La confianza irrenunciable

1. noviembre 2013 | Por | Categoria: Reflexiones

Entre tantos sentimientos que debe excitar en nosotros el recuerdo constante de Dos, ¿hay alguno más bello que el de la confianza? Confiar en Dios es una gran gloria para Él y es para nosotros el colmo de la tranquilidad y de la paz.

Un hecho de hace ya muchos siglos nos lo dice muy significativamente. La bella isla de Mallorca —la que hoy es el paraíso de los turistas— había sido sojuzgada por los musulmanes. El rey cristiano se empeña en reconquistarla para la fe cristiana, y, para ello, prepara la flota y se dirige hacia la isla con aire triunfado. Pero se alza en pleno mar una tempestad furiosa, que pone en peligro la embarcación entera, y los oficiales, alarmados, insisten en regresar al puerto para no perderse todos. Pero el rey, siempre decidido y arriesgado, y esta vez con una fe enorme, contesta seguro del todo:
     – ¡Jamás retrocederemos! Por nada del mundo nos tiramos para atrás. Hemos salido con el único fin de volver un reino a la fe de Nuestro Señor, y, puesto que vamos en su nombre, tenemos toda la confianza de que Él nos guiará.
Mallorca, la joya del Mediterráneo, vino a manos de la Iglesia, debido, más que a nada, a la enorme  confianza de un rey cristiano (Jaime el Conquistador)

Las crisis por las cuales atraviesa el mundo nos afectan a todos, porque crean situaciones de angustia que antes no eran normales. Son muchos, por eso, los que se ven sumidos en el desaliento, cuando no vislumbran fácil remedio a tantos problemas que se les echan encima, de una índole u otra:
económicos, porque el sueldo no llega para todo…
morales, porque ciertas formas sociales resquebrajan la estabilidad familiar…
físicos, porque la salud está amenazada por una enfermedad u otra…
personales muy íntimos, porque el corazón tiene sus derechos,  y son sus fracasos más sensibles.

En ocasiones así, las cuales se presentan cada día, ¿hacia quién se vuelven los ojos? Instintivamente, al fin nuestra mirada va a parar siempre a Dios, porque Dios es el único que nos puede y nos quiere sostener en la prueba.
Esta confianza es de gran gloria para Dios. Porque con ella confesamos que Dios es bueno, el Padre que supera a todos los padres y madres en bondad. Una bondad, la de Dios, que está sobre nuestra manera de proceder.

El hijo o la hija buenos, correctos, siempre apegados al papá y la mamá, no necesitan de razones para confiar en los papás, pues no han hecho sino experimentar siempre la bondad de sus corazones.

¿Y el hijo o la hija rebeldes? ¿Los que han hecho una trastada imperdonable? ¿Qué hacen cuando no tienen más remedio que buscar una solución? No piensan en nadie más que en el papá y la mamá, los ofendidos precisamente. ¿Por qué? Porque el ser buenos los padres no depende de la bondad o maldad del hijo o la hija, sino de la manera de ser el corazón del padre y la madre. Y como los hijos malos lo saben bien, acuden a los padres, indefectiblemente buenos, haya pasado lo que haya pasado.
Es el caso de Dios. Por algo Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, cuando nos enseñó la plegaria con que dirigirnos a Dios, empezó con una palabra que compendia toda la confianza que se puede tener en el mundo: ¡Padre!… Si empezamos por llamar así a Dios, ¿qué temor puede caber en el corazón?… ¿Qué no se puede esperar del Dios que nos ama como Padre?…

Jesús, pocas horas antes de morir, dijo unas palabras que contienen algo de misterio: -No digo que yo voy a interceder por vosotros, pues no va a hacer falta… ¿Cómo? ¿No tenemos que dirigir todas nuestras plegarias a Dios por medio de Jesucristo?
Así es. Pero el mismo Jesús nos explica la razón de sus palabras algo misteriosas. Al decir: No hará falta que yo ruegue por vosotros, añade una razón tumbativa: ¡porque el mismo Padre os ama! (Juan 16,26).  Si Dios nuestro Padre nos ama, ¿qué remedio le queda sino estar pendiente de nosotros en todos nuestros problemas?…

La confianza en Dios es lo último que podemos perder. Mejor dicho, lo único que no se puede perder jamás. Caminamos por la vida en medio de dudas, de angustias, de problemas. Unos los vemos, otros los presentimos y los tememos. Pero, de una cosa estamos seguros: de que Dios no nos va a fallar.

Ya que hemos empezado con un conquistador marinero, vamos a acabar con un aviador (Von Hünefeld).
Era en los primeros días de la aviación, cuando no se contaba sino con aparatos de unas barras y lonas como complementos del motor. Hoy, nadie se metería en uno de aquellos armatostes. Sin embargo, lo hizo aquel valiente alemán que se aventuró a ir hasta el Asia oriental. Al regresar de su vuelo histórico, le preguntaron:
– ¿Qué aparato cree usted que es el mejor?
Da sencillamente su respuesta, y añade después con la mayor naturalidad y profunda convicción cristiana:
– Y sobre ese aparato, el más apto a mi parecer, está la confianza en Dios, que no ha de estar solamente en los labios, sino en lo más profundo del corazón

Podríamos recorrer toda la Biblia, y amontonar ahora textos y más textos, a cuál más bello, sobre la confianza en Dios. Israel expresaba su confianza con estas palabras: “Los que confían en el Señor son como el monte Sión, que jamás se tambalea y permanece siempre inconmovible” (Salmo 124,4)

Bonita comparación: siempre guerras y guerras en Jerusalén durante milenios, como la de hoy entre palestinos e israelíes… Todo se derrumba y cambia, menos el monte Sión, que ahí está desafiando el tiempo. Y así, así es quien tiene puesta en Dios toda su confianza…

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