Esclavos de la verdad

24. enero 2014 | Por | Categoria: Reflexiones

Asistimos en el Evangelio a dos momentos muy serios para Jesús.
Se ha entablado una lucha despiadada entre Él, los fariseos hipócritas y los jefes del pueblo, lucha que se va acrecentando cada vez más, hasta que Jesús les dice abiertamente:
– ¿Queréis saber por qué me perseguís? Ya os lo digo yo. Me perseguís porque os digo la verdad.
Esta persecución contra Jesús va a llevar a los jefes hasta entregarlo a Pilato para que lo mande crucificar. Y Jesús se lo declara sin miedos al gobernador romano (Juan 8,45 y 18,37):
– ¿Sabes para qué estoy yo aquí? Para dar testimonio de la verdad.

Y porque dio tan valientemente ese testimonio de la verdad, Jesús paró en el suplicio de la cruz. Jesús es, más que nadie, el héroe de la verdad.
En la vida simplemente humana y social —¡cuánto más en la cristiana!— la verdad, el amor a la verdad, viene a ser un auténtico culto. Porque a la verdad se le rinde pleitesía, y el hombre y la mujer sinceros, respetuosos de la verdad, e incapaces de la más pequeña mentira, se ganan una confianza y una consideración rayanas en la veneración.

El caso clásico entre los clásicos —contado en todos los libros de educación infantil— lo tenemos en los Washington, padre e hijo, ejemplo que ha dejado huella profunda en la historia de Estados Unidos.
Washington padre cultiva en su campo muchos árboles, pero aquel cerezo era el preferido y se llevaba los más grandes cuidados. Al pequeño Washington le regalan un hacha, y el crío la va a estrenar casualmente en aquel árbol tan querido de papá. El árbol queda destrozado, naturalmente, y el papá se pone furioso, mientras va preguntando a todos:
 – ¿Quién ha sido?…
Y el chico, valiente:
– Yo, papá. No busque más.
La respuesta del papá dolido se ha hecho célebre en todas partes:
– Prefiero tu sinceridad a todos los cerezos del mundo.
Desde entonces, en los campos de la Capital el cerezo es el árbol más mimado, y Estados Unidos se gloría de cultivar el respeto a la verdad como el mejor patrimonio nacional.

El amor a la verdad, la sinceridad en decir siempre la verdad, tiene su raíz más profunda en el mismo Dios. Porque en Dios no puede haber contradicción entre su pensar y su hablar. La palabra de Dios es la expresión de lo que es el mismo Dios.
Y esto es precisamente lo que Dios quiere de nosotros: que nuestra palabra esté siempre de acuerdo con lo que pensamos, sin rendirnos jamás a una mentira.
Lo sabemos por mandamiento expreso de Dios, que nos ordena no levantar falso testimonio ni mentir.
Y lo nos lo dicta también, instintivamente, el grito de nuestra conciencia.
No hay nada que más nos honre que la sinceridad de nuestras palabras; así como no hay falta que nos pueda sonrojar tanto como una mentira pillada en nuestros labios.

Todos sabemos quién era Santo Tomás de Aquino, el teólogo más grande que ha tenido la Iglesia. De estudiante era muy callado, y, a pesar de ser tan sabio, era también muy ingenuo. Un día sus compañeros le quieren gastar una broma pesada, y le dicen a Tomás y a los que estaban con él:
– ¡Salgan, salgan, a ver un buey volando!
Tomás salió a ver aquel portento, y vino la carcajada de todos: -¡Y el bendito de él se lo había creído!…
Tomás se lo creyó o no se lo creyó, porque parece que todo es un cuento, pero les dio una lección soberana con su respuesta genial:
– Yo pensé que era más fácil ver volar a un buey que no el ver mentir a un hombre.

Cuando se trata de la verdad y de la mentira, no vale la pena hacer distinciones del creyente y del no creyente, del cristiano o del pagano.
La mentira no cabe en ningún hombre honesto ni en ninguna mujer honrada, pues, con un mínimo de dignidad personal, una mancha semejante no se la echa ninguno a la cara.

Pero el decir siempre la verdad tiene en el cristiano un significado muy especial, ya que su condición le exige el confesar con las palabras y con la vida lo que le dictan su fe y su conciencia. El ejemplo de Jesús, con su valentía ante los jefes del pueblo y ante Pilato, ha marcado para siempre la conducta cristiana.
No se trata precisamente de confesar la fe ante los tribunales revolucionarios en tiempo de persecución.
Se trata de algo mucho más sencillo, como es ser tan fieles siempre en el hablar, que todos tengan plena confianza en nuestras palabras, sabiendo que el disimulo no entra jamás en nuestra manera de proceder.

En uno de los primeros escritos de la Iglesia, se le daba al cristiano este consejo: -Ama la verdad, y que de tu boca salga toda verdad, a fin de que el Espíritu que Dios hizo habitar en esa carne tuya, sea hallado verdadero en todos los hombres, y de esta manera sea glorificado el Señor, que mora en ti. Porque el Señor es veraz en toda palabra, y en él no hay mentira alguna (Pastor de Hermas)
    
Dicen que los egipcios representaban la verdad con un sol resplandeciente en medio del firmamento azul, sin sombra que lo anublase, y que un filósofo griego pedía: ¡No hables nunca contra el Sol! (Pitágoras).
El cristiano dice lo mismo, como el valiente Jesús: ¡Siempre la verdad! Porque entonces, es Dios quien habla por mi boca… 

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