos, los más soñadores, como yo…
Hasta que la Reina Isabel, la madre de nuestra América, le proporciona las tres carabelas. ¿Ya está todo? ¿Ya ha conseguido su ideal? No. Ahora viene la gran aventura, y el vencer dificultades sin número.
Porque el viaje no fue un placer, precisamente. Después de mucho navegar, la tripulación no aguanta más. Quieren linchar a Colón el soñador, que les ha engañado, pero él se mantiene firme. Dos meses largos separan la embarcación de aquel 3 de Agosto en que zarparan del puerto de Palos.
Por fin, el 12 de Octubre, el grito de Triana —¡Tierra, tierra!—―venía a decirle a Colón que su idea se había hecho realidad. Quienes lo tuvieron por loco, por temerario, por suicida…, ahora, en medio del entusiasmo, enmudecían atónitos, o se recomían de envidia, o se inclinaban reverentes ante el héroe…
Esto es el ideal: una idea que se mete en la cabeza; un objetivo noble y grande que uno se propone; y, escogido con cuidado y ponderación, se le sirve incondicionalmente, cueste lo que cueste, a pesar de todos los pesares, hasta que se conquista con gloria.
El ideal es una idea grande, que da valor a la vida, que vale más que la vida, porque sin ideal, la vida no vale nada. Al ideal se le consagran todas las energías, y al ideal se le sacrifica la misma vida, si llega el momento de morir por el ideal.
En la vida, la persona puede trazarse muchos ideales: ser un gran profesional, una madre estupenda, un agricultor notable, una trabajadora social distinguida, un político reformador, un inventor, una nueva promotora de la mujer… Todos son magníficos, todos realizan a la persona, todos la dignifican, todos son un servicio al mundo.
Hay muchos y grandes ideales en la vida. Pero, ya se ve, el ideal más grande es el que se relaciona directamente con Dios, con lo eterno. El ideal supremo será siempre Jesucristo: su Persona, su enseñanza, su Reino…
El Papa Juan Pablo II, por ejemplo, al abrirse el nuevo milenio, propuso como un desafío el ideal de la santidad. ¡Sean los santos del Tercer Milenio!… ¿Pensamos que no recogería nadie semejante desafío?… ¡Las sorpresas que guardará la Historia! ¡Lo que veremos desde allá arriba!…
Hay una gran diferencia entre las personas con ideal y las que no lo tienen.
Unas y otras están bien caracterizadas en los dos personajes de un libro inmortal, Don Quijote de la Mancha. Quien no tiene ideal, es el anodino Sancho Panza, prototipo del hombre vulgar: comer, beber, pasarla bien, y fuera compromisos en la vida… Quien tiene ideal, es el loco Don Quijote: loco cuanto queramos, pero alma grande, aventurera, capaz de realizar los sueños imposibles…
Sin haber existido nunca, Don Quijote está vivo, vivísimo, en el interior de toda alma selecta. Don Quijote fue Don Quijote, porque tuvo un ideal.
Las personas de ideal son las únicas que son y que hacen algo en la vida. Las que se engrandecen a sí mismas, las que dignifican al mundo, las que llenan de gloria a Dios. ¿Vale la pena o no vale la penar vivir con un gran ideal?…