Y por los difuntos, ¿qué?…
8. junio 2018 | Por Padre Pedro Garcia | Categoria: Narraciones BíblicasEs un hecho comprobado a cada instante el amor que nuestros pueblos tienen a sus queridos Difuntos y cómo su recuerdo congrega a las familias, las une, y hace también que la vida cristiana se fortalezca con la oración incesante.
La Biblia nos orienta en este amor a los Difuntos.
Hemos oído leer y comentar muchas veces en la Iglesia, cuando asistimos a un funeral, eso del libro de los Macabeos. Nos gustará saber la historia de un hecho muy singular.
Judas Macabeo, un general valiente, de mucho corazón y muy religioso, está luchando sin tregua contra los enemigos de Israel. Lucha por la libertad del pueblo, pero, sobre todo, lucha por la fe en su Dios. La religión judía, tan amenazada por reyes extranjeros, tenía que ser salvada a toda costa. Y por su Dios, Judas y su ejército realizan proezas de héroes. Ahora le preocupan los soldados que están a las órdenes de Esdras.
– ¿Cuánto tiempo llevan sin descansar?
– Mucho. Y están fatigados de veras. Les conviene una tregua.
Judas se lo promete. Pero, antes, hay que acabar con los soldados de Gorgias, que ha huido muerto de miedo. Y arenga a los suyos:
– ¡Venga! ¡Acabemos con ellos! ¡Dios es nuestro aliado, y vamos a vencer!
Se entabla la lucha, y el ejército judío se hace con la victoria. Caen algunos soldados en la batalla. Y mientras el ejército vencedor descansa, y se purifica según la ley, Judas encarga a unos cuantos que vayan a recoger los cadáveres de los caídos en el frente, para entregarlos a sus parientes y que puedan ser sepultados en los panteones familiares.
Así lo hacen. Pero, al llegar al campamento, le dicen preocupados a Judas:
– Mira lo que hemos encontrado entre sus vestidos.
– ¿Qué es esto, Dios mío?… ¿Cómo no iban a caer muertos estos soldados, que así han transgredido la ley del Señor?…
Efectivamente, aquellos soldados caídos llevaban escondidos amuletos de dioses extranjeros, prohibidos tan rigurosamente por la ley judía. Y el Jefe se pone a pensar:
– ¿Y ahora, qué? Sus almas estarán penando, hasta que Dios se compadezca de ellas. ¿Por qué no mandamos ofrecer un sacrificio en Jerusalén, para que el Señor les limpie de su pecado?
Sin más, reúne a la tropa, y propone a todos:
– ¡A mantenerse todos limpios de pecado, para que no nos ocurra como a los compañeros muertos! Pero, hagamos algo más. Pongámonos en oración, pidiendo a Dios que la falta cometida por los caídos sea borrada del todo. Sabemos, además, que Dios guarda una magnífica recompensa a los que han muerto piadosamente. Entonces, ¿por qué no recogemos una colecta entre todos, y la mandamos al Templo, para que los sacerdotes ofrezcan un sacrificio por los caídos?
Los soldados no se miden en su generosidad, y responden todos a una:
– ¡Muy bien! ¡A hacerla!…
Recogen dos mil dracmas, y las mandan al templo de Dios, donde se ofrece el sacrificio por los compañeros.
Una acción muy hermosa la de estos soldados creyentes. Pero lo más interesante es el comentario que hace la misma Palabra de Dios:
– Esta acción bella y noble estuvo inspirada por la esperanza en la resurrección. Pues, si los muertos no han de vivir más, ¿a qué venía todo aquello? Pero, mirando la resurrección de los que habían caído, su acción era muy santa y devota.
Leído esto en la Biblia, ¿qué hay que decir?…
Nos introduce este pasaje en el mundo de nuestros queridos difuntos. Su devoción, como decíamos desde el principio, está muy arraigada en nuestros pueblos latinoamericanos. Y vemos cómo la Palabra de Dios alaba, aprueba y bendice esta nuestra fe. Y acepta el recuerdo y la plegaria que dirigimos al Cielo por sus almas.
Nadie podrá criticar el que pongamos flores sobre el sepulcro de nuestros seres queridos. Con esto, decimos que los amábamos y los seguimos queriendo.
Mucho menos podrá criticar el que dirijamos a Dios una oración por la purificación de sus almas.
Y menos aún, si ese ofrecimiento nuestro es la Eucaristía, donde Jesucristo sigue presentando al Padre su Sangre por la remisión de todos pecados.
La oración les es provechosa a nuestros difuntos para ayudarlos en su purificación y para que alcancen pronto la visión de Dios que están esperando. Pero ese culto nos aprovecha no menos a nosotros, que con él avivamos la fe y la esperanza en la resurrección futura. No rezaríamos si no creyéramos.
Con gestos semejantes, no hacemos sino profesar nuestra fe en la vida eterna.
Y les decimos a nuestros difuntos queridos que nos tiendan la mano.
Que no queremos estar lejos de ellos.
Que suspiramos por la gloria que ellos ya poseen….
Y ellos nos animan: ¡Venga! ¡Un poquito nada más, que pronto estaremos juntos!…