En lo social y político

25. octubre 2013 | Por | Categoria: Reflexiones

Es un hecho innegable que, como hombres y como cristianos, debemos preocuparnos por el mundo. Dios nos lo ha encomendado para que entre todos formemos un mundo nuevo, en el que todos nos sintamos hijos de Dios y hermanos; por lo tanto, un mundo en el que no haya  injusticias y desigualdades ofensivas a la dignidad del hombre y del cristiano. No podemos pensar en un Cielo sin vivir antes en la tierra; ni vivir en la tierra sin mirar al Cielo de después. Ambas cosas son necesarias.

Es ésta una verdad que hoy no la discute nadie. Y mirando ahora nuestros deberes humanos y cristianos, vemos cómo hay que formarse en esta conciencia social y política, que nos obligue a trabajar, cada uno en nuestro puesto y conforme a sus posibilidades, por el bien de los demás.

Un hombre rico, muy rico de verdad, y santo, muy santo, que destacó mucho en el campo social, constató un hecho que le afectó para toda su vida y le hizo trabajar siempre para los demás con su mucho dinero. Visita Londres en aquellos tiempos de las grandes diferencias sociales, y se queda terriblemente desilusionado, como cuenta él mismo:
– He visto las penalidades de las clases inferiores, y no envidio a este país que todos califican de floreciente. Yo creo que el país más feliz es aquel en que el bienestar es más general, y aquí se ven desigualdades desconsoladoras. He visto los tipos más miserables, incluso desgraciados, porque sufren las privaciones a la vista de los que nadan en una opulencia escandalosa.

Esta fue su experiencia dolorosa. Pero vislumbró el remedio, cuando fue el domingo a la Misa en una pequeña iglesia católica, y observó conmovido:
“Pasan a comulgar todos juntos, sin distinciones sociales. Y qué interesante es contemplar un obrero fuerte y rudo acercarse a comulgar al lado de una señora elegante; una vieja andrajosa que apenas puede andar, arrodillarse junto a una muchacha linda, ricamente vestida a la moda; y un distinguido caballero tocándose con un pobre mendigo. Cuando veo escenas así, es cuando más admiro nuestra religión: esos cuadros me parecen lo más sublime que se puede dar en el mundo” (Marqués de Comillas)

     Allí descubre aquel hombre extraordinario lo que sería la doctrina social de la Iglesia bien vivida y aplicada por los hombres. Todos hijos de Dios y hermanos, vendría el respeto mutuo, el amor que acepta a todos, la ayuda necesaria, la eliminación sistemática de las desigualdades ofensivas.

Cuando se nos habla de este tema, se nos va el pensamiento a las luchas de tiempos pasados, pero muy recientes todavía en nuestra memoria. Acordes con la enseñanza de la Iglesia, decimos: -¡No! ¡Más sangre, no! ¡Fuera ya eso de revoluciones!… Pero, como por otra parte no queremos ni podemos cruzarnos de brazos —porque es nuestro deber hacer algo—, miramos esperanzados a nuestros sistemas democráticos, confiados siempre en lo que nos dicen, aseguran y prometen nuestros políticos.
 
Es entonces cuando miramos nuestra participación en plan sereno, y no demagógico. No hacemos ya caso a los que gritan, sino a los que trabajan seriamente en la política y en la economía. Y estamos al tanto, por ejemplo, cuando se trata de dar nuestro voto, porque eso de votar es un deber de conciencia.

Para ello, nos quitamos los prejuicios de siempre, aunque exigimos también honestidad en los que pretenden gobernarnos. Quisiéramos que todos fueran como aquel ministro de uno de los últimos reyes que tuvo Francia. Nombra a un nuevo ministro, que gozaba de buena reputación, y al presentarse por primera vez al monarca en su despacho, empieza a sacarse del bolsillo y de la cartera todo lo que llevaba, y lo va dejando con mucha calma encima de la mesa: los anteojos, el pañuelo, la cajetilla de cigarros, todo… El rey, molesto:
– ¿Qué es esa grosería? ¿Por quién toma usted a su Rey? ¿Ha venido usted aquí a vaciarse los bolsillos?…
Pero el nuevo Ministro, con mucha astucia y sinceridad: – Sí, señor. Quiero distinguirme de los que vienen sólo a llenárselos (Luis XVIII, +1824, y Corville)

Es cierto que así quisiéramos a los que trabajan por nosotros, lo mismo en el partido que en el puesto para el que los hemos elegido: unos servidores, y no unos aprovechados. Pero si ese es el deber de ellos, el nuestro es ayudarlos con tesón, al verlos trabajar con empeño y honestidad. Porque el bienestar social no lo consiguen sólo unos cuantos, sino que es empeño de todos los ciudadanos.

El trabajo social y político nos exige deberes a la vez que nos da derechos. Y somos tan enérgicos en defender los unos como en cumplir los otros. El problema social es muy serio, sobre todo para los cristianos, que tenemos una conciencia más viva de nuestra responsabilidad ante la Patria y ante Dios.

Para el cristiano, todo se reduce siempre al gran precepto del amor. Al amor de Dios y al amor de los hermanos. Y este amor de los hermanos está reclamando hoy justicia social, que llene el plato en la mesa, y también una paz que haga callar el ruido de las armas. La clave está en el amor de Jesucristo.
El Papa Pío XII lo expresó con aquellas palabras en un discurso memorable:
– Corre por el mundo un grito de renacimiento, un grito de recuperación: será la restauración cristiana. El mundo debe ser reconstruido en Jesús (6 – 4- 1957)

Cada vez vamos teniendo más conciencia de nuestros deberes de ciudadanos, unidos estrechamente a nuestros deberes cristianos. Por lo mismo también, cada vez valoramos más la formación social y política, que no es simplemente un lujo, sino un elemento muy apreciado en la sociedad actual.
La tarea será todo lo grande que queramos, porque el mundo nuevo no se va a formar en un día ni en mil. Pero es el esfuerzo que nosotros aportamos para el reinado final de Jesucristo.

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