Otra vez con la santa de Calcuta
19. septiembre 2014 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: ReflexionesEn un mensaje anterior gustábamos algunas anécdotas del la Madre Teresa. Hoy volvemos sobre la santa de Calcuta, y la llamamos “santa” con minúscula, hasta que la Iglesia, con la canonización, nos permita llamarla “Santa” con una mayúscula bien grande…
Y a propósito, un reportero, con el atrevimiento que les caracteriza a veces, le pregunta sin más: -Madre usted lleva fama de santa. ¿Es una santa? Y la Madre Teresa, aguda como ella sola, le responde rápida, clavando en él su mirada escrutadora: -Ser santo no es un privilegio. Es un deber. ¿Es usted santo?… El reportero dio media vuelta y prefirió no contestar…
Sabemos que la característica de la Madre Teresa y de sus Misioneras de la Caridad ha sido el amor a los pobres más pobres, sobre los cuales ha tenido expresiones bellísimas. Un día se le preguntó: -Madre, ¿qué entiende usted por “los pobres más pobres”? Y dio esta respuesta precisa:
– El pobre puede luchar todavía por sí mismo; pero el más pobre entre los pobres, no, porque no tiene nada ni a nadie. Quien no tiene nada ni a nadie es el más pobre entre los pobres. Porque no tiene nada en qué refugiarse, no tiene nada por qué luchar. Es él quien tiene necesidad de más amor.
Y otra vez contentó con estas palabras:
– La peor miseria no es el hambre o la lepra, sino el sentimiento de sentirse indeseable, rechazado y abandonado por todos.
Por eso centró su misión en dar amor, como lo confesó una vez:
-Cuando se sufre hay necesidad de ayuda; pero al final hay más necesidad de amor. Me encontré con una mujer católica que tenía cáncer. Yo le dije que aquella enfermedad era un beso de Dios. A lo que me respondió: -Madre, pídale por favor a Dios que deje de besarme así. ¡Pobre criatura! Yo me limité a mirarla. Dos días después moría con una sonrisa encantadora…
Era esto el prodigio de una mirada de amor…
Y cuenta la Madre el origen de su apostolado:
– Si no hubiese recogido a un moribundo en la calle hace tantos años, no habría podido recoger después a otros cuarenta y tres mil. No hay tiempo para pensar a fondo sobre los problemas de la pobreza o del dolor y analizar sus causas. Los pobres y los enfermos no tienen tiempo: es necesaria la acción, no el pensamiento.
Quienes hablan de justicia y no precisamente de caridad, le criticaban a veces duramente. Pero la Madre tenía ideas muy claras sobre esto, y sabía responder a las acusaciones que le lanzaban. Como cuando decía:
– Es verdad. Me dicen que haría mejor dejando a los pobres cañas para pescar y no el pescado. Pero, en la mayoría de los casos, estos desgraciados no tienen ni siquiera la fuerza para sostener una caña de pescar.
Y a las críticas de los abanderados de la justicia, respondía con benignidad:
– Afortunadamente, hay en el mundo personas que luchan por la justicia y los derechos cívicos que intentan cambiar las estructuras. El contacto cotidiano de nuestras hermanas es con personas que no tienen siquiera un pedazo de pan para alimentarse. Nuestra misión es abordar el problema de una manera individual y no colectiva. Nuestra preocupación es una persona y no una multitud.
El periodista, que sabía esto, le pregunta:
– Madre, ¿no es esto un desafío al mundo moderno? ¿Cómo dar más importancia al amor que a las medicinas, o a las oraciones antes que a los tranquilizantes? Y ella respondió oportunamente:
– Sí; nosotras no somos enfermeras, ni asistentes sociales, somos unas hermanas. Y nuestros centros no son hospitales a los que viene la gente a curarse, sino casas en las que se ve amada la gente a la que nadie quiere.
La Madre Teresa, tan buena, tan cariñosa, tan querida, es sin embargo una valiente que sabe denunciar con energía muchos males que contemplan sus ojos. Sabido es cómo salía en defensa de la vida condenando el aborto, del que decía:
– “Es la más grave amenaza a la paz en el mundo de hoy”. “Es el mal, el mal”… “Si una madre es capaz de matar al propio hijo, ¿qué nos impide a nosotros descuartizarnos los unos a los otros? Nada”.
Por eso denuncia también a la sociedad del consumismo:
-¿Por qué el Occidente deja morir a la gente en las calles? ¿Por qué nos ha de tocar a nosotras abrir centros en Washington, New York y otras grandes ciudades para dar de comer a los pobres? Damos comida, vestido, hogar, pero sobre todo damos amor. Porque sentirse rechazados de todos, sentirse no amados, es peor mal que tener hambre o frío. Esta es la gran enfermedad del mundo, incluso el Occidente.
Y elogia, en contraposición, a su ciudad querida:
– Los pobres más pobres de Calcuta tienen más dignidad que los de las ciudades occidentales.. En éstas existe una soledad terrible. La asistencia llega sólo por asignaciones computarizadas. Aquí en Calcuta la gente tiene más fuerza espiritual para afrontar los sufrimientos.
¿Y qué piensa la Madre de toda la ingente labor suya y la de sus Misioneras? Lo sintetizó en una frase de las más famosas suyas: -Mi trabajo es una gota en el océano. Pero si yo no la metiese, el océano tendría una gota menos.
A todo esto, ¿cuál era el gran secreto de la Madre Teresa? ¿El amor a los pobres?… Sí. Pero, ¿de dónde procedía este amor? Otra palabra suya, dirigida a las Misioneras, y que se hará inmortal:
– Nuestro compromiso no es con los pobres, sino con Jesucristo.
Si nosotros ponemos a Jesucristo en el fondo de la vida de la Madre Teresa, lo entendemos todo. Borramos la imagen de Jesucristo, y no se explica nada.
La Madre Teresa ha signado la Historia, dijo de ella el Papa al saber su muerte. Nos ha signado a todos, y nos ha dicho: El amor, sólo el amor es el que salvará al mundo…