Leprosos que curan

28. septiembre 2018 | Por | Categoria: Narraciones Bíblicas

Es curioso de veras lo que la Biblia (2Reyes 5,1-15) nos cuenta de Naamán con el profeta Eliseo. Naamán, valiente general sirio, héroe de la guerra, era leproso. En su casa, y a servicio de su señora, una jovencita israelita, capturada por una banda del ejército en una incursión por tierra de Israel. Y la muchachita, a su dueña:
– Si mi señor fuera al profeta que hay en Samaría, seguro que se curaba de la lepra.
Naamán se queda pasmado. ¿Cómo? ¿Un profeta del Dios de Israel me puede curar?… Va inmediatamente a referir el asunto al rey:
– Mira lo que me dice esa jovencita: ¡Que me puedo curar!
Y el rey, que le está tan agradecido a su general Naamán por la victoria que le había reportado sobre el enemigo, le ordena sin más:
– Prepara inmediatamente el viaje. Toma como regalos para ese profeta y el rey abundante plata, oro y muchos vestidos, y vienes a recoger la carta que yo le voy a escribir al rey de Israel.
Dicho y hecho. Naamán y sus servidores toman el carruaje más lujoso, enjaezan los caballos, emprenden el camino y se presentan al rey de Israel con la carta, que dice:
– Mira, junto con esta carta te mando a mi ministro Naamán para que tú lo cures de la lepra.
El rey de Israel se queda pasmado, se enfurece, se rasga los vestidos, y grita desaforado:
-¿Qué yo soy Dios por casualidad, para que pueda dar la muerte o la vida, y para que éste me mande curar a un leproso? ¡Ya veo lo que busca ese rey! Con su ministro leproso, lo que manda son espías para tomar posiciones contra mí.
En la ciudad se alza un gran revuelo, y llega la noticia a Eliseo, que le manda decir al rey:
– ¿Por qué te pones así, y por qué te has rasgado los vestidos? Mándame a mí a ese general leproso, y sabrá todo el mundo que en Israel hay un profeta de Yavé.
El rey de Israel se calma y dirige la comitiva de los sirios hacia la casa de Eliseo. Llega la comitiva, y el profeta no se presenta. Se limita a ordenarle por medio de un mensajero:
– Vete al Jordán, y báñate en él varias veces. Tu carne sanará y quedarás curado para siempre.
Quien se enfurece ahora es Naamán:
– ¿Para esto he venido? Yo pensaba que ese profeta saldría con pompa delante de su casa, pondría su mano sobre mi carne enferma, invocaría a su Dios y yo quedaría sano. En cambio me manda bañarme en ese miserable río Jordán, que no vale nada en comparación de los ríos de mi Damasco.
Da media vuelta, y ordena la marcha de regreso. Pero sus criados, sensatos y con bondad:
– ¿Por qué te pones así? Tendrías razón si ese profeta te hubiera mandado una cosa difícil. Pero, lo único que te manda es que te bañes varias veces. ¿Por qué no pruebas, que a lo mejor te curas?…
Naamán hace caso a los suyos, se sumerge varias veces en el Jordán, y… un grito con todas sus fuerzas:
– ¡Estoy curado! ¡Mirad mi carne! Ni la de un niño es tan fresca…
Avergonzado y feliz a un tiempo, Naamán vuelve al profeta Eliseo:
– ¡Sí! Ahora veo que no hay otro Dios fuera de Yavé, el Dios de Israel.

El relato de la Biblia es dramático. Y la lección que dio a Israel, y después a la Iglesia, es una lección de primera categoría.

Para Israel, Dios venía a decirle que dejase su egoísmo nacionalista. Que Yavé no era Dios solamente de Israel, sino que era Dios también de las otras gentes. Que todos los pueblos paganos están llamados a formar parte un día del que será el verdadero Israel de Dios… En definitiva, que Dios no rechaza a nadie y que todos están llamados a la salvación, que les vendrá, eso sí, por el pueblo predilecto de Israel.

Para la Iglesia, esta página iba a formar parte muy importante de la catequesis bautismal.
El mismo Jesús ve en Naamán a un hombre de fe, en contraste con la incredulidad de sus oyentes judíos, y la fe le atrajo la gracia de la curación por parte del profeta de Yavé.
Quien pedía el Bautismo a la Iglesia era un enfermo que cargaba la enfermedad asquerosa y repugnante del pecado, simbolizado en la lepra. Pero venía con fe, como Naamán al profeta de Yavé, sabiendo que sería curado en la Iglesia.

En el Bautismo se sumergía el bautizando como Naamán en las aguas del Jordán, para salir con la carne tierna de un niño, es decir, regenerado, nacido a una nueva vida.
Y el neocristiano se encontraba también en el Bautismo con la comunidad que le acompaña y le sigue, igual que le ocurría a Naamán, el cual no estuvo nunca solo, sino siempre con alguien que le llevaba allí donde había de encontrar la limpieza del alma y la salvación.
El punto central de la catequesis bautismal con el ejemplo de Naamán estaba en esa frase del relato bíblico: su carne se volvió limpia, tersa y fresca como la de un jovencito. Es el milagro que realiza en el alma y en todo nuestro ser el Bautismo de Jesucristo.

¿Les damos la razón a los cristianos de los primeros siglos, que se cambiaban el nombre cuando se convertían y se bautizaban? Dejaban muchas veces su nombre de familia, y se ponían nombres tan significativos como éstos latinos o griegos, que han aparecido en las catacumbas romanas: Renato, Nacido de nuevo; Regeneratus, Engendrado otra vez; Teogonio, Nacido de Dios; Vivencio, El que vive; Vital, Lleno de vida; Zoé, Vida…
¿Tenían o no tenían buen gusto aquellos cristianos?…

 

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