Formando el corazón

11. abril 2014 | Por | Categoria: Reflexiones

Dos príncipes encantadores, destinados a subir al trono real, salen un día de paseo por los alrededores de la ciudad de Sevilla. Mientras charlan amigablemente con los acompañantes, una paloma herida cae a sus pies.
Y el príncipe, angustiado al verla sin remedio, pide sin más: -¡Mátenla! ¿No ven que la pobrecita paloma va a morir sin remedio? Que no sufra inútilmente.
Pero la princesa, igualmente compasiva, piensa al revés: -¡No, no la maten! ¿Por qué no tratamos de salvarla? ¡Llamen pronto a un veterinario!…

El escritor que nos ha conservado la anécdota, se desata en alabanzas a sus reyes, aquellos dos príncipes de la paloma salvada. ¿Cómo no iban a ser buenos, si ya de jóvenes tenían tan magníficos corazones?… ¡Por un animalito! ¿Qué no harían después por un hombre!… (Feijóo)
Esto nos lleva a nosotros a hablar hoy de la formación del corazón. Antiguamente se creía que el corazón era lo primero que empezaba a vivir y lo último que moría. Y sacaban esta conclusión: -Entonces, ¡a formarlo desde el principio hasta el final!…

¡Corazón!… ¡Hay que ver lo que entraña esta palabra que repetimos millones de veces! Y no nos referimos al órgano de carne que late dentro de nuestro pecho, sino a lo que significa el corazón en un lenguaje aceptado por toda la humanidad.
El corazón es nuestro ser más íntimo. Es el afecto, es el cariño, es la nobleza, es el amor. De él arranca todo lo bueno y bello que hacemos en la vida… Pero es también el rencor, el odio, el desespero, y del corazón arranca también todo lo malo que podemos hacer a lo largo de nuestra existencia… Porque el corazón es nuestra voluntad, que se inclina hacia donde la empujan las pasiones, buenas o malas, significadas en esa palabra adorada: ¡corazón!…
¿Entonces?… No hay más remedio que formar el corazón.
Hacer que rebose de sentimientos nobles.
Hacer que se eleve siempre a lo grande, bueno y bello.

¿Ha habido alguna mujer más admirada que Teresa de Jesús?… Pues, si queremos, podemos escuchar a un filósofo de máxima altura, que nos dice de ella:
– ¿Le parece a usted que un corazón como el de Teresa de Jesús podía vivir sin amar? Si no se hubiese consumido con la llama purísima del amor divino, se hubiera abrasado con el fuego impuro del amor terreno. En vez del ángel que excita la admiración de los mismos incrédulos, tal vez hubiéramos tenido que deplorar los extravíos de una mujer peligrosa (Balmes)
Teresa no fue eso que el filósofo temía, porque supo dominar a tiempo su corazón, que empezaba a desvirase en plena juventud, como ella misma reconocía y confesaba…
La formación del corazón empieza sobre las rodillas de la madre. Sigue en la escuela, cuando la escuela es lo que debe ser: formadora, y no sólo instructora. Y para los cristianos, halla su complemento mejor en la Iglesia, que con su catequesis y la vida sacramental es la formadora suprema del hombre y de la mujer.

Esto lo intuyó Agustín, que decía de su incomparable madre: -Se sentía la presencia de Dios en su corazón. Y porque Mónica estaba llena de Dios, fue capaz de formar a un Agustín, uno de los corazones más bellos que han existido…
De otro hombre grande e insigne de nuestro tiempo, al verlo lleno de Dios, dijo alguien con suma autoridad: -Tiene un corazón tan grande como una catedral (Cardenal Mercier, del Beato Columba Marmión)

En el corazón se entabla una lucha feroz cuando se trata de satisfacer las pasiones blandas que halagan. Si no se impone la generosidad y el sentido común, esas pasiones, regalo de Dios a la naturaleza, se pueden convertir en trampa y en sepultura del corazón. Con graciosa comparación lo cantaba la fábula del poeta:
                                A un panal de rica miel  
                                dos mil moscas acudieron,  
                                que por golosas murieron  
                                presas de patas en él.  
                                Otras dentro de un pastel  
                                enterró su golosina.
                                Así, si bien se examina,  
                                los humanos corazones  
                                perecen en las prisiones  
                                del vicio que los domina (Samaniego)

Dejamos las fábulas del poeta, y clavamos la mirada y fijamos la atención en otro Maestro muy superior. Porque para formarse el corazón no hay medio mejor que acudir al Corazón más bello que ha existido: el Corazón de Jesucristo, el que más ha amado y el que ha sido más amado también.

Hubo en la Edad Media —en la misma tierra y los mismos días de Francisco de Asís—, una santa muy interesante: Ángela de Foligno. Se había extraviado bastante su corazón, hasta que tuvo la buena idea y la gracia de volverse a Dios. Jesús le hablaba con frecuencia, y un día le dijo: -¿Ves esta herida de mi corazón? De ella brota el remedio para tus males: el agua que apaga tu amor torcido, la sangre que te redime de tu cólera y tu tristeza. ¡Acude a mi corazón!…

Todos abrigamos la ilusión de poseer un corazón bello. ¿Quién nos lo prohíbe?… Nos gustaría tener un corazón tan tierno y sensible que se conmueva ante la desgracia de un pajarito; y tan fuerte, generoso y emprendedor como el de Aquel que subió tan decidido hacia la Jerusalén que le esperaba con una cruz… ¡Porque hay que ver lo que se siente y se hace cuando se tiene un corazón bien formado!…

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