Evangelizar y servir

24. agosto 2018 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

El capítulo sexto de los Hechos de los Apóstoles comienza con un hecho de importancia suma, no sólo para los tiempos de la Iglesia naciente, sino también para nuestros días. Será un asunto siempre actual en la Iglesia, y que responde a una pregunta inquietante: ¿Qué debe hacer la Iglesia, predicar o servir? ¿rezar o trabajar? ¿y qué es lo primero y más importante de las dos cosas?…

Era una maravilla cómo se amaban aquellos primeros cristianos, hasta no formar entre todos más que un solo corazón y una sola alma. Pero un día u otro tenía que venir la prueba. La primera comunidad, como las nuestras de hoy, estaba formada por hombres y mujeres, no por ángeles caídos del cielo. Y vienen las quejas sobre los Apóstoles, responsables del gobierno de la Iglesia:
-¡Mirad lo que pasa! Cuando vosotros distribuís los alimentos a los pobres, todo va bien. Pero, cuando lo hacen otros, si son hebreos, no hacen ningún caso de las viudas de nosotros, los de origen griego. Todo se lo llevan para las de los creyentes judíos.

Los apóstoles ven la realidad de las cosas. Era cierto. Deliberan entre sí, y reúnen a la comunidad para decirles a todos:
– ¿Qué os parece? ¿Debemos dejar nosotros de predicar la palabra de Dios y la oración, para poder dedicarnos al servicio de las mesas?
La cosa era evidente, y la respuesta fue unánime:
– ¡Oh, no; eso de ninguna manera! Vuestro oficio es predicar y estar al frente de la oración.
Los Apóstoles ya lo había pensado por sí mismos, pero quieren que la comunidad sea responsable con ellos, y viene la propuesta:
– Entonces, para que no haya más quejas, escoged vosotros mismos a siete hermanos, que estén llenos de Espíritu Santo, sabios y prudentes, y les ordenaremos para este ministerio. ¿Qué os parece?…

Naturalmente, la propuesta era magnífica. La comunidad se veía y se sentía con los Apóstoles responsable de la Iglesia. La propuesta fue plenamente acogida y con gran gozo de todos:
– ¡Muy bien pensado! Hablaremos, y los escogeremos bien.
De este modo designaron a siete. Entre ellos, por citar sólo un nombre, a Esteban, que pronto sería el primer mártir de la Iglesia.
Los Apóstoles los tienen delante. Oran. Invocan a Dios, y les imponen las manos:
– Vais a ser los Diáconos de la Iglesia. Sus fieles servidores. Atended bien a los hermanos. Por nuestra parte, al quedar libres de ese servicio que hacíamos hasta ahora, nos vamos a dedicar de lleno y sin estorbos a la oración incesante y a la predicación de la Palabra.

Con esta determinación, la Iglesia se enriquecía sobremanera. Los Diáconos serían los mejores auxiliares de los Obispos y Presbíteros. Y, con el tiempo, contarán con figuras tan relevantes como Lorenzo, el mártir más brillante y querido de Roma.
¡Cuántas lecciones sobre el cristianismo en esta página de los Hechos! Una mirada rápida nos hace ver las funciones y actividades fundamentales de la vida de la Iglesia, actividades y funciones que hoy tienen tanta actualidad entre nosotros.

Aquí se ve, ante todo, la necesidad absoluta de una Autoridad. Jesucristo lo determinó claro desde un principio. A los Apóstoles, y a sus sucesores los Obispos, siempre en unión con Pedro, con el Papa, les encomendó el gobierno de la Iglesia. Obedecerles a ellos, es obedecer al mismo Jesucristo.

La comunidad puede y debe tener su autonomía, porque la Iglesia no es de los Jefes que la gobiernan visiblemente, sino de Jesucristo, el único Señor. Y los Jefes son mandatarios de Jesucristo, puestos para hacer sus veces, no para adueñarse del rebaño del único Pastor.

Por eso, ¿son el Papa y los Obispos unos dictadores? ¡No, no lo pueden ser! Vemos cómo los Apóstoles consultan con la comunidad, piden a todos el parecer, y actúan siempre con la base, con el pueblo de Dios. Los Pastores vicarios de Cristo son lazo de unión y la seguridad de los fieles.

En segundo lugar, vemos cómo en la Iglesia todos tenemos un puesto determinado. No todos valemos para todo, pero no hay ninguno que no pueda desempeñar una función u otra. El que no pueda hacer otra cosa —porque a lo mejor es un enfermo, por poner un caso—, siempre tendrá el carisma mejor, que es amar por todos, y orar, orar mucho por el avance del Reino de Dios.

Sin embargo, ya se ve por este hecho de los Apóstoles y de los Diáconos, que las tres funciones básicas e imprescindibles, las que no pueden fallar jamás, son estas tres:
– primera, el ministerio de la Palabra, la predicación, la evangelización;
– segunda, la Oración, la plegaria continua;
– y tercera, el servicio de la Caridad.
Si fallara una de las tres, la Iglesia dejaría de ser la Iglesia de Cristo.

En la celebración de los Sacramentos, sobre todo de la Eucaristía, se juntan las tres de manera admirable: todo se centra en la Palabra, en la Oración, en la Caridad. La Misa de cada domingo es la vivencia perenne de esta verdad dentro de nuestra Iglesia Católica. ¡El valor que tiene la Misa dominical!…

Jesucristo supo organizar bien su Iglesia. Él y su Espíritu manejan invisiblemente todos los hilos. Y con una Jerarquía al frente del Pueblo de Dios, no hay Estado, ni reino, ni república, ni imperio, que gane en eficacia, con suavidad y fuerza, a la Iglesia de Jesucristo…

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