¡Anda, y libéralos!

31. agosto 2018 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

El libro más importante de la Biblia en el Antiguo Testamento es ciertamente el del Éxodo. Los israelitas hacían continuamente referencia a los hechos que se desarrollaron en Egipto y a través del desierto en el camino hacia la tierra prometida. El pueblo era esclavo del Faraón y Dios se había propuesto acabar con aquella situación injusta, criminal, y, además, tenía empeñada su palabra de dar la tierra de Palestina a los hijos de Abraham.

La liberación de Israel arranca de la visión de Moisés en el monte Oreb, llamado también el Sinaí, la montaña que será después la de las tablas sagradas de la Ley.
Moisés, mientras apacienta el rebaño, alza los ojos, y ve una zarza que está ardiendo. ¿Quién le ha podido prender fuego en esta soledad?, se dice. Mira y mira atentamente, y no sale de su asombro:
– Pero, ¿cómo es que esa zarza lleva tanto rato ardiendo y el fuego no llega a consumirla?… Voy a ver qué fenómeno es éste.
Se acerca con cautela, y se echa de repente para atrás, al oír una voz misteriosa que sale de la misma zarza:
– ¡Moisés! ¡Moisés!…
– ¡Aquí estoy, Señor!
El pastor ha respondido temblando, porque adivina la presencia misteriosa de Dios, y a Dios —así lo creían los israelitas— nadie lo puede ver sin morir. Dios ordena ahora a Moisés:
– ¡No te acerques! Quítate antes las sandalias de los pies, porque la tierra que pisas es una tierra santa.
Aumenta su temor al comprobar que es Dios quien habla:
– Yo soy el Dios que adoraron tus padres: soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob…
Moisés ahora se cubre el rostro, porque tiene miedo de ver a Dios, el cual prosigue:
– He escuchado la voz de mi pueblo, esclavizado en Egipto, y que grita por una liberación. Vete tú, y sácalo de allí. Tráelo por esta tierra, que yo después lo conduciré hasta un país tan rico que mana leche y miel.
Moisés queda aturdido con la misión que Dios le echa encima, y replica:
– Pero, Señor, ¿quién soy yo para ir al faraón y conseguir que salgan de Egipto los israelitas?
Sin embargo, la decisión de Dios es definitiva, y ahora anima a su elegido:
– No tengas miedo. Yo estaré contigo. Cuando salgáis todos de Egipto, me vendréis a adorar a este mismo monte. Tú mismo lo verás, y te convencerás de que he sido yo quien te ha hablado. ¡Vete!…

El fuego desaparecía, y la zarza seguía verde, como si nada hubiese pasado. Moisés no sabía qué pensar de todo. Pero la realidad se imponía. Dios le había hablado, y ahora tenía que obedecer. De modo, que se dice a sí mismo: ¡Venga, y adelante! Dios está conmigo, y no hay que temer…

Este hecho de la liberación tiene en nuestros días unas repercusiones muy grandes, y hablar de la liberación se nos ha convertido ya en moneda corriente, aunque no siempre lo hagamos con el acierto debido.

A nivel personal, muchas veces escuchamos esta palabra liberadora de Dios. Nos habla a cada uno, y nos dice de mil maneras:
– ¡Libérate de las mil ataduras que te sujetan a una esclavitud cruel! No digas que no puedes. ¿Por qué no cuentas conmigo? Soy el mismo Dios de aquel tu padre, hombre de fe; el mismo Dios de tu santa madre; el mismo Dios que no tolera esclavos en ninguna familia de su querido pueblo. Y tampoco me gusta, ni quiero, ni acepto esa esclavitud en que tú te debates.

Pero hoy, esta palabra liberación ha alcanzado unas dimensiones sociales, políticas y cristianas antes nunca pensadas. Dios no puede tolerar ninguna dictadura que esclavice al hombre.

¿Dictadores en política, como tantos tiranos modernos, o dictaduras de partido, que esclavizan a algunas naciones?… ¡No, y que se acaben para siempre los gobernantes y los partidos dictatoriales!
¿Dictaduras del capital, que esclavizan a tantas masas hambrientas?… ¡No, y que desaparezcan pronto!
¿Dictaduras de las multinacionales, que esclavizan la misma tierra y destrozan a empresarios más débiles?… ¡No, y que se arregle con nuevas fórmulas esta situación penosa!
¿Dictaduras del vicio, porque está promovido, organizado y llevado adelante por redes ocultas de traficantes sin conciencia?… ¡No, y que caigan todos los culpables bajo el peso de la ley!

Empeñados todos en construir un mundo nuevo, un mundo mejor, todos nos sentimos un poquito Moisés… Todos podemos hacer algo por los hermanos que padecen alguna esclavitud y suspiran por una liberación. Todos podemos trabajar algo, y todos podemos orar mucho.

Cuando Moisés haya sacado de Egipto al pueblo y lo vea combatir, la suerte de las armas se habrá vuelto contra Israel.
Pero este Moisés de ahora, no empuñará entonces personalmente la espada, se pondrá a rezar de manera incansable por el pueblo, y el pueblo de Israel se hará con la victoria definitiva.
Quien ora por el mundo y por la Iglesia, el nuevo Israel de Dios, está haciendo más que nadie.
Si él no puede trabajar, ya se encargará Dios, por esta oración, de suscitar otros Moisés bien potentes y enérgicos, que hagan maravillas…

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