La ciencia de Dios
13. diciembre 2013 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesNo olvidaremos, ni yo ni mis compañeros de aquel entonces, lo que nos pasó en una catequesis, hace ya mucho tiempo. Era muy difícil enseñar la doctrina cristiana a muchachos ya mayores, porque casi ninguno sabía leer ni escribir. ¿Son analfabetos?, nos dijimos. Pues empecemos por lo primero… La tarea resultó ardua, pero dio felices resultados. Uno de ellos llegó un día a la reunión y se convirtió en nuestro mejor aliado, porque su entusiasmo se hizo contagioso. Y todo lo que decía a sus compañeros era esta simplicidad, que para él resultaba un mundo: -¡Ya leo los letreros! Voy por la calle y sé lo que dicen los anuncios de todas las tiendas…
Ustedes me dirán: -¡Qué tontería!… . Pues, sí; pero yo les puedo asegurar que fue ésta una de las satisfacciones más grandes que los del grupo experimentamos en nuestro apostolado de aquellos tiempos…
El mayor mal al que hoy se enfrenta la humanidad es el hambre injusto que sufren grandes masas de la población mundial. Esto no lo niega nadie.
Y en el orden social, y muy paralelo al hambre de pan, está el hambre de la cultura, con el analfabetismo como el mayor exponente de ese mal, y que trae tan graves consecuencias.
Pero damos un paso más, y en el orden del espíritu nos encontramos con un hambre y un analfabetismo mucho más graves, como es el hambre de Dios y el desconocimiento del mismo Dios, tal como lo dijo una voz muy autorizada.
Se había reunido en Roma el Sínodo que iba a examinar, bajo la mirada atenta del Papa, el papel que les correspondía jugar en la Iglesia y en el mundo a los Obispos como Pastores del Pueblo de Dios. Y el Cardenal Secretario de aquella asamblea reconoce sin miedos la dolorosa realidad:
-¿Que cuál es el mayor problema y el mayor desafío del futuro? Es el “analfabetismo” sobre la fe. El escaso conocimiento de las verdades de la fe, aun entre los que se llaman católicos, es el mayor desafío con que nos tenemos que enfrentar (29-IX-2001)
Es doloroso este diagnóstico, pero tiene remedio. Queramos o no queramos, el hombre y la mujer modernos tienen sed de Dios. Consciente o inconscientemente, van buscando solución para su vida insatisfecha, pues a pesar de que la vida moderna ofrece todo, hay algo en el fondo de las almas que no se llena con nada de lo que la técnica y el bienestar nos sirven en bandeja.
¿No estará la solución en salir al frente de los que tienen sed de Dios y darles de beber?
Y aquí tenemos nosotros el desafío: a los analfabetos de Dios hay que evangelizarlos haciéndoles conocer a Dios, que se reveló plenamente en Jesucristo.
Hay que lograr que Jesucristo sea conocido en su persona, en su misión, en su doctrina.
Hay que conseguir que la Biblia no sea un simple adorno, un libro de postín o de moda.
Hay que hacer del Catecismo el manual imprescindible de la instrucción cristiana.
Hay que conseguir que la revista religiosa ilustrada penetre en el hogar.
Cuando nos dan estadísticas, más o menos bien hechas, siempre nos ponemos a pensar. ¿Traemos el ejemplo de dos países entre los más avanzados del mundo, con una estadística antigua y otra nueva?
Una antigua —en Estados Unidos, y concretamente en las escuelas superiores de Nueva York— dio un resultado inquietante. Una gran mayoría de los entrevistados no sabían dónde había nacido Cristo ni quién era su Madre. Otros muchos desconocían los Mandamientos del Decálogo, y sólo vagamente habían oído algo de la Ley de Dios. Aunque la mayoría —y esto era una esperanza— sabían como oración el Padrenuestro.
Y otra estadística más moderna, en Francia, donde más de la mitad de los adultos encuestados dice que la Biblia está pasada de moda, aunque para bastantes es un libro cuyas enseñanzas son todavía de actualidad. Solamente las personas ya muy mayores consideran que la Sagrada Escritura tiene importancia para la vida personal.
¿Qué quiere decir esto? Que la ignorancia es ciertamente grande, pero que todavía está en el suelo la semilla, y es cuestión solamente de que germine en muchas conciencias.
Gracias a Dios, no partimos de cero, como nos lo hace ver esa mayoría que sabía el Padrenuestro, lo cual quiere decir que lo rezaban, pues de lo contrario no lo sabrían ni lo hubieran recordado…
Conocer a Dios por el Evangelio de Jesucristo es la ciencia suma que podemos poseer.
Ese conocimiento satisfará el hambre y sed de Dios que todos sentimos.
Y al comunicar a los demás lo que nosotros sabemos de Dios y de Jesucristo, les habremos hecho el mayor beneficio que les podemos brindar.
Porque les habremos encaminado, ¡nada menos!, que por la senda de la salvación, como dice el mismo Jesús: “Esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, Dios único y verdadero, y al que tú enviaste, Jesucristo” (Juan 17,3)
Un campesino tenaz se las vio una vez delante del abogado al que tuvo que recurrir por un asunto familiar. El abogado estaba muy ayuno de Dios, mientras que el campesino abundaba en el conocimiento de su fe católica. Y el profesional, con gran honradez, confesaba después a sus colegas: -Estaba yo muy orgulloso de mi ciencia, pero hay quien me gana. Un hombre del campo, que no hace más que manejar el tractor, me ha demostrado que sabe mucho más que yo, que revuelvo tantos libros…
Justo. Cara a Dios, un sabio y un analfabeto. ¿Quién era quién?…