Copias de la Biblia…

10. octubre 2014 | Por | Categoria: Reflexiones

Un amigo volvía de una jira que había hecho por Europa en plan de verdadero peregrino en el Gran Jubileo del año 2000. Con la curiosidad que es de suponer, le preguntamos en el grupo:
– ¿Y qué es lo que más te ha impresionado? ¡Dínoslo!
 Porque lo veíamos un poquito extraño, algo misterioso, como quien esconde alguna cosa íntima. La amistad que reinaba entre nosotros le hizo soltar la lengua, y nos contestó:

En medio de las distracciones del viaje, y antes de llegar a Roma, estuve en Asís. Se hacía una meditación profunda leyendo los eslogans franciscanos diseminados por la paredes del claustro.
Leí uno que me impactó, y que decía: “Nosotros somos la única Biblia que el mundo todavía lee”. Me dije a mí mismo: “O reproduces en tu vida al Cristo de la Biblia, o eres un mentiroso cabal”.
Pronto tuve la oportunidad de saber lo que esto significa y exige. Me tocó ver al Papa de cerca. Era la estampa viva de Jesucristo Crucificado. ¿Cómo un hombre de su edad, y con la enfermedad que lleva dentro desde aquel balazo, hace lo que hace?…  Un hombre que transparenta a Dios, que no puede disimular lo engolfado que está en la oración, y sin una queja, sino con un vigor pasmoso en medio de unos sufrimientos que todos adivinamos.
El Papa Juan Pablo II es la Biblia que el mundo lee hoy con más convicción.

Ha pasado mucho tiempo desde que el amigo nos decía esto con una seriedad que imponía.
¡Una Biblia viviente!… Es ciertamente un ideal que vale la pena proponerse. Y es más; si bien se mira, o la lectura de la Biblia lleva a esto, o resulta al fin una lectura buena, piadosita, y nada más… O la Biblia se traduce en la vida, o la Biblia es un libro de tantos…

Desde la Iglesia antigua, la Biblia ha sido, después de la Eucaristía —mejor dicho, a la vez que la Eucaristía— el gran tesoro del cristiano, que lo tiene en la casa, pero lo lleva sobre todo dentro del alma.
A este propósito, será siempre actual y aleccionadora la respuesta que el mártir San Emérito daba ante el tribunal en lo más encendido de la persecución. Le pregunta el procónsul: -¿Tienes algunas Escrituras en tu casa? -Sí, las tengo, pero en mi corazón. -¡Digo en tu casa! ¿Las tienes o no las tienes?… -Y yo te digo que las tengo en mi corazón…
Emérito moría mártir de la Biblia.

En la misma persecución romana, otro mártir daba en Sicilia un testimonio igualmente bello. El juez le pregunta al Diácono Eulipo: -¿Qué hay en las Escrituras, que no has entregado? -La Ley de mi Señor, que me fue dada. -¿Quién te la dio? -Mi Señor Jesucristo, el Hijo de Dios vivo. Viene el suplicio, y Eulipo no se doblega, hasta enfurecer al juez: -¿Por qué no las has entregado? -Porque soy cristiano. En ellas está la vida eterna, y quien las entrega pierde esa vida eterna. Yo, para no perderla, sacrifico con gusto la vida terrena.
Esto ya no era una simple devoción a la Sagrada Biblia. La actitud de estos mártires indica que la Iglesia antigua tenía en las Sagradas Escrituras una fe tan grande como en la presencia de Jesús en el Sacramento de la Eucaristía.

Modernamente, los Papas han insistido mucho en este sentido: Cristo se halla presente de manera muy especial en la Sagrada Escritura. Decía el papa Pío XII: Pío XII -Aquí está Cristo, que se hizo para nosotros sabiduría de Dios, justicia, santificación y redención. Y antes, San Pío X, pidiendo se enseñara la Biblia a los niños desde pequeños, para lo cual daba una razón muy poderosa:
– Al querer renovar todas las cosas en Cristo, nada deseo tanto como el que los niños se acostumbren a tener como cosa propia el libro de los Evangelios, para su lectura frecuente e incluso diaria, pues en ese libro aprenderán el modo cómo puede y debe ser renovado todo en Cristo.

La Biblia, cuando se lee con fe, es el sedante mejor del espíritu. Dos pensadores y escritores muy famosos habían dado buenos consejos sobre la lectura buena. Uno decía: -Poco antes de dormirte, lee algo que sea exquisito y digno de recuerdo. Medítalo bien antes de quedar dormido, y al despertar haz por recuperarlo e incorporarlo a tu espíritu (Erasmo).
Y otro testimonio sobre la buena lectura:  -Hay que leer cada noche un buen libro para salir cada mañana cargado de felicidad (Mdme. Sthandal). Si eso se dice de la lectura de otros libros buenos, ¿qué habrá que decir de la Biblia?…
Un amigo cursillista nos lo dijo con humor en una reunión muy numerosa: -Yo no necesito librium para dormir. Mi mejor tranquilizante es la media hora de lectura de la Biblia que hago diariamente antes de acostarme.

Los que así aman la Biblia y así experimentan el bien enorme que les hace su lectura diaria, se convierten con frecuencia en apóstoles de la Biblia. Como aquella Hermana de la Sociedad de San Pablo. Llega a una casa con un paquete enorme en sus brazos. -Pero, ¿qué lleva ahí, Hermana, que no puede con el peso? Y la Religiosa, sin dar importancia al asunto, y feliz con su apostolado: -¡No se preocupen! Es un paquete de Biblias. Pero la Palabra de Dios no pesa…

Es consolador el ver cómo se traduce, se imprime y se reparte la Sagrada Biblia. Según estadísticas de la Alianza Bíblica Universal, la Biblia entera estaba traducida en casi 350 lenguas, y el Nuevo Testamento aparte en más de 800 lenguas (Vida Nueva, ya en Febrero de 1994)

Precioso. Fantástico. Pero nuestro amigo nos lo dijo mejor: la Biblia que leen todos y en todas las lenguas es la que el cristiano traduce en su propia vida. Y esto se consigue sólo cuando la lectura lleva a la acción: lo que leo, lo vivo.
 San Ignacio de Loyola decía que si se perdiera el libro de los Evangelios se podría recomponer con sólo escribir lo que se veía en San Juan de Ávila. ¡Ya es elogio grande!… 

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