El fatal “tanto me da”…

20. diciembre 2013 | Por | Categoria: Reflexiones

Una de las amenazas que más llaman al atención en el Apocalipsis es aquella dirigida a la comunidad de Laodicea: “Conozco tus obras y no eres ni frío ni caliente. Eres solo tibio; ni caliente ni frío. Por eso voy a vomitarte de mi boca”(Apocalipsis 3,15-16). Es decir, Dios no aguanta a los indiferentes. Y no es que quiera a los malos, sino que a todos nos quiere ardorosos, firmes en la fe, amantes de veras.

Hace ya muchos años que se publicó en Francia un libro que se hizo célebre, titulado “Francia, país de misión”… Todos sabemos que Francia fue la primera nación cristiana en la Europa que nacía, y por eso se ha llamado siempre con legítimo orgullo “La primogénita de la Iglesia”.
Pues, bien; en el libro, y con cifras de entonces, se decía que Ruanda-Urundi, en el corazón del África, tenía los mismos habitantes que París —tres millones—, con un número de cristianos y catecúmenos que se acercaba al millón. Casi todos los habitantes de Francia están bautizados, y preguntaba el libro:
-¿Podemos decir que nuestra capital, con los mismos habitantes que Ruanda, alcanza un número semejante de cristianos?…

Una pregunta así de inquietante nos la podemos hacer en nuestros países cristianos y católicos, en los cuales queremos que Dios sea ALGUIEN que cuente en la vida de todos nosotros, y no un “algo” misterioso y vago en muchos de nuestros conciudadanos.

Tenemos derecho a soñar que el Nombre de Dios —la palabra más augusta que existe—, sea también la palabra que más pronuncian nuestros labios.
Y no porque sea una palabra bonita y que nos haya de salir como una muletilla cualquiera, sino porque Dios es lo primero que cuenta en nuestra vida.
Tenemos derecho a soñar que el Amor sea amado. Que el Dios que tanto nos quiere no sea un fracasado en sus ilusiones con nosotros, sus hijos.
Y no porque Dios nos necesite a nosotros, sino porque nosotros necesitamos a Dios. La insatisfacción que tanto se nota en nuestra sociedad moderna no se debe a otra cosa sino al fracaso del amor.

Entre tantos y tantos casos bellísimos y encantadores de Francisco de Asís, uno de los más sabidos y comentados es el de sus gritos de dolor por las cercanías de la Iglesia de Los Ángeles.
Iba dando vueltas  por sus contornos, llorando a lágrima viva y con lamentos desgarradores.
Un buen hombre muy conocido suyo, le pregunta preocupado:
– Pero, Francisco, ¿qué te pasa? ¿Alguna desgracia tuya o de tus frailes?
Y el bendito Santo, sollozando cada vez más:
– ¡No, no, nada de eso! Es que me duele mucho lo que hizo Nuestro Señor por nosotros, que fuimos la causa de su Pasión, y lo mucho que nosotros le tenemos olvidado y lo poco que le correspondemos a su amor.

Sin embargo, nosotros le damos la razón a Francisco sólo a medias. Es cierto que en la sociedad hay mucho abandono de Dios, mucha indiferencia, y hasta desprecio e incluso ataques a Dios.
Pero no podemos negar que muchos aman a Dios y han puesto a Dios como meta de todas sus aspiraciones. Dios ante todo y sobre todo; a Dios le tienen dada la vida, y fuera de Dios son les interesa nada.

Se dio el caso en un teatro de Rusia allá en los comienzos del comunismo. La obra que se representaba en el escenario era de las de fama, pero la gente no hacía casi ningún caso. Entre el auditorio se hablaba, se reía, de modo que apenas si se escuchaba nada de lo que decían los actores. De repente, uno que desempeñaba el papel de vagabundo, pregunta al sacerdote peregrino:
– Dígame, Padrecito, ¿hay Dios?…
La pregunta fue fulminante. Se hizo un silencio sepulcral y todos esperaban con el aliento cortado la respuesta que el peregrino tenía que dar. -¿Que si hay Dios?… El sistema comunista decía que no; pero el sentir de todos decía que sí. ¿Quién tendría la razón?… Contra las autoridades ateas, la respuesta fue clara y terminante: -¡Sí, hay Dios! Porque todos estaban convencidos de esta verdad.

Y si Dios existe y está cerca de nosotros, ¿podemos nosotros permanecer indiferentes ante Dios?
Este es el problema que tenemos planteado hoy en la sociedad, quizá mucho más grave que en aquellos tiempos revolucionarios.
Entonces se le persiguió a Dios, y, sin embargo, Dios se mantuvo vivo en el seno de las masas, como lo demostró el pueblo ruso apenas se vio libre al desmoronarse el partido.

Hoy, sin ser perseguido Dios abiertamente en la sociedad del bienestar, el Ser Supremo que está en el cielo no suscita en muchos ningún entusiasmo ni curiosidad alguna. ¿Para qué molestarse con Dios —se dicen en sus adentros—, mientras Él no nos moleste a nosotros?…  Y con este proceder, nos damos cuenta de que es mucho peor la indiferencia religiosa que una persecución atea.

¿Entonces?… Entonces viene aquello que decíamos al principio. Es cuestión de no mirar tanto a los que dejan a Dios, sino a los indiferentes a los que Dios tanto les da, a ésos a los que Dios ni les interesa ni les molesta, a los cristianos que la Biblia llama tibios y que a Dios le causan repugnancia hasta querer vomitarlos (¡muy fuerte es la palabra, pero así lo dice Dios de Sí mismo!…)

Son todo al revés aquellos en los que Dios deja posar su mirada complacido, porque lo quieren de verdad, y lo demuestran con su rezar y su cantar, con su alegría y su esperanza. Con todo su proceder, demuestran y están testimoniando que sólo Dios vale la pena y que con sólo Dios hay bastante. Éstos son un verdadero bocado, y bien exquisito, para el paladar de Dios… 

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