Una llamada misteriosa

27. abril 2018 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Hoy en la Iglesia hablamos mucho de la vocación. Antes, cuando se nos hablaba de vocación, ya se sabía que se trataba únicamente de los sacerdotes y las religiosas. Para los seglares no había vocación. Hoy, hablamos continuamente de ella, aunque le aplicamos también el otro nombre tan bello de “carisma”.

En nuestros días, gracias a Dios, pensamos de muy diversa manera y nos gusta reflexionar sobre nuestra vocación o nuestro carisma, para lo cual acudimos a diversas páginas de la Biblia, y una página muy especial es aquella que nos narra la llamada de Samuel (Samuel 3,1-10)

Samuel —aunque fruto de una promesa hecha al Señor por su mamá—, era un niño como cualquier otro. Su madre, Ana, se lo había confiado al sacerdote Helí, para que lo tuviera consigo en el santuario donde estaba el Arca del Señor, y así se formase en la mejor escuela del antiguo Israel. El muchachito vivía en la misma casa del sumo sacerdote.
Samuel se había ido aquella noche a dormir muy tranquilo, muy despreocupado, como cualquier jovencito, y dormía profundamente. De repente y sin más, una voz que le dice:
– ¡Samuel, Samuel!…
Nada más su nombre. Y el niño piensa que es el sacerdote de la ley, el cual le quiere dar algún encargo a aquellas altas horas de la noche. Se levanta el chico y va corriendo:
– Helí, aquí estoy. ¿Para qué me llamas?
– ¿Yo?… Yo no te he llamado, hijo mío. Seguro que estabas soñando; vete tranquilo a dormir.
Y el chico que se duerme de nuevo, para oír de nuevo al cabo de un rato la voz misteriosa:
– ¡Samuel, Samuel!
– ¿Qué quieres, Helí, que me llamas otra vez?
– No, hijo mío, que yo no te he llamado. Vete a dormir en paz.
Otra vez a dormir profundo, como cualquier niño, y otra vez la voz tan extraña:
– ¡Samuel, Samuel!
– ¡Helí, que sí, que me has llamado de nuevo! Aquí estoy, ¿qué quieres?
El sacerdote Helí discurre.
– ¿Qué pasa aquí? El niño no miente. No está soñando. Aquí está la voz de Dios…
Y le dice esta vez al muchacho:
– Vete, hijo mío, a dormir. Y si oyes que te llaman de nuevo, piensa que es Dios, y le contestas: ¡Habla, Señor, que tu siervo escucha!
Y así sucedió. Samuel oyó de nuevo la voz misteriosa, y le contestó a Dios:
– Aquí estoy, Señor. ¿Qué quieres?…

Samuel dijo lo mismo que dirán después los más grandes. Como Pablo ante Damasco. Como María al Angel. Es la respuesta de los generosos a la llamada de Dios…

Es posible que nosotros nos digamos:
– ¡Qué suerte la de estas personas! ¿Por qué Dios no me dirá lo que quiere de mí? Entonces sí que actuaría yo con tranquilidad…
Pero, al discurrir así, no hacemos otra cosa que demostrar nuestra falta de fe en la Palabra de Dios. Porque nosotros sabemos que lo que Él nos ha dicho a todos como cristianos, nos lo ha dicho también a cada uno en particular.

Esta idea me la ha sugerido el apóstol San Pablo (Efesios 1,4) cuando nos dice que Dios nos ha escogido y llamado a ser santos, inmaculados y amantes en su presencia.
Las circunstancias de la vida serán en cada uno diferentes.
Lo mismo dará ser hombre que mujer.
Lo mismo dará un estado de vida que otro.
Lo mismo dará desempeñar una profesión que otra.
Lo mismo dará disfrutar de magnífica salud que estar clavados en el lecho del dolor con una enfermedad incurable…

Pero lo que será siempre fijo, determinante, irrevocable, lo que nos dice San Pablo.
Nos dice el Apóstol que cada cristiano es verdaderamente un santo o una santa mientras responde a Dios en el estado o en la condición de vida por donde le ha llevado la providencia de Dios. El carisma podrá ser diverso en cada uno, pero la llamada a la santidad es igual en todos.
Sigue Pablo pidiéndonos de parte de Dios el llevar una vida intachable, inmaculada en todo nuestro proceder. Hoy decimos que una vida así es una vida de testimonio cristiano. Quien nos ve, adivina en nosotros a Jesucristo.
La última palabra de Pablo es la más hermosa. Nos dice que Dios nos quiere amantes. Quiere Dios que seamos un volcán de fuego por el amor que llevamos dentro y sabemos derrochar en torno nuestro. Amamos a Dios e incendiamos con el fuego del amor por dondequiera que pasamos.

¿Esto?… Esto es tener una vocación más grande que la de Samuel.
¿Esto?… Es comprobar que Dios se fía de nosotros y que nos tiene confianza, cuando así nos llama.
¿Esto?… Es ser invitados a escalar las cumbres más altas de la santidad de Dios…

 

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